Cultura

Hermano

No suelen tener las películas que triunfan en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva fácil difusión posterior en las salas comerciales onubense cuando tienen la suerte de distribuirse y proyectarse en los locales cinematográficos de las ciudades españolas. Dos de estos films con distinta suerte en la última edición del Certamen, América, una historia muy portuguesa (2010), del luso Joâo Nuno Pinto, que pasó sin pena ni gloria, y Hermano (2010), del venezolano Marcel Rasquin, que, ganador del Colón de Oro en el Festival del año pasado, entre otras distinciones, está obteniendo, tras su estreno en las salas de las principales capitales del país, una gran acogida de público y crítica.

Efectivamente Hermano responde a una temática coincidente y redundante en la filmografía latinoamericana desde hace muchos años: el desarraigo, la marginación, la problemática juvenil en zonas urbanas de la periferia, el lumpen en suma de ese urbanismo hostil que hoy se prodiga incluso en poblaciones donde antes era menos apreciable o tenía una más reducida incidencia.

En los anales de este género, pudiéramos decir, hay ejemplos que se remontan a films tan emblemáticos como Los olvidados (México 1950), de Luis Buñuel; Valparaíso, mi amor (Chile, 1969), de Aldo Francia, La Raulito (Argentina, 1974), de Lautaro Murúa; Chuqiuiago (Bolivia, 1977), de Antonio Eguino; Pixote (Brasil, 1981), de Héctor Babenco; La vendedora de rosas (Colombia, 1997), de Víctor Gaviria; Estación Central (Brasil, 1998), de Walter Salles y Ciudad de Dios (Brasil, 2002), de Fernando Meirelles, si bien podría citar algunas más.

Los olvidados marcó una temática y unos principios formales que luego seguirían cuantos trataron el tema de la marginación infantil y juvenil. Esta dinámica sigue latente y Hermano es el último eslabón de una cadena desgraciadamente interminable que señala con incisiva y a veces corrosiva denuncia una situación en la mayoría de los casos irremediable. Aquí la historia se envuelve en un ámbito que para mí es doblemente interesante, como, practicante en su día y aficionado al fútbol y el desarrollo de un argumento bastante convincente que ofrece otras perspectivas.

Los protagonistas, Julio y Daniel, apodado El Gato, son dos grandes futbolistas en ciernes. Militan en el equipo de su barriada y destacan como dos grandes promesas, llegando a interesar al Caracas, de la categoría superior. Son hermanos aunque no de sangre. El pequeño, Daniel, fue recogido por la madre de Julio cuando recién nacido había sido abandonado en un vertedero. Las cosas se complican cuando un compañero de equipo en una pelea callejera, dispara contra unos muchachos y, sin querer, hiere a la madre de Julio y Daniel, que fallece después.

Esta penosa circunstancia conmociona sensiblemente la vida de los protagonistas. La historia toma un giro delincuencial, mostrándonos la realidad viva del suburbio, los enfrentamientos callejeros, los ajustes de cuentas, las graves carencias sociales y la violencia a punto de estallar siempre. Este clima de tensión se contagia a los propios hermanos, agudizada cuando el menor es probado con fortuna por el equipo que trata de ficharle y que puede colmar el sueño de su vida. Todo, sin embargo, vuelve a resolverse en la cancha de juego donde se dirime la mejor apuesta para la reconciliación de los dos hermanos. Lástima que la película no se haya estreno en salas comerciales para que pudieran admirarla quienes no la vieron en el Festival.

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