Violencia machista en Huelva

Julia Madruga: 10 años del crimen de la mujer sin miedo en la Blanca Paloma

  • La lepera fue asesinada por su ex en la clínica de La Orden en marzo de 2010

  • Su hija Noelia recuerda a su madre y todo lo que rodeó al suceso machista

Julia Madruga, la lepera asesinada en una foto cedida por su familia.

Julia Madruga, la lepera asesinada en una foto cedida por su familia. / M.G. (Huelva)

Julia Madruga y Cayetano Galvín se casaron en 1972 y tuvieron tres hijos. El matrimonio de Lepe se separó de mutuo acuerdo en 1987, pero volvió a convivir en Huelva, al menos, hasta que el 20 de diciembre de 2009 se rompió definitivamente la relación. Fue ese día cuando, en el transcurso de una discusión, él la agredió “dándole puñetazos en la boca”, como consta en la sentencia condenatoria impuesta por el Juzgado de Violencia sobre la Mujer. Llegó a romperle los dientes. El juez le impuso una pena de 16 meses de prisión y una orden de alejamiento. No podía acercarse a menos de 200 metros de su exmujer durante dos años.

Se le concedió la suspensión de la condena de prisión el 23 de diciembre, tres días después. Entonces abandonó el domicilio que el matrimonio había compartido en Huelva y se fue a vivir con una de sus hijas, Cristina, a Islantilla. Ese mismo día, tal y como se da por probado por la Audiencia Provincial de Huelva, nació en él “la idea de acabar con la vida de su mujer, la cual incluso la manifestó a algunos de sus familiares”.

A las 18:00 del 18 de marzo de 2010, hace diez años, Cayetano puso en marcha su plan. Sabía que Julia estaba en la clínica Blanca Paloma cuidando a su madre, ingresada desde varios meses antes por la rotura de una cadera. Según la sentencia, se personó en el hospital “con el único propósito de acabar con su vida”. Llevaba oculto en el bolsillo del chaquetón un cuchillo de 16 centímetros de hoja. Preguntó por el número de la habitación, se lo indicaron.

Noelia y Cristina, dos de los hijos de Julia Madruga. Noelia y Cristina, dos de los hijos de Julia Madruga.

Noelia y Cristina, dos de los hijos de Julia Madruga. / M.G. (Huelva)

Julia, de 56 años, estaba sentada mirando hacia el interior del cuarto. Junto al cabecero de la cama en la que reposaba su madre, leía un libro mientras escuchaba música con los auriculares puestos. Así la sorprendió él, que le asestó varias puñaladas. Tres de ellas, mortales de necesidad en el pecho y el abdomen.

La víctima solo pudo reaccionar “colocando las manos delante de su cuerpo para evitar que él la siguiera acuchillando, cosa que no consiguió hasta que, finalmente, logró arrebatarle el cuchillo e incluso, con la intención desesperada de lucha por su vida, se llegó a defender con el mismo, lesionando a su marido”.

Mientras el brutal ataque ocurría, la madre de Julia, Carmen, “gritaba sin cesar pidiendo auxilio”. Pero estaba postrada en la cama y no pudo hacer nada para evitarlo.

Él salió del hospital y se fue a un bar de la avenida Diego Morón. Con las manos ensangrentadas, llamó la atención del propietario del negocio, que llamó a la Policía. Allí mismo fue detenido.

Julia Madruga salió de la habitación para reclamar ayuda, “portando en una mano el cuchillo con el que había sido agredida y en la otra, una sábana con la que intentaba taponarse las heridas”. Fue trasladada al hospital Juan Ramón Jiménez, donde la operaron de urgencia. Pero no pudo resistir y falleció a las dos de la mañana del 19 de marzo, día del padre. Un padre que dejó a sus hijos huérfanos de “la mejor madre del mundo”.

El asesino no solo se llevó por delante a Julia. Carmen, su exsuegra, fue la segunda víctima. “Tras conocer su fallecimiento cayó en un vertiginoso empeoramiento físico y psíquico que terminó con su muerte el 12 de abril de 2010”, reza en la sentencia. La tercera fue Gaspar, pareja de Julia, quien “ante lo trágico de su pérdida y el pensamiento de que, quizá, de no haberla dejado sola ese día habría evitado su muerte, termino suicidándose el 21 de abril de 2010” en su casa de Lepe.

Julia Madruga, en una fotografía cedida por su hija a este diario. Julia Madruga, en una fotografía cedida por su hija a este diario.

Julia Madruga, en una fotografía cedida por su hija a este diario. / M.G. (Huelva)

Diez años después de la tragedia, Noelia Galvín Madruga, hija de Julia, rompe su silencio para Huelva Información. Su deseo es recordar a su madre, que se sepa lo que le sucedió y cuáles son las secuelas. Quince años de prisión fue la condena (de conformidad) por el asesinato para Cayetano Galvín, a la que hay que añadir otros seis meses por quebrantamiento de la orden de protección. De los 200.000 euros con los que debe indemnizar a sus tres hijos no hay rastro un decenio después. En breve podrá obtener permisos.

Cuenta Noelia que su madre era “muy alegre, tenía mucha vida por delante, era feliz con cualquier cosa, con un café, con una amiga, bailando; con cualquier cosa pequeña de la vida”. Trabajó durante muchos años en Continente, lo que motivó el traslado de la familia de Lepe a Huelva. Pero “cayó mala y llegó un momento en el que quiso dedicarse a ella y no volvió a incorporarse a trabajar: decía que le había tocado el momento en vivir para ella”.

Cayetano Galvín no solo se llevó por delante a la apuñalada, sino también a su madre y a la pareja de ella, quien se suicidó

Nunca presenció violencia física en casa, pero sí “verbal, era muy grosero hablando”. La víctima colateral de este feminicidio considera que “de lo más importante es educar a los niños sobre cómo manejar la frustración, porque creo que el asesino de mi madre nunca tuvo un no por respuesta”. Sí, Noelia no lo llama padre. Desde que le arrebató la vida a su madre “ya no puedo”.

Sus progenitores se conocieron en Lepe cuando Julia Madruga solo tenía 12 años. “Se la llevaron a un colegio interno por quitarla de allí, intentaron separarlos”. Luego los apartó la vida, porque Cayetano “se dedicaba a entrar, a salir, a la noche, a divertirse… era muy irresponsable”, mientras su mujer tiraba para adelante con tres niños. Por eso se separaron en 1987, al menos durante “ocho o nueve años”.

Ella le dio una segunda oportunidad y no funcionó. “Mi madre se dio cuenta de que no había cambiado y se separó un par de años antes de todo esto, pero siguieron conviviendo bajo el mismo techo porque ella decía que quién se haría cargo de él, por pena”.

Solo un mes antes de las puñaladas, Julia denunció a Cayetano por segunda vez por las amenazas graves que profería contra ella. “Decía abiertamente que la iba a matar”, cuenta su hija. Cree que ahí Julia firmó su sentencia de muerte, con la denuncia de febrero de 2010. Y también considera que nadie hizo nada por evitar el asesinato. “Si el médico no te da pastillas para calmarte, el juez no contempla que haya que ponerte una pulsera para localizarte, el policía que tiene que controlar que no merodees a la víctima no te conoce, si llegas al hospital, preguntas en qué habitación está tu objetivo y te lo dicen… pues tenemos este resultado”.

Noelia muestra una foto de su madre y el libro que Julia escribió sobre su vida. Noelia muestra una foto de su madre y el libro que Julia escribió sobre su vida.

Noelia muestra una foto de su madre y el libro que Julia escribió sobre su vida. / Alberto Domínguez (Huelva)

Desde entonces la obsesión de Cayetano por matar a Julia fue in crescendo. “No dormía, no comía, estaba envenenado vivo”. En el juzgado “tampoco nos hicieron caso cuando mi hermana pidió al juez que le pusiera a mi madre una pulsera; no sé si la hubiera salvado, pero le hubiera dado tiempo a correr”, declara la onubense.

Los tres hijos de la pareja procuraban que su madre nunca estuviera sola, “pero ella decía que el que tenía que estar controlado era él, no ella, y con razón”. Solo un día antes del suceso Noelia y Julia iban a Sevilla y le dijo “mamá, pero no te das cuenta, ¡te va a matar! Y ella me miró y me dijo: ‘Hija, si es el precio que tengo que pagar por ser libre, estoy dispuesta a pagarlo’. ¡Dios mío, qué precio más caro por la libertad! Tu propia vida, con lo que mi madre quería su vida. Pero ella no quería vivir encerrada y lo único que te ofrecen es vete de tu casa, deja a tu familia, escóndete. Esa es la única solución para sobrevivir y ella no estaba dispuesta a eso”. No la amedrentó nunca el miedo.

A juicio de la joven, “las leyes de violencia de género necesitan un cambio muy profundo. No hay medios. Es que es más, aquel día el policía que tenía asignada a mi madre pasó por la puerta del hospital porque sabía que ella estaba allí, antes de que pasara todo, pero no conocía al asesino. ¿Entonces de quién la estaba protegiendo usted?”, se pregunta Noelia con lógica rabia.

Galvín Madruga manifiesta que “esto es algo que tú piensas que no te puede pasar a ti, que solo le pasa a los demás. Pero cuando te pasa, sientes que matar es muy barato; este señor no ha tenido castigo, porque para él la cárcel no es un castigo. Para quien quiere su libertad, tal vez, para él no. Está privado de libertad, pero como no la valora…”. Añade que su progenitor “decía antes de matarla que iba a la prisión no a trabajar, sino a estar tranquilo. Fue su proyecto de futuro. Tuvo muchos meses para pensar. La única que no tuvo ese futuro fue mi madre”.

Preguntada por si teme que empiece a tener permisos penitenciarios, dice que “ahora mismo no, y tiene orden de alejamiento de nosotros, pero ya ves lo que respetó la orden de protección de mi madre”.

Finalmente, Noelia expone que uno llega a “sobrevivir” a un asesinato así, pero “es como los enfermos de corazón: esas patologías ya las tienes, se te queda clavado. Y cuando ves que siguen muriendo mujeres por violencia de género dices, madre mía, la vida de mi madre no ha servido para nada”.

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