El dos de mayo en huelva

Una villa de los Medina Sidonia

  • Capítulo 3. La villa de Huelva estaba en aquella época en manos del duque de Medina Sidonia, que era quien designaba a los alcaldes y a los regidores de la villa.

Las relaciones de Huelva con Sevilla eran inexistentes (el servicio de diligencias o galeras se estableció cuatro décadas más tarde), y los que se aventuraban, por motivos poderosísimos, a la capital hispalense tenían que arriesgarse con los malos caminos y los salteadores que no faltaban. Los visitantes que nuestra villa alcanzaban, se encontraban con varios mesones o posadas situados todos ellos, curiosamente en lo que actualmente denominamos La Placeta.

En la capital liliputiense en que se constituía Huelva en las primeras décadas del siglo diecinueve, los alcaldes que llevaban el timón de la población eran dos y estaban designados, al igual que los Regidores de la Villa, por el Señor de la villa, esto es, el Duque de Medina Sidonia:

Francisco Álvarez de Toledo Osorio Gonzaga y Caracciolo, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Moncada y Aragón, Fajardo, Requesens, Luna, Cardona, Zúñiga, Portugal, Mendoza, Marqués de Villafranca, Duque de Medina Sidonia, Marqués de Villanueva de Valdueza, de los Vélez, de Molina y Martorell, duque de Fernandina, Montarda y Vibonia… correspondiendo como me corresponde la elección libre de diferentes cargos del Síndico de mi villa de Huelva y estando bien informado de que las personas que abajo se expresarán reúnen las prendas y calidad necesarias para que puedan desempeñar estos oficios como conviene al servicio de Dios, el de su Majestad, el mío y el del bien público: por esta mi carta vengo en nombrar por alcaldes para el presente año de 1809 a don Cayetano Quintero y don Manuel del Hierro; para Regidor a don Pedro Vázquez, don Diego Muñoz, don José Díaz y don José Cordero…

En la decisión de los cargos de menor rango (serenos, guardas rurales o montaraces como eran llamados en aquellas calendas, etc.), intervenían el Cabildo, Justicia y Regimiento de la Villa:

En la villa de Huelva a 19 de marzo de 1809 el Cabildo, Justicia y Regimiento de la Villa conviene en saber los señores licenciados don Jacinto Máximo del Mármol Hurtado, abogado de los Reales Consejos; capitán de Guerra don Cayetano Alonso Quintero y Manuel del Hierro, alcaldes ordinarios y don Francisco González, alguacil, como acostumbra, a este Cabildo preciso nombrar un guarda montaraz para que guarde y cele el campo y sembrados por ser muchos los daños que se ha experimentado en ellos…

La parcela educativa contaba con pocos "maestros de primeras letras", destacando por su esmerada labor, que disfrutaba de la general aprobación de los vecinos de la villa, Antonio María Ruiz, quien en 1809 solicitaba se le subiera el raquítico sueldo que percibía:

Don Antonio María Ruiz, maestro de primeras letras con la aprobación de los vecinos de esta villa a V. S. con el mayor respeto, dice que le consta el esmero de su obligación en todo el tiempo que ha tenido y tiene a su cargo la enseñanza de la juventud, sin que en él haya solicitado que el salario, que, como reglamento está señalado a los maestros de primeras letras, se haya aumentado por lo que suplica que actualmente se le aumente, más habiéndose dado el ejemplo de que él…

Antecedentes del 2 de Mayo de 1808

La Corte madrileña no era precisamente espejo de virtudes. La reina (María Luisa de Parma, histérica y ligera) y el valido (Manuel de Godoy) daban el ejemplo; la alta nobleza vivía despreocupadamente una vida de lujos; el príncipe heredero, Fernando, despreciaba al valido y su único punto de mira era alcanzar cuanto antes el trono. Un primer complot preparado por sus hombres de confianza fracasó y dio como resultado el proceso de El Escorial. El triunvirato del Rey, la Reina y Godoy no era muy bien visto por el pueblo. Al Rey, todo lo más se le disculpaba por bueno y engañado, tan vivo estaba en el sentimiento popular el respeto a la monarquía legítima; pero en lo que hace a la Reina, no se la tasaba de la misma forma: se la miraba con franca antipatía. No digamos de Godoy, el "valido inepto" como decían, objeto del odio popular. No se le perdonaba su persecución a los dos grandes ministros de Carlos III, los condes de Aranda y de Floridablanca, ni la de Jovellanos, gran figura intelectual de la época. Las intrigas eran frecuentes en la Corte y el odio al valido aumentaba cada día. Desde París, Napoleón, observaba lo que ocurría en España y se frotaba las manos: con un poco de inteligencia podía anexionarse España.

Y en un santiamén, diversas plazas norteñas españolas quedaron ocupadas. Asimismo, sin la menor justificación, un cuerpo de ejército, al mando de Murat, avanzó hacia Madrid. El ambiente se tornó muy confuso: de las diversas ciudades pidieron órdenes a Madrid, sin obtener respuesta. En la misma capital todo era suposiciones: para unos, las tropas galas venían a deponer al despreciable Godoy, para otros, todo lo contrario, para defender a los viejos monarcas de las acechanzas del príncipe Fernando.

El día 27 de marzo, Napoleón escribía a su hermano José ofreciéndole el trono de España y enviaba una segunda carta a Murat con las palabras siguientes: Debe usted impedir que hagan daño al rey, a la reina y al Príncipe de la Paz. Hasta que sea reconocido el nuevo rey, pienso que me pedirán consejo. Diga usted siempre que no ha recibido noticias concretas. Mientras tanto no deje de darle algunas, diciéndole que tenga a sus tropas bien descansadas, con las raciones de comida al completo y no trate de resolver por sí mismo nada.

Murat se mostró dubitativo. Permitió el gran recibimiento que Madrid hizo a Fernando VII, defendió a Godoy. Mientras, Napoleón consiguió su objetivo: que tanto Fernando VII como los reyes viejos le nombraran juez de la situación. Y José, el hermano mayor, que era rey de Nápoles, aceptó el trono de España.

Con una política premeditada e inteligente, Napoleón consiguió que Carlos IV firmara bonachonamente la renuncia a la corona que le cedía a Napoleón, "el único que podía restablecer el orden en España". El emperador la ofrecía a su vez a su hermano José y mandaba a descansar a Fontainebleau a Carlos IV, María Luisa y Godoy. A Fernando VII y su séquito a Valençay.

Porque Murat, en carta del propio emperador, había recibido la orden de: …Manda acá a Antonio y a los demás infantes de la Casa…, y al intentar cumplirla provocó el estallido del 2 de mayo, que no esperaban ni Napoleón ni los viejos monarcas españoles.

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