Huelva, puente entre dos mundos

¿Por qué y para qué debemos conmemorar el 3 de agosto?

  • Rememoremos la partida de las tres carabelas. No para celebrar una conquista, sino para que recordemos que tal evento histórico, que lo es, propició el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo

Cartel anunciador de las “Grandes Fiestas en Huelva” de 1892. (Archivo Municipal de Huelva, Fondo Diego Díaz Hierro).

Cartel anunciador de las “Grandes Fiestas en Huelva” de 1892. (Archivo Municipal de Huelva, Fondo Diego Díaz Hierro).

Si la pandemia actual no nos hubiera aguado la fiesta hoy estaríamos disfrutando de Las Colombinas y, como colofón, la noche se iluminaría con los fuegos artificiales. Algunos dirán que es un contrasentido y hasta una ofensa, ahora que lo español suena a rancia opresión europeísta; ahora que las estatuas del Almirante de la Mar Océana caen de sus pedestales. El odio antiimperialista se ha extendido a Hernán Cortés, del que este mes se conmemoraría su victoria en Tenochtitlán, a fray Junípero Serra, defensor de los indios y predicador en las Californias, o al moguereño Alonso de Ojeda, que dio nombre a la actual Venezuela,... Y nosotros aquí, contracorriente, ensalzando a Cristóbal Colón y sus carabelas en el día en el que comenzó todo.

Dicen que el mal ha de existir para que triunfe el bien, que el yin se complementa con el yang para dar equilibrio a la existencia. Usando la dialéctica hegeliana, toda tesis necesita de una antítesis para alcanzar la síntesis, y la nuestra es el triunfo de la memoria y la aceptación de nuestro pasado. Conocerlo para aprender de él, de sus aciertos y sus errores, y así comprender nuestro presente y afrontar el futuro. ¿No fue acaso una proeza cruzar el océano Atlántico sin la certeza de sus dimensiones, de sus corrientes y vientos, del rumbo a seguir,…? Bueno, todos intuimos que algo sabían los marinos onubenses y algarvinos.

Toca pues conmemorar una hazaña que se inició a orillas del río Tinto, sin que ello implique que ensalcemos y nos vanagloriemos de todo lo sucedido. Recuérdese que hace más de un siglo nació la Real Sociedad Colombina Onubense, con la voluntad de poner en valor la contribución de la provincia al Descubrimiento de América y allanar el camino para la conmemoración de su IV Centenario. Así surgió nuestra fiesta. Es evidente que el historicismo decimonónico se aleja de los valores actuales, aunque la esencia de aquella conmemoración permanece intacta. Entonces, como ahora, primó el legado compartido con los países hermanados por la Gesta Colombina; entonces, como ahora, se reclamaba un mayor reconocimiento a la herencia hispana. Por eso las banderas y la tierra de todas las naciones iberoamericanas comparten espacio en el Monasterio de La Rábida; por eso sus jardines y su entorno son un compendio de lo Hispano, con mayúsculas.

No hay que olvidar el esfuerzo personal y colectivo de los onubenses, el de los marineros que se embarcaron y el de las esposas, hijos y demás familiares que los vieron partir; el esfuerzo económico de quienes fletaron los barcos y el de quienes los construyeron o repararon, sustentado en siglos de actividad pesquera y comercial de los pueblos de nuestra provincia.

¿Y del otro lado del océano? Hubo pueblos oprimidos y los hubo liberados; hubo epidemias, pero también nuevos cultivos y ganados con los que saciar el hambre; el cristianismo se impuso sobre las religiones preexistentes, pero con él se expandieron sus valores de liberación y reconocimiento de los derechos del hombre. ¿No eran acaso descendientes de españoles los adalides de la independencia de los nuevos estados americanos? ¿No fue en español como se redactaron sus declaraciones y constituciones? Hubo hechos deleznables que han de valorarse en su justa medida y en su contexto temporal y social, pero también hechos que contribuyeron a mejorar la calidad de vida de quienes, no lo olvidemos, se unieron a los europeos en la construcción de una sociedad multicultural, germen de las naciones actuales.

Nuestro pasado es el que es, con sus luces y con sus sombras, y negarlo o revestirlo de rosa no lo va a cambiar. No le funcionó a los griegos con el ostracismo, ni a los romanos con la “damnatio memoriae”. Quitar una estatua o una placa, cambiarla por otra más acorde con el sentir popular, podrá ser una decisión política más o menos acertada desde una perspectiva electoral, pero la historia, como los ríos, fluye y fluye hasta retomar su cauce y hacerse evidente.

¿Habría que derribar el monumento a Colón por trasnochado y retrógrado? Que se lo pregunten a Miss Whitney, que lo concibió desde el reconocimiento a las culturas azteca, maya, inca y cristiana.

Lo correcto, lo racional, lo constructivo, es conocer el pasado y revisar los testimonios que nos han quedado para comprenderlo mejor. Las pruebas están ahí: Los restos arqueológicos, los documentos de archivo, lo libros de las bibliotecas, las representaciones artísticas, los testigos del pasado reciente, la cultura popular,… No para usarlos a nuestro antojo, sino para analizarlos y estudiarlos de forma objetiva; para que la sociedad los ponga en valor.

¿Y las Fiestas Colombinas? Dejémoslas en el almanaque y sigamos conmemorando la partida de las tres carabelas. No para celebrar la conquista, sino para conmemorar que tal evento histórico, que lo es sin lugar a dudas, propició el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo y, con él, el nacimiento de lo que hoy calificamos de hispano, iberoamericano y hasta latino.

Celebremos y alegrémonos de que tenemos un legado compartido aquende y allende la mar, de que Cristóbal Colón, acompañado y hasta aleccionado por los marinos onubenses, dio el primer paso en un camino que ha llegado hasta nuestros días y que, esperemos, tenga un largo recorrido.

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