El sueño de Colón de llegar al Mayuco

A las Indias a por oro en especias

  • Colón supo vender y convencer por su capacidad y experiencia que era posible ir a la especiería en beneficio de Castilla. Su viaje emulaba el de las armadas del rey Salomón en busca de sus minas y oro

Las Molucas o paraíso de los buenos rescates de clavo y nuez moscada. Conquista de las islas Molucas. Bartolomé Leonardo de Argensola. Madrid, 1609.

Las Molucas o paraíso de los buenos rescates de clavo y nuez moscada. Conquista de las islas Molucas. Bartolomé Leonardo de Argensola. Madrid, 1609.

Todos los sucesos extraordinarios en Castilla en las décadas a caballo entre los siglos XV y XVI, desde Cristóbal Colón a Magallanes tuvieron un único germen y razón, las “preciosas especerías”. En una Relación del último viage al Estrecho de Magallanes de la fragata de S.M. Santa María de la Cabeza en los años de 1785 y 1786 y desde la experiencia de los trabajos en la mar se escribió:

Ardiente deseo que fue el único origen de tanto suceso extraordinario desde el primer viaje de Colomb.

En 1492 el deseo fue realidad en puerto de Palos, “muy abasteçido de muchos mantenimientos y de mucha gente de mar, a tres días del mes de agosto del dicho año, en un viernes antes de la salida del sol con media hora”, cuando Colón tomó su derrota y “perdido el sueño” navegó tanto que llegó a las Indias.

Había que arder en deseos, y también en motivaciones y razones para embarcarse y confiarse a un leño. En el piélago del océano, una nao era solo un vaso grande y de alto borde, con una o dos cubiertas, más redondo que enfilado, y con mástiles y velas. Con tal máquina los seres humanos volaban sobre el agua. Decía Salomón en su Libro de la Sabiduría que las naos se crearon por puro “afán de lucro” o ganancia multiplicada. Su inventor consiguió que los hombres fiaran su vida “a un minúsculo leño”, cruzaran “el bravo oleaje en una barquichuela” y hasta los más inexpertos arribasen “salvos al puerto”. Alguien las llamó “caballos de palo” y “rocines de madera”. Jugaba a la metáfora de los animales más veloces en las postas y correos de entonces.

“Este oro comemos” dice el español al inca. Felipe Guaman Poma de Ayala: Nueva Corónica y buen gobierno: (Codex Péruvien illustré). Paris, 1936. “Este oro comemos” dice el español al inca. Felipe Guaman Poma de Ayala: Nueva Corónica y buen gobierno: (Codex Péruvien illustré). Paris, 1936.

“Este oro comemos” dice el español al inca. Felipe Guaman Poma de Ayala: Nueva Corónica y buen gobierno: (Codex Péruvien illustré). Paris, 1936.

Colón tuvo un fantástico sueño: llegar a las paradisíacas islas de las Especias, las que según Marco Polo en su Libro de las Maravillas estaban cerca del Cipango, las siete mil cuatrocientas y cuarenta y ocho, muchas y pequeñas (plurimae et parvae). Allí crecían árboles, cuyos brotes expiraban embriagadores olores (arbores odoriferae atque virgulta suavem spiranti odorem). La flor de clavo colmaba el cuerno de la ninfa Amaltea, nodriza del potente Zeus, de donde manaban todas las riquezas y manjares. A claveles y clavellinas se les dio tal nombre, explicaba Covarrubias en su Tesoro “por el olor grande que tienen del clavo aromático”.

El aroma de clavo era uno de los mayores lujos, si no el mayor en aquella época. En los puertos la gente saludaba a una nao cargada con especias orientales como si fuera oro, el llamado “oro de la India”, tal se decía en el puerto de Londres en tiempos de Drake. Sus olores se respiraban desde la orilla del puerto como brisas aromáticas del paraíso. Herodoto afirmaba que la canela se hallaba y cogía de los nidos de la Fénix, el ave de la inmortalidad que la transportaba en su pico desde lejanas regiones. En un romance de la novela La gitanilla de Cervantes, unos alados ganimedes, ángeles que tachonaban la bóveda celeste y oteaban la tierra, se quedaban prendados por el olor de especias que hasta ellos desprendía Asia, aroma que competía con las mejores telas europeas y los diamantes de las Indias.

El libro de Marco Polo, muy leído en voz alta, y por muchos escuchado sobre cubierta de una nao, revivía y hacía realidad el mito viejo y clásico de Hesíodo y Horacio. Este en su Épodos o canciones poéticas, sin tener noticia de las Molucas y las Indias Orientales, ya cantaba unas islas prósperas de felicidad y fortuna tras el inmenso océano. Allí sin clavar y enfilar el arado, sin podar cepas y árboles, sin sudor, germinaba el grano, el olivo se cargaba de aceitunas, la viña de racimos, la higuera de higos y los panales de miel rebosaban en las encinas. Allí espontáneas y solícitas cabras y ovejas chorreaban sus ubres cargadas de sabrosa y espumosa leche, los bramidos de los osos por la tarde no asustaban al ganado resguardado en el aprisco, y el suelo que se pisaba no acogía víboras…

Cristóbal Colón supo vender y convencer a muchos por su capacidad y experiencia. Era posible “buscar y descubrir las islas en las cuales es el propio nacimiento de la especería” en beneficio de Castilla. Su viaje emulaba el de las poderosas armadas del rey Salomón y de Hiram, el rey de Tiro, en busca de sus minas y tesoros de oro y plata. El monarca que más metales preciosos ha poseído en el mundo, según el sevillano Pedro Mexía, edificó con su beneficio “aquel templo a Dios, tan celebrado y afamado, de tanto primor y arte en la labor y de tanta riqueza y costa, que antes ni después no ha visto el mundo, ni verá, otro tal como él”. Los ríos de las Indias chorreaban oro. Cundió la fama “de que se pescaba el oro con redes y que para pescarlo casi toda Castilla se movió”. Lo contaba fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias.

En esta y en las siguientes expediciones se corrieron y pregonaron cosas inauditas, muchas sin comprobar, solo para dar buena esperanza y cubrir las listas de oficiales, marineros y grumetes, aventureros rumbo a la fortuna o al infortunio. Hoy 3 de Agosto, imaginando aquella madrugada de 1492, recuerdo mis adolescentes lecturas de El divino impaciente de José María Pemán. Allí un esperanzado Atayde, que quería irse a las Indias, expone a don Martín:

También, don Martín, que es linda  la esperanza y la fortuna  que los que allá fueron pintan.  Cargando cinco galeras  de clavo y canela fina,  con buena suerte en el mar  y en el precio buena vista,  puede hacerse allá fortuna  sin gran sudor ni fatiga.  Ved el caso de Juan Freytas,  que ha dos años fue a las Indias:  ropas de lana llevó:  las trajo de seda fina.

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