El dos de mayo en huelva

Huelva en la Guerra de la Independencia

  • Capítulo 1. El 2 de mayo de 2008 se celebra el segundo centenario de la Guerra de la Independencia; la provincia de Huelva no estuvo ajena a los acontecimientos

La población de Huelva apenas si llegaba a las dos mil almas en los inicios del siglo XIX. Era una villa notable por su pujanza pesquera, artesana y campesina.

Abundaban en ella los maestros, oficiales y aprendices que se dedicaban a las manufacturas de los enseres propios de la pesca, a la construcción de embarcaciones en sus humildes astilleros y había varios industriales dedicados a la fabricación de carros (para el transporte de la abundante producción agrícola que ofrecían los huertos enclavados en las proximidades de la villa) y toneles (era una ciudad totalmente cercada de viñedos) para su producción vinícola. En la parcela bélica, Huelva poseía su castillo en el que nos vamos a detener unos renglones para describirlo y conocer sus últimos latidos históricos:

Su fábrica era de tapial y ladrillos en su mayor parte, dada la escasez de piedras en esta zona.

Su trazado lo conocemos a través de los planos que se conservan en distintos archivos, sobre todo el de Simancas. La planta formaba un cuadrado de unos treinta y siete metros de lado, con cinco torres, cuatro de ellas en las esquinas y una de ellas (la del Homenaje) en el centro de la fachada principal, que albergaba la puerta de entrada al patio de armas.

Las alturas de las torres oscilaban entre nueve y quince metros y los nombres que recibían en el siglo XVII eran: del “Canuto”, por ser de planta octogonal; de las “Cuatro Tinajas”, por tener cuatro tubos o garitas cilíndricas en sus muros; de la “Reina”, porque en ella nació y vivió su niñez doña Luisa María Pérez de Guzmán y Sandoval, que por su matrimonio con el VIII Duque de Braganza fue Reina de Portugal; la de la “Botica”, que era la del Homenaje, y la de la “Mazmorra”, que indica claramente su siniestro destino.

La fortaleza ocupaba una superficie aproximada de tres mil metros cuadrados.

Siguiendo la nota característica de este tipo de construcciones, en el centro del castillo había un aljibe, de gran utilidad en las épocas en que estuviese la fortaleza cercada.

A lo largo del siglo XVIII y primer tercio del XIX no nos cabe la menor duda sobre la existencia del Castillo de Huelva, según lo acreditan los testimonios historiográficos de Juan Antonio Jacobo del Barco y Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho, así como otras fuentes documentales.

El castillo situado en la cúspide del cabezo del mismo nombre, junto a la iglesia de San Pedro fue a lo largo de los siglos eficaz arma defensiva que mantenía a raya a las flotas enemigas (sobre todo francesa e inglesa), ya que dominaba con sus cañones la población y su puerto. A raíz del terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755, el castillo quedó seriamente dañado. A esto se unía las consecuencias de la expansión urbana que exigía ampliar los límites rompiendo el cinturón de lo que había sido “barrio alto”. De ahí que en las fechas de la ocupación francesa, al disminuir su capacidad defensiva, al retirarse de nuestra villa las cohortes galas no tuvieron que derruir lo que de él quedaba. Con respecto a lo que había sido el eficaz baluarte de la Estrella, situado en las proximidades de lo que actualmente es la Plaza XII de Octubre y auténtica defensa del peligro llegado por mar, también era inminente su ruina por lo que tuvo poca incidencia en la guerra contra las tropas napoleónicas. De cualquier forma, Huelva era un enclave de cierta importancia estratégica. Éstas fueron algunas de las causas de que los franceses se fijaran en ella y quisieran atraerla con parabienes y azucaradas promesas. Pero ante la inesperada resistencia de los huelvanos, aquellos halagos y obsequios se cambiaron muy pronto por amenazas y violencias.

En Huelva, aparte de algunas familias patricias, había agricultores y ganaderos, pero no tanto como pescadores y comerciantes, por lo menos en el interior de la ciudad, en la que habían calles casi exclusivamente habitadas por hombres pertenecientes al Gremio de Mareantes, como las de Miguel Redondo, Enmedio, San Francisco… El gremio de los artesanos también aportaba al Padrón Municipal muchos vecinos. En este sentido, debemos añadir que la alfarería huelvana seguía siendo muy alabada por soportar altos grados de cocción y facilitar la larga duración de los alimentos. De esta manera, tradicionalmente siempre hubo fábricas de ladrillos en El Ventolín, la Vega Abajo y Cardeñas. No muy lejos de las fábricas de ladrillos y tejas, se asentaban en una considerable extensión, las salinas de Huelva, que continuaban proporcionando buenos dividendos a sus propietarios y al Estado, que controlaba el impuesto que llevaba la sal en el edificio llamado “El Alfoli”, situado en la calle San José, en estas fechas en plena pujanza. Sobre todos ellos se extendía la poderosa influencia del clero regular y secular (Conventos de las Agustinas, la Victoria, la Merced…) que desde sus ricos y vetustos conventos intentaban derramar su fe, su ciencia y su celo misionero por todos los rincones de la entonces villa. Algunos de estos clérigos menores estaban muy preocupados por demostrar su hidalguía y limpieza de sangre entre sus ascendientes.¡Ah! añadamos que en estos inicios de siglo la iglesia de la Santa Cruz era sólo un recuerdo enamorado de la historia de Huelva, ya que desapareció hacia el año 1775.

La situación económica dependía de las circunstancias metereológicas del momento. Así, en épocas de tempestades se dejaba sentir una fuerte crisis al no poder salir los barcos pesqueros a faenar y una alarmante disminución del comercio al quedarse amarrados en el puerto los bergantines y faluchos de cierta envergadura, capaces de desplazarse a las costas de Francia y a otros puntos más lejanos. En tales casos las autoridades y los conventos debían repartir más de mil raciones de sopa o pan gratuitas todos los días.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios