Despertar hacia la luz

Los alados | Crítica

Siruela publica un ensayo lírico de Elisabet Riera donde la escritora y editora catalana propone un sugerente recuento de las variedades, el simbolismo y la imaginería de los seres alados

Elisabet Riera (Barcelona, 1973).

La ficha

Los alados. Elisabet Riera. Siruela. Madrid, 2025. 224 páginas. 19,95 euros

Sean reales o imaginarios, los seres con alas han acompañado a la humanidad o estimulado la capacidad inventiva de los mortales desde el principio de los tiempos, mucho antes de que empezara la Historia propiamente dicha. Lo prueban las numerosas evidencias del registro fósil, los mitos de origen muy anterior a su consignación por escrito, los restos arqueológicos de civilizaciones remotas o la pintura rupestre, en cuyas formas figurativas o esquemáticas ya se aprecian los signos del vuelo. Y desde luego el arte y la literatura desde sus más antiguas manifestaciones. En Los alados, la escritora y editora catalana Elisabet Riera, fundadora del exquisito sello Wunderkammer y autora de varios libros en sus dos lenguas nativas, plantea un estimulante recorrido por ese fabuloso repertorio que atraviesa siglos y culturas, en el que conviven el mundo natural y el mundo soñado: aves, serpientes, dragones o sirenas; ángeles, hadas, arpías o demonios; dioses, héroes y otras muchas criaturas nacidas de la imaginación mítica, la teología o la literatura fantástica. Habitantes de un estrato intermedio, todos ellos conectan la tierra con el cielo y ejercen de mediadores “entre nuestro mundo y lo sagrado”.

Aunque vagamente temáticos, los seis capítulos del libro no tratan de estructurar su contenido al modo de los tratados, pues el discurso de la autora fluye sin diques ni cortapisas. Los alados traen la maravilla o traen el espanto. Hay la visión de los ojos –para resaltar la diferencia, muchos adivinos de la Antigüedad eran ciegos– y la visión del alma. “Seamos sentimentales con las aves; los humanos tuvimos alas”, es la primera de una serie de sentencias que cierran los capítulos y se recopilan al final. En el origen están los chamanes, que vuelan a su manera. Un sinfín de seres prodigiosos pueblan las mitologías de Oriente y Occidente, grifos, gorgonas, quimeras, esfinges. Están las aves sagradas, los dioses alados que guían a las almas, los ángeles de Swedenborg y de Rilke, los de la tradición persa. No sólo el vuelo, el canto, tan propio del pájaro como su cuerpo, que retrata el entorno con precisión cartográfica. El Eros, claro, también con alas, dulce y amargo, tan presente en el Cantar de los Cantares y en el Cántico de San Juan: “¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo!”. Profecías ancestrales, ornitofanías, metamorfosis. Y el ciclo de la vida, la muerte y la resurrección, los pájaros que renacen –el ave fénix– y los que perduran. Todo esto y mucho más aparece suturado por un “hilo invisible” que no pretende explicar, sino hacer ver.

Riera plantea una analogía entre los poetas y los pájaros, conocedores del lenguaje sagrado

La cuidada escritura de Riera tiene a veces, muy en consonancia con la materia, un tono oracular. Su ensayismo lírico y a la vez narrativo bebe de autores como Campbell o Graves en su interés por la antropología y la mitología comparada, pero tampoco es ajeno a la renovación de otros como Weinberger –los tres aparecen citados– o su maestro el Borges de las inquisiciones eruditas, a caballo entre la realidad y la fantasía. A ellos puede vincularse un procedimiento acumulativo, de sucesión de fragmentos, con algo de asociación libre, apoyada en una amplia bibliografía, pero también hay espacio para emotivos pasajes autobiográficos. En este sentido, clave secreta del libro, Los alados es un canto de amor que celebra la libertad, la elevación, un anhelo de trascendencia que reivindica el mundo del espíritu, un más allá que no se presenta como algo externo, sino como un espacio conquistable, conectado a la realidad íntima.

La alondra de la que se habla en la Coda, la que oyó Riera durante un prolongado y sanador retiro en la casa de piedra de sus abuelos y la que resuena en los versos citados de d’Annunzio, Shelley, Rilke, Renard o Umberto Saba, le muestra la analogía o aun la identificación entre los poetas y los pájaros, mensajeros ambos y conocedores del “lenguaje de la imaginación y de los sueños”. En este punto, entre citas y glosas, el ensayo casi ha derivado a una poética –paralela a la expresión de una transformación mística– que aboga por la recuperación del perdido vehículo original: “la lengua de la iluminación, del despertar hacia la luz, hacia el verdadero día”.

Simurg conduce al ejército de aves. (Ilustración para una edición de 'Calila y Dimna', 1610).

Ornitomancia

En el preámbulo, Riera narra un recuerdo de infancia que contiene el germen de la historia y aporta el motivo recurrente. Fue un episodio reiterado que dejó en la niña de finales de los setenta una impresión indeleble. Solía la pequeña pasear con su padre por las Ramblas de Barcelona y al llegar a la estatua de Colón se encontraban con el puesto de un hombre que dispensaba el futuro a cambio de una moneda, con la inestimable colaboración de un pequeño pájaro –al que llamaría Tiresias, como el fascinante adivino de la mitología griega– que elegía entre los papelitos de colores de su jaula el destinado a la persona que lo requería. Los mensajes de la fortuna eran tópicos y decepcionantes, pero el modesto prodigio tuvo el efecto de revelarle tempranamente la relación de los pájaros con la predicción y el misterio, luego explorada en otras direcciones. El arte adivinatorio del Tiresias real, es decir el personaje del mito, quien fue hombre y mujer, “contradicción y maravilla”, era precisamente la ornitomancia, que como explica Riera nació asociada a su figura, pues a él se le atribuyeron los primeros auspicios o deducciones a partir del vuelo de las aves. Más tarde, el pronóstico se inscribiría en toda una “ciencia augural” que tenía otras variables, partes de una minuciosa casuística perfectamente reglamentada.

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