Inteligencia emocional para enfadarse bien

Gente Inteligente

Enfadarse no es malo, es el enfado desproporcionado, con quienes no se lo merecen o en momentos inoportunos el que viene bien saber evitar

Inteligencia emocional para enfadarse bien

Huelva/Hace más de dos mil trescientos años, Aristóteles ya lo tenía claro: ‘Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo’. Con esta frase del mejor discípulo de Platón aprendí a ver la diferencia entre enfadarse para nada, sufriendo todas las consecuencias en carne propia, o enfadarse de forma productiva, consiguiendo que el enfado sirva para algo.

El enfado, como todas las emociones, activa su fisiología, y su organismo le prepara para dar la mejor respuesta. Se parecen mucho a las reacciones físicas del miedo, pero, esta vez, su organismo se prepara para ‘pelear’ sin dar mucha opción a la huida. Así que los músculos se tensan, el corazón se dispara, la temperatura sube, las pupilas se dilatan, el aparato digestivo se detiene y su lenguaje no verbal se pone en modo amenaza, y tanto sus gestos como su voz expelen agresividad. ¿A que le suena un poco?

Por todo eso y más, el enfado está bastante mal visto. No nos gusta que nos vean ni ver a nadie en pleno enfado, y por eso la conducta que puede salirnos es taparlo, o pedirle a quien lo siente que lo tape. Pero lo cierto es que es sano, porque le permite autoafirmarse y expresar lo que siente o lo que piensa. Lo complicado es enfadarse bien, sin hacer ni hacerse daño.

Nunca me cansaré de escribir que ninguna emoción es negativa. Enfadarse tampoco. El enfado es un gran defensor de sus principios, de sus derechos. Le orienta bien para cuidarse. Es un entrenador personal de su energía vital, porque le pone las pilas cuando lo necesita. Y oxigena su organismo. Además, le trae un mensaje claro: algo o alguien se está saltando sus líneas rojas, así que el enfado es también un buen guardián de sus límites.

Recuerde que quien se enfada es usted

Convivimos con muchísimos límites externos, los sociales, que nos facilitan la vida en sociedad y nos orientan sobre cómo relacionarnos y convivir en nuestras muchas tribus. Y luego están los límites emocionales, más relacionados con nuestras expectativas y nuestra tolerancia. Son los que nos ponemos nosotras y nosotros mismos y que se refieren a cuánta incomodidad aguantar, qué tolerar y qué no, cuánto esperar de las personas o de usted, hasta dónde exponerse sentimentalmente, hasta dónde mostrar sus opiniones… Y, por supuesto, también, cuánto enfadarse y por qué.

Pues ahora, le propongo visualizar esos límites como si fueran una capa. Piense en Superman y su famosa capa roja, por ejemplo, e imagine que está muy enfadado, porque vive las horas bajas del superhéroe al que no dejan entrar en el universo Marvel. Así que tiene una capa muy larga y muy ancha. Y si se la pisan, suelta tortazos de acero... Y claro, como recibir un tortazo así no es agradable, ¿cuánto cuidado cree que tendrá la gente para no pisarle la capa a Superman?

Siga en esta particular película, y vea en su mente al superhéroe, con ese pedazo de capa, entrando en una habitación en la que está usted con más personas. Apenas queda espacio en el suelo para los pies de nadie. ¿Se imagina a las personas pegadas contra la pared, de puntillas, intentando evitar pisarle la capa a Superman?

Ahora piense una cosa: ¿ha provocado usted esas posturas en otras personas alguna vez sólo con entrar en la misma estancia? O, ¿ha sido testigo de esa situación cuando una persona, por ejemplo esa que tiene en la cabeza, entra donde está usted?

Otra pregunta más: ¿quién cree que puede recortarle la capa a Superman? Efectivamente. Es Superman quien, mejor que nadie, puede revisar el largo de su capa.

Cómo saber si se enfada bien

Sus límites los pone usted. Cada cual lleva su capa. Así que lo primero que le propongo para asegurarse de estar usando bien su enfado, es que revise cómo de larga la lleva. ¿Es su capa tan grande como la de Superman y por tanto es muy fácil pisársela? ¿Se enfada usted demasiadas veces? O, por el contrario, ¿lleva su capa demasiado corta y andan pisándole a usted siempre?

La segunda reflexión importante que le sugiero es esta: ¿hace algo con sus enfados? Porque si la respuesta es ‘nada’ o ‘sobrellevarlos lo mejor posible’, eso quiere decir que no los está usando de forma inteligente. Sin acción no hay inteligencia emocional. Y el enfado es una excelente guía de acción. Aprovéchelo.

Ya sea usted de esas personas que saltan a la menor de cambio o de las que tragan y tragan sin final, escuche el mensaje que le da el enfado en cada situación, y después, no lo bloquee, no lo ignore, no se enganche a él, sólo piense en qué hacer para estar mejor. Quizás sea reubicar sus límites, o expresar más claramente o de otra forma lo que necesita, o respirar y pararse a entender mejor algo o a alguien, o pedir ayuda…

Y si no quiere reflexionar, al menos recabe información y pistas sobre cómo se enfada usted. Apunte cada día, durante un par de semanas, cuántas veces se ha enfadado. Eso le dirá la frecuencia. Puntúe también del 1 al 10 cuánto de grande fue cada enfado. Esto le servirá para conocer la intensidad. El tercer indicador a seguir para saber si el enfado está siendo un problema en su vida es la duración: cuánto tiempo le dura cada enfado. Recuerde que en el equilibrio está la respuesta correcta.

Seguro que esta autoobservación le dará ya muchas pistas para sacar enriquecedoras conclusiones y para seguir reflexionando sobre si usted se enfada bien o sólo se enfada, con todo lo negativo que eso supone para su salud.

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