Historias del Nuevo Mundo con sabor a Huelva

¿Sardinas de Ayamonte para dar la vuelta al mundo?

  • Estos sardinas ‘enjarrás’ o ‘embaricás’ eran una comida habitual de la marinería y demás gente humilde, ora acompañan a los bizcochos de pan, ora incorporadas a unas buenas migas

Lista de mantenimientos embarcados en la Armada de la Especiería. 1519. Archivo General de Indias. Edición facsímil de Taberna Libraria.

Lista de mantenimientos embarcados en la Armada de la Especiería. 1519. Archivo General de Indias. Edición facsímil de Taberna Libraria.

Antonio Fernández era un hombre emprendedor. De origen humilde, había crecido en el seno de una familia dedicada a la pesca; una de tantas que tenían en el mar su principal sustento y fuente de ingresos. A la sombra de su castillo y de sus señores, que imponían tasas y aranceles sobre los recursos pesqueros, los marineros ayamontinos calaban sus redes en el litoral o se aventuraban en el océano al ritmo que crecía el mercado de pescado seco y salado. Quizás nuestro Antonio dio un paso más y se involucró en alguna empresa pesquera de las que por entonces faenaban en los caladeros norteafricanos. Era frecuente que se sellasen alianzas con navegantes portugueses, sus vecinos, o que los armadores onubenses se viesen involucrados en otro negocios e intercambios nacionales o internacionales ¿Quién sabe?

A comienzos del siglo XVI el tráfico con las nuevas colonias americanas y el comercio floreciente con los puertos del Mediterráneo o del Atlántico Norte azuzaban las mentes y las voluntades de aquellos marineros. Algunos quisieron hacer fortuna en el Nuevo Mundo y otros, como Antonio Fernández, se contentaron con hacer negocios y algo de dinero abasteciendo a aquellas naos, aunque la tentación estuviese presente. Si Sevilla o Sanlúcar de Barrameda eran origen y destino de la Flota de Indias, los puertos onubenses, de Ayamonte a Doñana, además de besar las olas, sostenían un ir y venir incesante de barcos cargados con los productos de la tierra y de la mar. Y eso es lo que hizo Antonio Fernández.

Mapa de la desembocadura del río Guadiana y el litoral de Huelva, que se incluye en el Discurso sobre las pesquerías, de Juan Manuel de Oyarvide, 1776. Archivo Municipal de Sevilla, Sección XI, vol. 61, n.4, p.26. Mapa de la desembocadura del río Guadiana y el litoral de Huelva, que se incluye en el Discurso sobre las pesquerías, de Juan Manuel de Oyarvide, 1776. Archivo Municipal de Sevilla, Sección XI, vol. 61, n.4, p.26.

Mapa de la desembocadura del río Guadiana y el litoral de Huelva, que se incluye en el Discurso sobre las pesquerías, de Juan Manuel de Oyarvide, 1776. Archivo Municipal de Sevilla, Sección XI, vol. 61, n.4, p.26.

Bueno, en realidad hay mucha elucubración en lo dicho hasta ahora. Tan sólo hay certeza de que en noviembre de 1518 se encargó de transportar y vender a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, 20 docenas de cazones pescados en la desembocadura del Guadiana, al precio de 150 maravedíes la docena. Así lo atestiguan las cuentas de lo gastado para abastecer la expedición que iba a partir al año siguiente hacia las lejanas Islas de las Especias, cuentas que se conservan en el Archivo General de Indias. Poco después, en el mes de febrero, les tocó el turno a las sardinas y, de nuevo, las facilitó nuestro Antonio. Ya fuera mediante una jábega o chinchorro desde la playa o utilizando algunas barcas para adentrarse en la mar, se capturaron 10.000 ejemplares, que se descargaron en el puerto ayamontino. También se compraron 13 cahíces de sal “que se tomó para salmuera”, y, ya procesadas, se enjarraron para que se conservasen mejor y se fletaron a la capital del Guadalquivir. 5 jarras, una por barco, a razón de 2.000 sardinas por jarra.

¿Fue este Antonio Fernández, proveedor de sardinas, el Antón Hernández natural o vecino de Ayamonte, que se embarcó en la nao San Antonio y cruzó el Atlántico bajo las órdenes de Fernando de Magallanes? No hay prueba alguna, como sí la hay de Luis Alonso de Goes, ayamontino que acompañó al general hasta las islas Filipinas. También de un joven grumete, Martín de Ayamonte, que llegó incluso hasta las islas Molucas, aunque desertó en la de Timor.

Las que seguro que embarcaron fueron las 10.000 “sardinas blancas para pesquería”, o sea, para cebo. ¿Qué esperaban pescar? Antonio Pigafetta, cronista del viaje, nos cuenta que pescaron tiburones, pero los ayamontinos, como el resto de la gente de mar embarcada en la expedición, seguro que esperaban capturar otros depredadores, como la merluza, el atún, el pez espada, … A tal fin iban provistos de liñas y cordeles que soltar por la popa, a los que ensartar anzuelos de diversos tamaños: unos “lisonjeros” -para camuflarlos con la carnaza- y otros “de cadena”, esto es, enlazados. Cuando el pez picaba había que subirlo a cubierta, de ahí que se hubiesen adquirido arpones y fisgas, estas últimas venidas desde Vizcaya.

¿Y no se comieron ninguna? Por más que las llevasen de cebo, estas sardinas enjarrás o embarricás eran una comida habitual de la marinería y demás gente humilde, ora acompañando a los bizcochos de pan, ora incorporadas a unas buenas migas.

Sea como fuere, partieron hacia “la mar Océano”, pero ¿dieron también la vuelta al mundo? Pues lo más probable es que no. Quizás se agotaron antes de cruzar el Estrecho. Consta, desde luego, que en las aguas australes pescaron más sardinas, parientes patagónicas de sus primas ayamontinas. Tantas hallaron que dieron nombre a una bahía, aunque hoy la llamen Fortescue. Utilizarían alguna barca para extender alguno de los chinchorros que llevaban, red que permitía capturar el cardumen de peces y empujarlo hasta la orilla al halar de sus cabos ¿Participarían los ayamontinos que hemos citado? Es fácil asumir que el grumete Martín echara una mano, como también que empleasen las mismas técnicas de pesca y transformación que se utilizaban en las costas andaluzas. La documentación de la época evidencia que en Ayamonte se procesaban las sardinas de forma sencilla: Una vez capturadas se traían hasta la playa, introduciéndose en tinas de sal o salmuera durante un día completo. Después se les sacudía la sal sobrante y se envasaban en barricas, presionando para eliminar fluidos y aire. Lo de las jarras debía ser un envasado posterior, de las ya salpresadas. Estas eran las sardinas blancas, porque a las “prietas”, adjetivo de conexión léxica con el portugués, se las ahumaba, al igual que ocurría con los arenques.

Así pues, las sardinas ayamontinas no dieron la vuelta al Mundo, aunque sí las técnicas y los hábitos alimenticios de quienes protagonizaron esta aventura.

La próxima entrega: Los tollos de Juana Martín y su cocina fusión.

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