'War room'

Las campañas en tiempos de fragmentación del voto

  • El multipartidismo da lugar a la fragmentación del voto, y ésta implica importantes consecuencias en la composición de los parlamentos y en la elección de los gobiernos

Las campañas en tiempos de fragmentación del voto

Las campañas en tiempos de fragmentación del voto

Un político independiente indio lloraba amargamente en televisión tras recibir sólo 5 votos. El hecho de que no lo hubiera votado ni su familia de 9 miembros no era el motivo del llanto, sino el supuesto pucherazo que el otorgaba tan exiguo resultado y que lo dejaba en ridículo delante de su comunidad y, gracias a este vídeo viral, del mundo entero. Tan sólo un puñado de votos más, 31, ha obtenido el partido menos votado en las elecciones del 10N, en las que han concurrido 63 candidaturas. La fragmentación del voto es sinónimo de incertidumbre electoral y obliga a los partidos a reorientar sus campañas políticas. Este tacticismo se extiende hasta la propia mesa de negociación de los pactos postelectorales.

Hasta 2015, la hegemonía de PSOE y PP permitía que, tras las elecciones, se pudieran conformar gobiernos sin muchas complicaciones. Las mayorías absolutas o los acuerdos con partidos nacionalistas otorgaban estabilidad a unos ejecutivos que se formaban sin que mediaran las palabras pactos, diálogo, negociación o acuerdos. Mientras existió, el bipartidismo tenía mala prensa, pero ahora que la fragmentación del panorama político español obliga a la repetición de elecciones y a la escenificación de conversaciones que parecen no tener fin, muchos electores echan de menos aquella etapa en la que todo parecía más fácil.

Pero también para los partidos políticos está suponiendo un reto. El multipartidismo da lugar a la fragmentación del voto, y ésta implica importantes consecuencias en la composición de los parlamentos y en la elección de los gobiernos. El modelo electoral español tiende a sobrerrepresentar a las provincias más despobladas para equilibrar el peso estratégico de los territorios, y la fragmentación actual tiende a aumentar esa desproporcionalidad, cayendo en saco roto muchos de los votos de las circunscripciones más pequeñas.

Tras las elecciones del 10N, un total de 16 partidos han conseguido representación en el Congreso, de los cuales, 6 acumulan el 90,8 por ciento de los escaños, mientras que el resto de partidos políticos suman el 9,1 por ciento.

La estabilidad (o más bien la falta de ella) es la principal consecuencia del multipartidismo sobrevenido en los últimos años, lo que ha dado lugar a auténticos problemas para formar gobierno e incluso a la repetición de elecciones con la esperanza de obtener mejores resultados. Sin embargo, no todo es negativo. La fragmentación del voto también posibilita una mayor representación al existir un mayor número de partidos que defienden ideas políticas distintas y con los que los ciudadanos pueden sentirse representados. Además, la necesidad de llegar a acuerdos entre partidos permite un mayor control al gobierno y pueden limitarse los abusos de poder, al menos en teoría.

Un reto para los estrategas

En el nuevo contexto electoral, los partidos se ven en la obligación de modificar sus estrategias a la hora de plantear las campañas. El estratega Carles Salom narra en la revista Más poder local su experiencia en la campaña electoral de Quito, donde competían 18 contendientes, de los que 5 tenían opciones reales de triunfar. En su opinión, en un contexto de alta fragmentación electoral existe una mayor volatilidad del voto, lo que supone “un reto para quienes nos dedicamos a la estrategia electoral”.

En un contexto de alta fragmentación electoral, Salom basa la estrategia de campaña en el control de una serie de aspectos clave. Tener calculado el voto duro de cada uno de los contendientes es el primer paso ya que, quien tenga el voto más consolidado, sin duda tendrá un camino más sencillo al final de la elección.

A cuántos electores, matemáticamente, podemos conquistar es la segunda cuestión que hay que tener clara. De aquellos votantes que se van a ir moviendo de bando, hay que saber a cuántos se pueden llegar a convencer, cómo son y dónde están.

Una vez claro los dos puntos anteriores, el siguiente paso es crear los mensajes y decidir los canales más adecuados para afianzar y movilizar al voto duro, y para llamar la atención de los electores aún indecisos.

Realizar estrategias de comunicación que nos ayuden a transmitir la sensación de que estamos entre los posibles ganadores para más adelante apelar al voto útil es otro aspecto a tener en cuenta, junto con un conocimiento profundo del elemento diferenciador de la campaña y del candidato para explotarlos al máximo. El último punto a tener en cuenta es una buena gestión de los medios de comunicación y un buen timming de acciones de impacto con las que conseguir espacio para llamar la atención del público al que nos queremos dirigir.

Para cuando se haya desatado la campaña electoral, Carles Salom afirma que se producen los primeros grandes movimientos de indecisos y será el momento de recalcular las posiciones de los diferentes candidatos, analizar las narrativas, definir quién es el enemigo a batir a partir de ese momento e iniciar la campaña de conquista del electorado.

A partir de entonces entran en juego muchas variables que hay que tener en cuenta, si bien Salom considera que lo fundamental es un buen método matemático-estadístico que permita conocer a la perfección quién es, cómo es y dónde se encuentra nuestro electorado.

La fragmentación del voto tiene consecuencias directas sobre la generación de consensos. Al existir una gran cantidad de partidos en competición, es casi imposible obtener mayorías suficientes para gobernar en solitario, abriéndose la puerta a gobiernos de coalición. Como consecuencia de ello, la estabilidad del sistema es débil, y por tanto la necesidad de acuerdos es constante. Las elecciones anticipadas son a veces la única salida posible a situaciones de bloqueo de las políticas públicas.

Por tanto, la campaña no termina el día de las elecciones, sino que las miras están puestas en los pactos postelectorales. Llegar a la mesa de negociación con la mejor situación de fuerza electoral posible (número de electores/escaños) y una narrativa que facilite el consenso son factores que deben estar presentes durante todo el proceso electoral para evitar que algunas afirmaciones pronunciadas en el fragor de la batalla persigan al candidato hasta incluso después de haber alcanzado el acuerdo.

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