Maxim, onubense en Ucrania, tras dos meses de invasión: "El hobby de la guerra es estar solo"
La historia de Maxim en Ucrania, tras dos meses de guerra
La devastación de Borodyanka en Ucrania grabada por un onubense
Dos meses han transcurrido desde que Maxim Yuschuk, un joven de 26 años nacido en Ucrania, regresase desde Huelva a su país natal, donde se topó con el relato visual de la barbarie. La tiranía de Vladimir Putin reflejaba el pasado 24 de febrero el rostro más cruel de Rusia, desprovisto de toda dignidad humana.
Solo interrumpido por el retumbar de las sirenas que advierten del "peligro aéreo" en Kiev, que "ya han perdido su carácter novedoso", Maxim relata a Huelva Información su "constante sentimiento de impotencia" ante las atrocidades cometidas por el Gobierno ruso. "He viajado por toda Ucrania y es muy duro presenciar pueblos arrasados, muertes y familias rotas. No es justo", lamenta.
Su vida se torna diferente respecto al comienzo del conflicto bélico. "Poco a poco vuelvo a trabajar en mi profesión, la de informático", explica. De hecho, tiene ya dos proyectos de páginas web en los que se halla inmerso, "oportunidades muy importantes porque es fundamental que volvamos a mover nuestra economía". Lo compagina con su otro trabajo, el que tiene desde hace dos meses, pues continúa organizando toda la logística necesaria para acercar la ayuda humanitaria a las localidades más asediadas.
Maxim se ha vuelto a mudar. Ya no vive en Rivne (municipio de 30.000 habitantes a 400 kilómetros de Kiev), sino que lo hace en la capital, si bien reconoce que, "al menos, una vez en semana tengo que volver a Rivne para coordinar nuevos envíos de productos básicos que nos llegan".
Sobre Kiev, el joven explica que "comienzan a regresar los habitantes, pero ni ellos mismos saben el por qué, en tanto que muchos no pueden aún trabajar y vuelven con el único sueño de que la guerra finalice cuanto antes" y, por consiguiente, "ello le permita recuperar sus vidas". Para este momento toda previsión se antoja inútil, dada la incertidumbre que despierta en la población la conducta cínica de Putin.
Por el momento, solo está abierto un 25% de los negocios de la capital. La mayoría de ellos son comedores sociales, cafeterías y restaurantes convertidos en espacios dónde se alimenta a los refugiados. Por supuesto, "no abre ningún establecimiento que tenga que ver con el entretenimiento". De hecho, el único hobby de la guerra es "estar solo", sostiene Maxim, quien encuentra en la música su mejor aliada en "los días en los que no quieres hablar con nadie por la tristeza" que siente. Al modo avión de su móvil le sigue un rock and roll para animarse, aunque a veces "son los sonidos más tranquilos" los que ayudan a Maxim a reflexionar sobre su futuro.
Maxim es un chico joven y con proyectos. Si bien estos últimos fueron truncados a raíz de la guerra, la recuperación de los mismos es lo que más le ilusiona. "Quiero viajar y vivir en otros países de Europa, deseo conocer gente nueva y entablar relaciones sociales", apunta mientras se muestra tajante en su pensamiento de que "ahora no es el momento, tengo que ayudar a mi país".
Inicio de la guerra
Cuando Maxim Yuschuk partió el 20 de febrero desde Huelva hacia Ucrania no podía imaginar que, cuatro días después, iba a encontrarse en medio de una guerra. Un conflicto bélico perpetrado por Rusia que, si bien, se asomaba a los pensamientos de Maxim en los días previos a la invasión rusa, parecía disiparse cuando este joven confiaba en la diplomacia como vía para resolver las diferencias entre países.
Maxim se puso en contacto con este diario al segundo día de guerra. Lo hizo desde su localidad (Rivne), a oscuras, con la poca luz que podía emitir una vela. El motivo de ello obedecía a que el toque de queda en Ucrania estaba fijado a las 22:00 y, desde esa hora, "todos los ucranianos tenemos que apagar las luces para no llamar la atención de los aviones rusos".
Poco antes del amanecer del jueves 24 de febrero, el padre de Maxim despertó a su hijo entre lágrimas. La guerra había empezado. "En Ucrania no pensábamos que Rusia comenzase una invasión del país, esperábamos que el diálogo la evitase". Aquel día el mandatario ruso reconoció los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk y dio instrucciones a su ejército para un despliegue en estos territorios rebeldes ucranianos. "Los ucranianos sabíamos que ese movimiento era una puerta de entrada a la invasión", recuerda.
Maxim esperaba la guerra, "pero no tan pronto". El semblante de su padre, del que emanaba "una profunda tristeza e impotencia", y el pánico de unos vecinos que escuchaban atónitos las noticias, leconfirmaron que el conflicto era inevitable.
Al salir aquella mañana a la calle, Maxim se topó con un escenario marcado por el "pánico generalizado". Sus vecinos hacían largas colas para sacar dinero en los cajeros y para echar gasolina a sus vehículos. El joven visualizaba una Ucrania que distaba mucho de asemejarse al país que era días atrás. "Me crucé en muy poco tiempo a más de 150 tanques y a multitud de soldados", sostiene Maxim.
Al día siguiente, escuchó por primera vez el retumbar de las bombas. "Estaban a mucha distancia de nosotros, pues iban dirigidas al aeropuerto más cercano y a bases militares, a más de 30 kilómetros, pero lo sentí como un mini terremoto", subrayaba.
Pese a la crueldad de las tropas rusas, Maxim, que tiene documentación española, rechazó abandonar Ucrania y comenzó a evacuar a mujeres y niños, a los que llevaba a la frontera con Polonia. Preguntado por ello, Maxim expresaba que "no puedo abandonar mi otro país. Viendo cómo de unidos están los ucranianos por la causa, si me voy, no tendría honor para volver".
Una semana después del comienzo del ataque
Maxim se volvió a poner en contacto con este diario el 1 de marzo. Un trago de alcohol amortiguaba el golpe que acababa de sufrir. Dos conocidos suyos fueron asesinados en una localidad a 380 kilómetros de Rivne. "El abuelo de uno de mis colegas fue el que me contó cómo perdieron la vida y me dijo que, tal es la cantidad de maquinaria rusa en la zona, que todo el pueblo desprende un profundo olor a diésel", narraba Maxim. Para el joven "esto es una película de terror, un Show de Truman en mi propio país".
En la primera semana, además de evacuar a vecinos y conocidos, ayudaba a colocar barricadas en su pueblo. Compaginaba sus cerca de 1.000 kilómetros diarios al volante con las labores de protección de Rivne ante una posible invasión.
Sobre la vida en Rivne seis días después de la invasión, el joven sostiene que "la vida era medianamente normal, pero sin ser normal". El joven justifica su afirmación explicando que los comercios y las gasolineras seguían abiertos (la gasolina se racionaliza con 20 litros como máximo por cliente), si bien "el ambiente que reinaba era de profunda tristeza y melancolía". Saca en positivo la gran comunión entre habitantes, quienes ponían a disposición puntos o locales para que la gente pudiese ducharse, comer o dormir. "Respiramos una gran solidaridad", resume.
Octavo día de guerra
Las latas de Red Bull se convirtieron en el mejor remedio para afrontar los días. A base de "tres o cuatro" recipientes de esta bebida energética vivía Maxim. Los días se antojaban ya monótonos para Maxim. Tanto que "parecen años", explicaba, al tiempo que indicaba que "eran tantos los viajes, que me era imposible dormir más de cuatro horas al día".
Las carreteras que tomaba Maxim en sus continuos trayectos estaban desprovistas de vida, como si de un "apocalipsis" se tratase. No eran pocos los tramos en los que no se topaba con otros ciudadanos o en los que no aparecían vehículos vacíos. Los que sí frecuentaban las vías eran los soldados del ejército ucraniano, cuya función es detectar civiles prorrusos. Para ello, según explica Maxim, sometido ya a varios controles de tráfico, "te hacen preguntas para pillarte, cuestiones que solo conoce la población que es ucraniana". Por ejemplo, a este joven le hicieron creer que su itinerario era erróneo, a lo que Maxim tuvo que asegurar que "ellos eran los que se equivocaban, no yo". De este modo, comprobaron que el joven se dirigía realmente a la frontera con Polonia.
Diez días de invasión
Al décimo día del inicio de la guerra, Maxim quiso dar un giro a su ocupación. Su mente confeccionaba un plan para conseguir furgonetas de carga que le permitiesen trasladar hacia Ucrania toda la ayuda humanitaria que llega a la frontera con Polonia, dado que “no teníamos suficientes medios de transporte cómo para ir a este punto y volver con los productos de primera necesidad donados”. Principalmente, existía un “elevado déficit” de medicamentos. Maxim buscaba, sobre todo, analgésicos, antibióticos, apósitos, vendajes adhesivos, pinzas para suturas, portaagujas, agentes hemostáticos o jeringas.
La conducción del joven onubense hasta la frontera con Polonia se antojaba más sencilla que en los primeros días de invasión rusa. Consiguió la acreditación de ayuda humanitaria de Cruz Roja, por lo que evitaba ser detenido en los múltiples controles de tráfico que realiza el Ejército y, por consiguiente, ahorraba algo de tiempo.
Dos semanas de ataques
Su labor en Rivne tomaba un nuevo rumbo al cabo de dos semanas. Maxim asumía la tarea de coordinar la recepción de toda la ayuda humanitaria que recibía Ucrania desde España. "Todos querían ayudar, pero nos faltaba un orden para hacerlo en óptimas condiciones", explicaba. Para ello, pasaba muchas horas del día al teléfono al objeto de organizar a los voluntarios que acudían con sus vehículos a la frontera para recoger todo el material donado.
Además de las citadas tareas de coordinación, el joven onubense también colaboraba con el restaurante de un amigo suyo de Rivne, el cual se cerró al público para convertirse en un punto de comida para ucranianos que huyen de las zonas más devastadas. "Nuestro pueblo es el pulmón de Ucrania, pues nos encontramos en una zona alejada de la zona más conflictiva", señala Maxim.
Misiles a 10 kilómetros de Maxim
El joven acumula más de 800 kilómetros diarios al volante de su furgoneta en los últimos días. A una media de 90 kilómetros por hora, son 15 las horas que invertía cada día en recaudar toda la ayuda humanitaria que les llegaba a dos ciudades polacas para entregarlas en Rivne. El Ayuntamiento de este municipio mostró su "total confianza" en Maxim y le encomendó la tarea de confeccionar un inventario de qué productos son necesarios allí y cuáles deben enviarse a las ciudades más devastadas por la guerra en Ucrania.
No obstante, el pasado 18 de marzo Rivne abandonó su condición de ciudad pacífica. Un misil teledirigido cayó el jueves a 10 kilómetros de la vivienda de Maxim y otros tres misiles lo hicieron a 40 kilómetros. "Estoy entre bombas", sostenía, al tiempo que reconocía "su miedo a una muerte lenta y dolorosa".
En pocas horas, fueron hasta diez las veces en las que se asustó por los misiles, "hasta el punto de tirarme rápidamente hacia el suelo", describe, si bien no en todas esas ocasiones el sonido lo provocaba un misil, "sino que un simple ruido del gas de mi casa me hizo tumbarme y cubrirme por la sensación de alerta constante en la que estábamos". "Escuchas misiles donde no los hay", resume.
En aquel momento su cuerpo se acostumbró a la guerra. Maxim lo tenía asumido y en no pocas ocasiones, "fruto de mi carácter andaluz", trató de ser un apoyo para su pueblo, "donde la gente tenía miedo y estaba perdida". Aun así, reconoce que hubo momentos en los que derramaba lágrimas. Lloraba solo, apartado del resto. Su sufrimiento pasaba en silencio, "pues lo único que quiero contagiar es energía".
Testigo de la masacre de Borodyanka
Borodyanka, ciudad situada 40 kilómetros al noroeste de Kiev, encarna las atrocidades de la invasión rusa a Ucrania. Fue una de las primeras zonas en ser asediadas por el Ejército de Putin y sus calles reflejan un nivel de destrucción aterrador.
Maxim entró en la misma a principios de abril y fue testigo de las calles vacías de ciudadanos, solo ocupadas por edificios en ruinas y los cadáveres de personas que no lograron sobrevivir al asedio. Fue uno de los momentos más "duros" para él.
Su vida, desde entonces, continúa igual que hace ya varias semanas. Maxim realiza continuos viajes a la frontera polaca para recoger ayuda humanitaria que, posteriormente, envía a aquellos puntos de Ucrania donde más se necesita, mientras comienza a recuperar poco a poco proyectos para volver a trabajar como informático.
No hay comentarios