La Plaza de las Monjas se viste de luz con la coronación de Los Dolores
El obispo, José Vilaplana, puso a la Virgen como ejemplo para que "la corona se traduzca en gesto de solidaridad con los que sufren" El papa Francisco envia un saludo y su bendición
Una coronación de luz. La que irradia Nuestra Madre y Señora de los Dolores en estos tiempos difíciles y en los que, como dijo el obispo de Huelva, José Vilaplana, "Ella es fortaleza que acompaña a todos en los momentos difíciles de la vida".
La Plaza de las Monjas se vestía de la alegría que desbordan los acontecimientos marianos cofrades. Una ciudad que palpitó junto a los hermanos de la Vera Cruz y Oración en el Huerto en este acontecimiento único en la vida de la archicofradía, que viene a ser un momento especial en la celebración del Jubileo Inmaculista de la parroquia de la Purísima Concepción en sus 500 años, vestida con banderolas inmaculistas. Comenzaba la tarde a las 18:20, cuando a la Virgen de los Dolores la enmarcaba la luz que venía Placeta arriba y la calle la inundaba la nube de incienso que jugaba con la armonía de su paso. Iba despertando corazones, perfumando la estancia de todos con ese paso de palio en el que el artista de la flor, Antonio Rivera, le había armonizado con nardos de septiembre, que es la mejor ofrenda a la Virgen en este tiempo. La llevaban sus costaleros, mandando el paso Manuel Gómez Carnicerito. Abría el cortejo la cruz alzada de La Cinta, a la que antecedían la Banda de Cornetas Virgen de la Salud. Acompañaban a la hermandad la representación de las vírgenes coronadas de la ciudad, de la Cinta, la Esperanza y la Victoria.
En la Plaza de las Monjas quedó entronizado su palio en un altar donde el buen gusto era la consigna, de nuevo Antonio Rivera de protagonista y Maruja Flores. Todo dispuesto, el engranaje de tantos días, meses de preparación se mostraban a la perfección. En ello se habían encargado de manera especial el coordinador de la coronación, José Carlos García Castillo, y el coordinador del acto, Luis Alburquerque. Una coronación donde desde la sencillez y en una plaza que es un trozo de la feligresía de la Concepción todo era elegancia, como marca siempre la cofradía del Jueves Santo, donde el palio es un lujo de belleza para enmarcar el rostro aniñado de la Virgen que talló Luis Álvarez Duarte, y bendijo, en 1968, José María García Lahiguera.
Allí le esperaban miles de personas, quizás muchas más de las que todos podían pensar. Las campanas de la iglesia de Santa María de Gracia anunciaban el inicio de la procesión litúrgica. Eran las 19:00 cuando todo comenzaba. José Carlos Castillo leía la monición de entrada en la que se ofrecía a la Virgen de los Dolores una corona que "es símbolo de misericordia, perdón y sacrificio". El secretario canciller, Manuel Jesús Carrasco, dio lectura al decreto de coronación en el que se dice que ésta "ha de contribuir a que los fieles cristianos", "imiten a la Madre de Dios en su fe y en sus virtudes".
José Vilaplana inició su homilía con la antífona en la que exclama a María con un "alégrate Madre Dolorosa, porque después de tanto sufrimiento goza junto a tu Hijo como Reina del Universo". Así se justificaba la imposición de la corona, "que es una fiesta de alabanza a Dios", una forma de "manifestar el amor del pueblo a la Madre". Un amor que necesita signos, que "debe estar demostrado con nuestro corazón en la fidelidad de María". Aseguró que la corona es la fidelidad en la vida cristiana, "la mejor corona debe brillar en nosotros mismos" y así se refería en el compromiso solidario, "tocando la carne de la persona sufriente". Concluía pidiendo a la Virgen de los Dolores "que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios".
El alcalde de Huelva, Gabriel Cruz Santana, y el presidente de la Hermandad Matriz del Rocío, Juan Ignacio Reales, acercaron como padrinos de la ceremonia la corona que le fue impuesta por el obispo Huelva, que estuvo acompañado en la ceremonia por el obispo del Laid, Miguel Ángel Sebastián, y el párroco de la Concepción, Diego Capado. Se vivió entonces el momento especial de la coronación, en una Plaza de las Monjas donde continuamente las palomas sobrevolaban el palio. Se acercó el obispo a Ella con afecto y tras imponerle la corona le besó las manos. Ese gesto tendrá continuidad los días 30 y 31 en el besamanos extraordinario y acción de gracias.
Una coronación que se exteriorizó en los aplausos de las miles de personas que asistieron al acto y con la Marcha Real que interpretó la Banda de la Salud. Se sumó a esta alegría la bendición que envió el papa Francisco que, tras saludar a los fieles de Huelva, exhortaba a que esta corona "se acompañe de la plegaria, del compromiso de la fe y la obra de caridad". Una forma de exteriorizar "cómo Jesús sigue siendo vida para hoy".
El hermano mayor de la Vera Cruz y Oración, Francisco Martín, tuvo palabras de gratitud para todos los que habían hecho posible la coronación canónica de Nuestra Madre y Señora de los Dolores. Dijo que la archicofradía no la entiende "como algo efímero, sino como un compromiso permanente, como un vínculo que nos une más a María y a Jesús" y dio cuenta de la obra social a la que les vincula la coronación, el Centro de Puertas Abiertas de Cáritas.
El colofón al acto lo puso la coral que cantó durante toda la ceremonia y estuvo formada por las de la Merced, Sagrada Cena, Universidad, la Camerata, músicos del Conservatorio y de la Sinfónica. Cantaron el himno de la coronación, con letra de Ramón Pérez, música de David López, e instrumentación de Abel Moreno.
La tarde dio paso a la noche y a una multitudinaria procesión con la Virgen de los Dolores coronada.
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