La ciudad diseñó hace un siglo el paseo para subir a El Conquero
paseo por el conquero (I) | desde la cuesta del carnicero y la antigua calle san andrés
Marca la expansión hacia la zona alta como lugar de esparcimiento que más tarde se completa con el Parque Moret El viejo y monumental instituto La Rábida es referente del primer tramo







Subir a El Conquero es una de las invitaciones más sugerentes que se pueden hacer en este tiempo de primavera, cuando todo está verde y florido. Antes de que el verano, con el calor de los días y el cegador sol, lo convierta en pastos. Sin saber en qué momento pueda salir ardiendo, aunque los incendios parece que cada vez son menos, señal de que hay una mayor concienciación del valor paisajístico que tiene.
Iniciamos este caminar por El Conquero, que realizaremos durante varias semanas, desde el encuentro de dos calles, la del paseo de Buenos Aires y Menéndez Pidal, donde se levanta el monumento a Manuel Siurot, en este arranque del paseo que lleva su nombre y que termina en el santuario de la Virgen de la Cinta. Y subimos la cuesta del instituto para llegar luego hasta la cima de El Conquero, donde en verdad empieza el paseo mirando a la marisma.
Antaño el punto de entrada o subida hacia El Conquero lo marcaba la calle San Andrés, que se constituía a lo largo de los tiempos en el acceso a la ciudad romana, siguiendo paralelo a ella el viaducto que acercaba el agua y hoy uno de sus tramos se puede ver en el edificio Moliere. La zona ha sufrido un gran cambio, el único testigo de aquel punto es el viejo algarrobo metido ahora en la rotonda de Juan Ramón Jiménez. Desde aquí , utilizando la postal de Amador del Pino titulada Cabezos: El Conquero, miramos hacia la llamada cuesta del Carnicero -hoy paseo de Buenos Aires- que unía la zona baja de la ciudad, la de la Merced, con el barrio de San Sebastián, donde se encontraba en la calle Jesús de la Pasión la carnicería.
La postal tiene una gran belleza por la limpieza de elementos que hoy ocultan tanto el cabezo de San Pedro, o del castillo, y el de Mondaca. Entre ambos, como si quisieran estar de nuevo unidos, se divisa la marisma, mientras un carro baja por un camino de tierra.
Añade al interés de esta imagen que se pueda ver varias cuevas horadadas en el cabezo. Lejos de ser una construcción típica, solo constituía el refugio inseguro de gente humilde. Al arcipreste Manuel González García, le preocupaba su feligresía de San Pedro y en su biografía se cuenta el acercamiento hacia los moradores de aquellas cuevas. El relato ofrece una idea de aquella situación, una tarde salía de la parroquia para dirigirse a "la falda de los cabezos, aquellos montículos que dominan a Huelva, (donde) está la Cuesta del Carnicero, un grupo de cuevas excavadas en a tierra donde moran los gitanos. Ha llegado a las puertas. Va solo. Lo gitanos, sorprendidos por aquella visita extraña, se esconden en el fondo de sus hórridas viviendas. Y por más que don Manuel se esfuerza por atraerlos con frases de cariño y campechanía, la prevención y extrañeza de los gitanos desaparece. Ni él entendía aquel lenguaje, ni ellos las palabras de ingenioso apóstol. Aquella tarde fracasó, había que repetir la visita y ganar palmo a palmo su confianza".
Narciso Magdaleno García, en su libro Mescolanza de 1897, dice al referirse a estas cuevas que era "un pequeño barrio, a semejanza de una colonia, fuera del recinto de la ciudad, compuesto por seis u ocho mezquinas viviendas, levantadas en el seno de una inmensa montaña que en este punto se eleva".
Sin embargo, esta zona que se muestra degradada se convertirá en lugar para la Cultura con la llegada, primero, del instituto de enseñanza media La Rábida, y luego del Colegio Santo Ángel. Más tarde el instituto Diego de Guzmán y Quesada. Una zona que pasará de albergar cuevas a modo de vivienda a convertirse en una ciudad jardín, según proyecto de José María Pérez Carasa, del plan de 1929, aunque no llega a desarrollarse en la amplitud pretendida. Más allá de los chalé del paseo de los Naranjos o de la calle Pedro Gómez, al margen de la subida por la cuesta se levantaron hermosas edificaciones como la que aparecía al principio. Un castillo sobre el cabezo, hoy su lugar lo ocupa el Centro de Gestión de Tráfico y las nuevas viviendas de Villa Conchita.
Aquel palacete de estilo neoplateresco tenía un aire encantador, con elegante y airosa torre, era la residencia de Francisco García Morales, que fuera hermano mayor de la Cinta en los años veinte. En época de la dictadura se ubicó aquí el internado del Frente de Juventudes, para niños huérfanos y pobres. El edificio fue utilizado como Colegio Menor en 1951 hasta 1960. Abandonado con el tiempo, su deterioro se fue agrandando hasta que lo derribaron en los ochenta y Huelva perdió uno de tantos edificios con estilo de una época.
Cerca se encuentra el edificio donde se ubicó la Sección Femenina, del arquitecto Antonio Domenech Pastor y construido en 1945. En su estado original era de influencia francesa del siglo XIX, inspirado en los balnearios de la época. En la actualidad es un híbrido que conserva parte de la fachada primitiva que conjuga con el nuevo diseño de Fermín Redondo Martín, que lo restauró de 1988 a 1991, y acoge la sede de la Delegación de Industria de la Junta de Andalucía.
Queda otro chalé en la zona bastante interesante por su amplia finca con hermoso jardín y por su construcción. Se trata de la antigua vivienda de Félix Vázquez de Zafra, en la actualidad colegio Santo Ángel, que lo adquirió el 2 de septiembre de 1957. Construido en 1930, es uno de los proyectos más interesantes de José María Pérez Carasa. Utiliza los elementos característicos de la arquitectura de la ciudad anterior a los treinta y deja ver una clara influencia del modernismo catalán.
En otro interesante chalé se encuentra el Colegio Montessori, un centro que se puso en marcha en 1965, en la edificación que ya estaba construida.
Pero cerremos este inicio de subida hacia El Conquero en el viejo instituto. Necesitado todavía de la prometida rehabilitación, cuyos fondos nunca llegan y eso que no es un centro privado. Se inauguró el Instituto de Segunda Enseñanza en el curso 1933-1934, no sin una larga espera de años de paralización y movilizaciones estudiantiles para conseguirlo. Una iniciativa del catedrático Félix Andoiz González, profesor de Filosofía del instituto, y del empresario de la ciudad Juan Mascarós. Las obras se reanudaron en plena República y fue inaugurado por el ministro de instrucción Pública Fernando de los Ríos.
La zona ha sufrido un gran cambio, queda como referente el viejo algarrobo hasta donde llegaba la calle San Andrés. Ahora todo es un gran espacio marcado por la amplia rotonda del monumento a Juan Ramón Jiménez, que parece hablar por el móvil. Lejos quedan los cabezos de San Andrés o el viejo callejón de Fray Junípero Serra. Así se pudo continuar la conexión entre la zona baja de la antigua Cuesta del Carnicero hacia Las Adoratrices y el nuevo Polígono de San Sebastián.
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