Crónicas de otra Huelva

Ponce animó a los onubenses a convertirse en entusiastas campeones en defensa de su ciudad

Calle de la Concepción de Huelva.

Calle de la Concepción de Huelva. / H.I. (Huelva)

Hay que reaccionar. Somos unos fervientes adoradores de nuestra tierra. Cuanto la beneficia o perjudica nos alegra o entristece.

Nuestra pluma humilde estuvo siempre vigilante y propicia a la defensa de sus intereses. Y nuestro más caro ensueño sería que cada onubense, dentro siempre de sus aptitudes y del ambiente en que se desenvolviera, se convirtiera en un voluntario y entusiasta campeón de la ciudad que le vio nacer.

¡Ah, si cada onubenses prestase un mínimo esfuerzo personal y una leve atención a todo cuando atañese al desarrollo y prosperidad de nuestra tierra! Pero con profunda tristeza y un poco de sonrojo vemos deslizarse los días, los meses y los años sin que nuestra ciudad logre sacudirse este suicida marasmo que la embarga. Huelva da al forastero que la visita sensación de cosa muerta. Al contrario de lo que sucede en otras poblaciones, aquí se respira un sopor de ciudad inexistente. Se masca en el ambiente indolencia, pereza secular, despreocupación por todo. Tan solo en este panorama deprimente y depresivo, hace acto de presencia, agravándolo, un egoísmo sanchopancesco que es como un Inri del cuadro ciudadano local que nuestros ojos ven…

¿Y por qué esto? Si otras ciudades se preocupan de engrandecerse, de vivir una vida plena y fructífera, ¿Qué razón existe para que aquí tal cosa no suceda? ¿Es que las rencillas políticas –semilleros de odios y bajas pasiones- nos embarga hasta el extremo de monopolizar nuestras actividades todas imposibilitándonos de otras preocupaciones?

Huelva, sí, logró producir individualidades de alto mérito que honraron a la ciudad nativa, pero la colectividad, con señaladas y meritorias excepciones, siempre careció de anhelos dignificativos y amoldóse de bonísima gana a lo que diera de sí el momento que imperaba.

Debido a esta lamentable característica del huelvano de la masa, no es de extrañar que cuando una selecta y emprendedora minoría pretende en bien de su tierra llevar a cabo algo grande y beneficioso para la ciudad toda, se encuentre sola y aislada en los momentos cumbres en que tan necesario es el incondicional apoyo de la colectividad. Por eso fracasaron de momento, obligando a un más o menos indefinido aplazamiento, proyectos que hoy ya pudieran ser hermosas realidades y que traían consigo la resolución de infinitos y crónicos problemas locales. Que siempre nuestra ciudad tuvo la desdicha de sufrir, cuando de algo ventajosa para ella se trataba, dos clases de boicots: uno activo, por parte de los interesados en el “statu quo”; pasivo el otro, a cargo de los indiferentistas de todo y que en nuestro solar ¡qué tristeza! son legión los que en él forman.

Y he aquí porque, ante ambos negativos factores perdimos muchas veces la esperanza en la formación espiritual y material de Huelva.

Pero no. Hay que reaccionar del vergonzante medio ambiente. Dejarnos arrastrar por él lleva consigo un poco de vileza. Y más bien lo que urge es provocar un despertar vibrante en aquellas conciencias onubenses que, al igual que nosotros, se sientan divorciados de este quietismo suicida, que de persistir algún tiempo más dará al traste, en un mañana próximo, con nuestra personalidad de onubenses, con nuestra personalidad de ciudadanos…

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 4-10-1931

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