historia

La Tirana, aquella actriz de fuego

  • Un ensayo desvela la vida de la intérprete andaluza Rosario Fernández, una de las grandes estrellas de la escena española en la segunda mitad del XVIII

Retrato de Rosario Fernández 'La Tirana', ejecutado por Goya en 1799.

Retrato de Rosario Fernández 'La Tirana', ejecutado por Goya en 1799. / Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

En aquel paisaje madrileño de patilludos de fritanga y morenos cejudos, la actriz Rosario Fernández, La Tirana, sobresalía como un cañón de luz. Eran las últimas décadas del siglo XVIII y ella, una de las estrellas del teatro. Aquella joven nacida en la calle Larga (actual Pureza) de Triana el 24 de septiembre de 1755 en una familia de clase media, pasó su infancia en el céntrico barrio sevillano del Sagrario y llegó a Madrid con apenas 15 años y un esposo del brazo para enfilar la vida del lado de un escenario. En concreto, el del palacio de La Granja de San Ildefonso, donde posiblemente debutó encajada en una función para el rey Carlos III de La Celmira de Dormont du Belloy.

De ella se cuenta que tenía una belleza compacta, entre el oleaje fuerte y la siderurgia dulce. Pero también una aristocracia espiritual desde la que intentó auparse con aires ilustrados sobre la atmósfera de un país acostumbrado a exportar una cultura de salmuera, sardinas de bota y escabeche. Cuando superó las cortesías de tresillo de sus primeros años en la profesión, su nombre empezó a sonar como un tesoro en el ambiente de los escenarios de Cádiz, Sevilla, Barcelona y Madrid. "Triunfó gracias a su trabajo y preparación, convirtiéndose en una figura clave para explicar la llegada del teatro moderno en España", explica José María Martín Valverde, quien acaba de atornillar su biografía en La Tirana (1755-1803). Una actriz en la época de Carlos III.

Tuvo una vida turbulenta, con una cuadrilla de amantes y un marido que la forzó a prostituirseSufrió un repentino vómito de sangre sobre las tablas que la obligó a retirarse con 38 años

El ensayo, publicado por la Fundación José Manuel Lara y el Centro de Estudios Andaluces, tiene su cuarto de calderas en el retrato personal de La Tirana, apodo que le endosó su marido, el actor Francisco Castellanos, por interpretar repetidamente ese papel en los escenarios. Su madre, Antonia Ramos, fue actriz, "probablemente de cantado" y su padre, Juan Fernández, abrió un comercio de "refino" en Triana y, más tarde, regentó una posada en la calle Borceguinería, la actual Mateos Gago. También se apunta a que el desigual matrimonio de su hija -ella tenía 14 años, él le doblaba la edad- pudo ser la vía de salida a un eventual problema económico en la familia. De los cuatro hijos que tuvieron, ninguno sobrevivió.

Al voltaje de esta descripción de proximidad contribuye, además, el tormentoso divorcio de La Tirana, que ha dejado un abundante rastro de datos y testimonios. Él presentó una demanda por adulterio. Ella le acusó de vejaciones y malos tratos. El proceso se alargó dos años y medio, en los que salieron a la luz episodios tétricos como la violencia ejercida por él para prostituir a su esposa. La sentencia dictaminó que no había lugar a la ruptura, pues se había probado la infidelidad de Rosario Fernández y el consentimiento y la práctica de lenocinio por parte de Francisco Castellanos. A continuación, declaraba la separación temporal y pedía la enmienda de ambos para que volvieran a reunirse en matrimonio. Este hecho, lógicamente, nunca se produjo.

"Como otras grandes actrices, La Tirana tuvo muchos problemas con la administración, con sus maridos y con la sociedad porque quiso ser independiente, algo que le permitía su poder económico", explica Joaquín Álvarez Barrientos, investigador del CSIC y autor del prólogo. Este experto en la literatura y la historia cultural de Ilustración señala que el libro de Marín Valverde "es representativo de un tipo de mujer que no es excepcional ahora, pero sí entonces. Las protagonistas femeninas de la segunda mitad del XVIII son cada vez más independientes y con más relevancia social, algo que se pierde con el romanticismo, donde se produce una gran involución de la mujer, que vuelve a convertirse en el ángel del hogar", señala.

Paralelamente a estas facetas, Martín Valverde husmea en el deambular de Rosario Fernández por los escenarios, donde logró el aplauso del público, el favor de la alta sociedad y la honda rivalidad de María Bermeja. La Tirana, formada en la escuela de cómicos que Olavide impulsó en Sevilla, triunfó en Cádiz y en Barcelona, donde cuajó en autora y empresaria por un tiempo, si bien su reconocimiento alcanzó realmente altura en Madrid. "Dominaba cada vez mejor las claves del teatro popular, es decir, las comedias del Siglo de Oro y las obras de los dramaturgos nuevos que buscaban el éxito del público con novedades compuestas al modo tradicional, renovado con pinceladas sentimentales", anota el autor del libro.

La investigación se desliza desde el apunte biográfico al análisis social y económico de la época. También, por supuesto, a los juegos políticos, pues en este tablero se decidían las polémicas y las obras en el teatro, entonces el primer entretenimiento ciudadano. De este modo, hay que entender la prohibición de estos espectáculos en Sevilla durante casi un siglo -desde 1679 a 1767- y los esfuerzos ilustrados para su recuperación frente a los intereses del cabildo y el cardenal. "Los gobernantes comprendieron el valor propagandístico de las tablas y, por eso, iniciaron su reforma, que era un modo de apropiarse de los escenarios para que los actores comunicaran los nuevos valores que se querían para la población", explica Martín Valverde, que amplía por esta vía la biografía que Emilio Cotarelo publicó en 1897 sobre La Tirana.

La existencia de la actriz empezó a desvanecerse por el lado de la salud. La Tirana sufrió un repentino vómito de sangre sobre el escenario cuando representaba el 3 o el 4 de diciembre de 1793 el papel de Sofronia en el drama de Luciano Francisco Comella, Asdrúbal. La tuberculosis, posiblemente, ya le había abierto un agujero en los pulmones, apartándola definitivamente de los escenarios. En aquellos años, Goya la pintó en dos ocasiones, en 1794 y 1799, la última con los golpes de la enfermedad visibles ya en el rostro. Murió a las siete de la mañana del 28 de diciembre de 1803 en su casa de la calle Amor de Dios de Madrid. Un par de meses antes había otorgado testamento, donde hizo acopio de apellido ilustre: Rosario Fernández Rebolledo. Sería su última función.

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