Tribuna de opinion

La suerte de ser lector

Una de las librerías de la ciudad de Huelva.

Una de las librerías de la ciudad de Huelva. / JOSUÉ CORREA

La lectura y el libro siempre han gozado de buena prensa. La imagen de una persona leyendo, en un lugar retirado absorto en la lectura, me parece similar a la de un monje o una monja orando al pie de una cruz, alejándose de este mundo para situarse en un nivel superior en el que lo material pasa a un segundo plano. La lectura es tan necesaria, si no más, para la salud, como el caminar o hacer ejercicio, sin embargo pocas veces se oye decir que el médico haya recomendado a un paciente que lea una hora al día y sí, siempre, que hay que andar, llevar una dieta equilibrada o dormir una serie de horas. Leer fomenta la paz interior y proporciona el sosiego necesario para conseguir la armonía del espíritu y del cuerpo, imprescindibles para la salud de ambos. La lectura es el mejor ansiolítico posible y un fármaco capaz de combatir esa pandemia que asola a la humanidad y que lleva decenios en franca expansión: la ignorancia.

Y hablando de ignorancia, para quien no lo sepa, la palabra ignorante procede curiosamente de un personaje del mundo clásico gran poseedor de libros. Luciano de Samosata, describe en esta obra a un personaje llamado Ignorante que compraba y acumulaba libros que nunca leía. Además de idiota, como persona parece ser que dejaba mucho que desear. Así que no es nada nuevo el hecho de comprar y regalar libros, pero nunca leerlos. No por ello, los libros dejan de causar admiración entre los no lectores o los que no los poseen. Es frecuente la clásica pregunta del no lector en presencia de una gran biblioteca personal acerca de si se han leído todos esos libros, incluso el asombro que son capaces de producir en los que ven en los ellos un mundo ajeno e irreal, como expresaba aquél personaje de la obra Curro y los aparceros, de José y Jesús de las Cuevas, que al ver tantos libros en el despacho de un notario, no se le ocurrió otra cosa que exclamar: ¡Qué lástima de jornales perdíos”.

El virus lector, como suele calificarse al hábito de leer, afecta de manera azarosa a determinadas personas y, dentro de los afectados, lo hace a unos con mayor intensidad que a otros. Es diferente de ese otro virus que es el de la bibliofilia o el coleccionismo de libros y ediciones. Son patologías diferentes que afectan a clases sociales diversas y sus consecuencias son distintas. La lectura siempre es buena, suelen decir algunos, pero habría que matizar que efectivamente leer es recomendable e imprescindible, como el comer, pero no todo lo que se lee ni todo lo que se come es sano ni como se dice ahora, saludable. Existen lecturas indigestas de la misma forma que alimentos poco recomendables.

El libro, a pesar de todo, es una poderosa arma terapéutica. Así lo definí en mi Discurso de Ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras e incluso pretendí introducirme en un mundo que llamé biblioterapia. No es esta una terapia alternativa de las que están tan en boga, sino una auténtica forma de curación a través de la lectura, aunque como puede ocurrir con cualquier otro medicamento, no está exenta de efectos secundarios. Su evitación depende de la experiencia personal o de la buena orientación del terapeuta. Y nadie está exento de presentar algún contratiempo imprevisto, pero el metabolismo lector se va acondicionando con el paso del tiempo, o de las páginas, y el desarrollo de la inteligencia se encarga de hacer el resto.

Leer es siempre, si no bueno, al menos pacífico y silencioso. Acudiendo al refranero y a ese terrorífico y mezquino difama que algo queda, sería bueno recomendar la lectura porque de ella siempre algo queda. En estos tiempos de pandemia que pocos se atreverían a predecir hace unos años, ser lector es un regalo de los dioses. Aquellos que estén tocados por la varita mágica del hada de la lectura, por no desmerecer llamándole virus, se pueden considerar agraciados con esa especie de vacuna que es el libro y que inmuniza frente a enfermedades tan graves y expandidas como son la ignorancia y la soledad.

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