El bar nuestro de cada día
Los hosteleros frente al coronavirus
El 8% de los establecimientos hosteleros de Huelva ya ha cerrado a consecuencia de la crisis sanitaria mientras el resto resiste “como puede” y lamenta la falta de respuesta a sus problemas
Los bares de Huelva tienen un grupo de Whatsapp. Bueno, los bares no pueden tenerlo: sus propietarios (seguramente no todos, pero sí muchos) tienen un grupo de Whatsapp. Aunque, pensándolo bien, sí que es de los bares. Porque un bar, aquí, es algo personal, de uno. Como un amigo. Un bar es un punto de encuentro, un lugar donde se está bien y que a menudo tiene un propietario con el que se habla como con alguien de la familia. Uno le cuenta sus penas y el otro lo escucha atentamente mientras oye las penas de otro y sirve una cerveza al siguiente de la cola, que también contará su batallita del día. Los bares escuchan, lo han hecho siempre. Por eso todos los echaron tanto de menos cuando cerraron. Por eso uno se siente algo triste cuando el bar de siempre echa la persiana hasta nunca. Pero, claro, sus dueños tienen un grupo de Whatsapp porque ellos no solo son sus bares, sino sus problemas, sus familias, su dinero, sus frustraciones. Allí se cuentan cosas y se escuchan unos a otros, como hacen con sus clientes. Se informan de cómo será la próxima ayuda, de si habrá nuevas restricciones, de si se puede o no servir una copa a la tarde, de si funciona bien el cacharro del filtro HEPA. Allí se enfadan, se muestran tristes o preocupados o se desahogan porque su situación no es nada fácil. Porque lo están pasando mal y nadie, se lamentan, les escucha realmente.
Primero, el contexto: en la provincia de Huelva han cerrado aproximadamente un 8% de establecimientos hosteleros, directamente como consecuencia de la pandemia. Cerrado de cerrar, de fin de la aventura, de acabar con el negocio. A este 8% inicial “no hay que descartar que se vayan sumando nuevos cierres, pues las limitaciones de aforo, movilidad y horarios siguen provocando pérdidas en las empresas”. Lo dice Rafael Acevedo, presidente de la Asociación Provincial de bares, restaurantes y cafeterías (Bareca), que convive cada día, por experiencia propia y ajena, con el grave problema que está causando del sector hostelero y que probablemente irá a más: muchas (empresas) auguran no poder soportar a corto plazo más pérdidas, por lo que “si la situación no mejora mucho y pronto, muchas de ellas se quedarán en el camino”. Más datos: el sector hostelero en la provincia de Huelva ha perdido aproximadamente 5.600 empleos directos desde que el primer cierre de actividad (el total de marzo), según los datos de Bareca. Eso quiere decir que un 47,8% de los onubenses que trabajaban en la hostelería el pasado año están en el paro: “Es un auténtico descalabro del sector”, confiesa Acevedo, para quien resulta evidente que “hay que tomar medidas, no sólo para parar esta tendencia, sino para crecer y llegar a los datos de empleo que teníamos en el año 2019”, cuando había 18.188 personas trabajando en el sector en Huelva.
¡Pero si hay ayudas!, pensará más de uno. Las hay, sí, pero la descripción de Acevedo no puede ser más gráfica: “son como una tirita en una hemorragia, no son suficientes” y, para colmo, llegan tarde: “A fecha de hoy la gran mayoría de autónomos y empresas del sector de la hostelería no han recibido ayudas por parte de la Junta de Andalucía, y en cambio, en el resto de comunidades autónomas, desde mayo de 2020, ya se estaban ofreciendo ayudas directas a las empresas para sostener sus gastos de mantenimiento. Nosotros necesitamos un plan de rescate integro y real, no anuncios de miles de millones que después no llegan”, lamenta el presidente de Bareca, que apuesta por las ayudas directas que permitan a las empresas “tener un balón de oxígeno durante el tiempo que duren los cierres o restricciones, para que se puedan realizar el pago de seguros sociales, alquileres, suministros, etc”. También sería necesario prorrogar los ERTES hasta finales de 2021, creen desde Bareca, además de una reducción del IVA de la hostelería al 4%, como han hecho otros países de la Unión Europea. “No pueden exigirnos abonar tasas, pago de tributos, IRPF o las cotizaciones a la Seguridad Social”, replica Acevedo, “teniendo como tenemos tantas limitaciones y condiciones para trabajar”. El sector lleva denunciando desde que comenzó la pandemia “la improvisación de las administraciones” a la hora de imponer los cierres y restricciones de actividad sin tener un plan de rescate previsto y creen que va siendo hora de que cuenten con ellos.
Ayudas al sector
"Necesitamos un plan de rescate integro y real, no anuncios de miles de millones que después no llegan"
Piensa lo mismo Luis Francisco García Catalán, propietario del hotel y restaurante Essentia de Aracena: “se apela a que son los expertos los que recomiendan las medidas que se toman”, pero lo cierto es que “a menudo parecen arbitrarias: se puede ir a esquiar a Sierra Nevada pero no desplazarse a la Sierra de Huelva, por ejemplo. Son agravios que no comprendemos” porque, asegura García Catalán, “no se nos dan argumentos reales para justificar las decisiones”. La situación en la Sierra es “trágica” por la prohibición de movilidad entre provincias: “el cliente principal en esta zona es el turismo que llega de otras provincias, además de desde la propia Huelva, y en estos momentos su presencia es nula” tanto en Aracena como en los pueblos pequeños en los que “el problema es aún peor”.
El caso de Essentia es especialmente llamativo. La empresa realizó el año pasado una importante inversión (alrededor de 200.000 euros) en la ampliación del alojamiento del hotel y, especialmente, en una reforma del restaurante con la que pretendían convertirlo en un punto de referencia de la hostelería serrana. Es cierto que lo es, pero hay muy poca gente que pueda atestiguarlo. De los 14 empleados habituales del Hotel Restaurante solo quedan cuatro, y eso los fines de semana. El restaurante no se llena, y lo que se llena está limitado por las restricciones de aforo. “Arrancamos con el local reformado, en junio, con unas expectativas altas. Fue muy bien durante el verano, pero llevamos medio año de vacío” por los cierres decretados durante la segunda y la tercera ola. Y sí. Durante ese tiempo ha habido que seguir pagando financiación, luz y agua, mantenimientos, controles sanitarios, suministros… “Los gastos fijos siguen ahí, pero no hay ingresos suficientes para afrontarlos”, confiesa García Catalán. Para colmo, con ellos vienen también los impuestos, implacables como siempre y que llegan con recargo “si no eres capaz de pagarlos a tiempo, que es lo que ocurre la mayoría de las veces en esta situación”. Las ayudas, o no llegan o son “claramente insuficientes”, y además “no se tiene en cuenta a las asociaciones que nos representan, que podrían aportar muchas ideas”. García Catalán pide que las decisiones se tomen “con tiempo” para que la hostelería tenga una mínima opción de prepararse de forma adecuada a la normativa que se imponga en cada momento. Es casi una súplica: “No podemos andar con imprevisiones con la que tenemos encima. Estamos asfixiados y no podemos seguir así”, afirma el hostelero, que a pesar de todos los problemas no quiere cerrar: “tenemos que seguir abiertos, primero porque hay cosas que pagar; segundo porque no podemos permitirnos perder todo lo que habíamos conseguido”. Por delante queda la esperanza de un verano mejor en el que “lleguen las ayudas, mejore la situación y podamos estar abiertos sin restricciones para recuperar al personal que hemos tenido que mandar a la calle”.
Ertes y préstamos
La heladería ’19 palmeras’ no necesita presentación. Posee reconocimientos nacionales e internacionales como una de las mejores de España y del mundo. Eso lo sabe toda Punta Umbría de toda la vida, y también en Huelva, donde tienen otro establecimiento. Entre los dos, la empresa da trabajo a treinta personas. No es poca cosa, no, y por eso mismo la losa pesa más cuando no hay con qué pagarles. A costa de préstamos (ICO y de los otros), Jesús López Gil y su socio consiguieron mantener viva una sociedad durante los dos meses y medio de cierre forzoso, y a costa de préstamos (ICO y de los otros) y de un trabajo incansable el negocio sigue sobreviviendo.
“Lo hemos pasado muy mal”, sentencia el copropietario de ’19 palmeras’, “pero estamos muy orgullosos de haber mantenido a todos nuestros trabajadores” con un ERTE a la plantilla que, uno a uno, han ido volviendo a incorporarse a sus puestos de trabajo. Aunque no hay aquí ninguna victoria, claro: “seguimos luchando porque esto aún no de ha terminado”, dice Jesús López, “y con miedo a que nuevas restricciones terminen por arruinar el negocio”. No solo el suyo, sino el de “miles de empresarios que estamos al límite”, especialmente en zonas costeras como Punta Umbría, que tanto dependen de los viajes desde otras provincias. “Se ha perdido ya entre un 70 y un 80% de la facturación en el sector de las cafeterías y heladerías”, apunta, “así que en cualquier momento cualquier nueva restricción puede acabar con muchas empresas”.
El futuro
“Las perspectivas no son buenas, pero sabemos que tenemos que seguir mientras el cuerpo y el dinero aguanten”
Luego están los gastos, claro, que esos no se confinan: “los alquileres siguen siendo altísimos, casi insostenibles en muchos casos” y en estas condiciones es muy difícil llegar siquiera a afrontarlos sin endeudarse. Para colmo, muchos propietarios ni siquiera se plantean una rebaja, y “aunque estamos intentando que (en este caso, el centro comercial en que se ubica su establecimiento en la capital) se sienten con nosotros y se ajusten a la realidad que vivimos ahora, de momento nadie nos hace caso”.
Así las cosas “las perspectivas no son buenas, pero sabemos que tenemos que seguir mientras el cuerpo y el dinero aguanten”. Sobre dinero y ayudas, el hostelero las pone en negro sobre blanco: “Son una mentira, una trampa. Los políticos aparecen en la televisión o en la prensa diciendo una cosa y cuando miras le letra pequeña te das cuenta de que es prácticamente imposible acceder a ellas porque la cantidad de requisitos que se exigen es enorme. Duele mucho ver cómo las promesas no llegan nunca a ser reales”. Jesús solo pide “poder seguir abriendo las puertas y pagando” sea con ayudas directas, con moratorias, con condonaciones, con restricciones acordes a la realidad del sector o, simplemente con trabajo. Por eso pasa prácticamente todo el día en su establecimiento y descansa solo los viernes por la tarde, porque “hay que mantener la calidad por más que se tuerzan las cosas” y porque treinta familias dependen de ese esfuerzo. “Es la única forma de salvar esto, trabajando”. Aunque lleve un año largo sin dejar un sueldo en casa. Aunque lleve un año largo medicándose para poder dormir.
En ‘La Oficina’ nunca cierran los domingos, pero una vez sí. Alejandro Noceda, su propietario, decidió tomarse un respiro por un día. Llevaba nueve meses trabajando a destajo porque tuvo que quedarse solo, como otros muchos pequeños bares y cafeterías de la provincia, atendiendo su bar. Paró un solo domingo, sin duda un descanso necesario (obviamente insuficiente) porque se le caía el bar encima: “Ha habido momentos, meses, en los que no he sido capaz de pensar en otra cosa. La situación a nivel personal creo que nos ha afectado mucho a todos porque en el negocio tenemos nuestra vida y se nos iba a pique”. La factura psicológica que la pandemia está dejando a todos también afecta, y mucho, a los profesionales de la hostelería.
Alejandro confiesa que se ha sentido “desesperanzado y muy cansado. Me abstraía tanto que ni siquiera escuchaba a mi mujer o a mi hija cuando me contaban tal o cual cosa de la casa o de sus vidas. He estado noqueado, sobrepasado”. Pónganse en situación: durante 3 meses uno cierra, de golpe, su más o menos próspero negocio y cuando lo vuelve a abrir lo hace con miedo, mucho desconocimiento, nuevas normas, normas nuevas que ahora cambian y la incertidumbre acerca de si tendrá que volver a cerrar y por cuánto tiempo. Uno se busca la vida, como Ale, y diversifica invirtiendo lo que tiene y lo que no tiene en convertir su cafetería en una administración de Loterías (no es barato) o en traer nuevos productos y, por supuesto, en más mesas y sillas o en geles hidroalcohólicos y productos desinfectantes. De repente hay que cerrar a las seis, o a las ocho pero sin copas. Y hay que discutir con el cliente remolón y decirle que no al amigo que pide un cubata a deshora y recoger rápido para que no te multen y, al final del día, echar la persiana pensando que, quién sabe, mañana o pasado mañana o la semana que viene o dentro de un mes ya no la abrirás más. Y asumes que, quién te lo iba a decir, el estridente ruido metálico de cada día a las 6 de la mañana es ahora una bendición. Una puerta a la esperanza.
También te puede interesar
Lo último