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CONCIERTO. Gaudeamus Igitur, Kol Nidrei de Bruch, Danzas rumanas de Bartok, Danzón nº 2 de Márquez y Danzas húngarasnº 1, 5 y 6 de Brahms. Coro y Orquesta de la Universidad de Huelva. Azahara Escobar (chelo). Dir: Francisco Javier Escobar. Palacio de congresos de la Casa Colón. Lunes, 1 de octubre. Nueve de la noche.

Que la música no falte nunca. Con la apertura del curso 2012-2013, la Universidad de Huelva ofrecía un concierto a cargo de su orquesta. Medio aforo del Palacio de congresos de la Casa Colón y un programa que juntó clásicos bien conocidos y repertorio más selecto; alguna obra haciéndose eco de los últimos proyectos internacionales.

Una lección de musicalidad que servía de tarjeta de presentación fue Kol Nidrei de Max Bruch, en la que el violonchelo solista se adentró con frases elocuentes en un paisaje sonoro cautivador, mantenido por Francisco Escobar en una dinámica que fluctuaba entre el piano y el pianissimo. Con la composición de Bartok se producía un cambio de carácter: la orquesta daba pinceladas en movimientos breves que decían poco a poco al público la transformación que el concierto prometía. Se respiraba mucha confianza entre los músicos; los diálogos entre las familias instrumentales,especialmente dentro del viento-madera, ratificaron que la música es algo que en la vida nos tiene que implicar absolutamente.

Y con el Danzónnº 2 de Arturo Márquez llegó el punto culminante del concierto: delicias tropicales que surgían en la sensualidad de un clarinete que nota a nota fue subiendo la temperatura de la interpretación; se apreció cómo algunos vivían a lo grande episodios del discurso, que en su palpable confianza alcanzaron un estado de exuberancia. Los tutti con percusión determinan mucho el entusiasmo de una orquesta y el público, y esto se intensificaría en la versión repetida cual propina. Además, al hilo de lo que viene haciendo Gustavo Dudamel con la Orquesta Simón Bolivar, la Onubense se iba levantando sección por sección en esa fiesta sonora que hunde sus raíces en la sublevación zapatista. Todo era susceptible de gesticularse simultáneamente.

Por su lado, Brahms tuvo lecturas correctas y audaces. La primera de las Danzas húngaras, con pulso seguro y un timbre que iba moldeando con gusto Francisco Escobar desde el podio. La Quinta, que enganchó al público con su celebérrimo arranque, se hizo a un tempo menos rápido que las interpretaciones convencionales, lo que otorgaría más desenvoltura al conjunto; después los acentos se pronunciaron bastante, incluso se espació mucho los cambios de sección, característica que dio una personalidad a la versión de la orquesta de la Universidad de Huelva. La Sexta se definió con brillantez aunque no dejara de notarse una lectura muy pegada al papel.

Se sustituyó el piano en la obra de Márquez por un sintetizador. Y no entendemos que el Coro de la Universidad actuase sólo al principio: su intervención en el himno universitario, el Gaudeamus Igitur, lo postergó al más estricto protocolo. Ciertamente, el auditorio se quedó con la miel en los labios, y habría sido buena idea darle una participación si no extensa al menos original dentro del programa.

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