Gente Inteligente

Gritar: sí o no y cuándo hacerlo

Una persona grita frente a un cojín.

Una persona grita frente a un cojín. / H. I.

Podemos gritar de miedo, de alegría, por enfado, por estrategia, por placer… Y así un sinfín de posibilidades. Y gritar, a pesar de lo que dictan algunas normas sociales, no siempre es malo. Gritar puede tener muchas ventajas. Pero es un arma de doble filo porque también puede hacernos daño por el estado de alerta y estrés que nos provoca, a quienes gritamos y a quienes nos acompañan en la vida. Por eso, lo más importante para saber aprovecharlo es ser muy consciente de nuestros propios sonidos, de cuándo y para qué gritamos, y decidir con inteligencia emocional si queremos hacerlo o no.

Todas las emociones se expresan a través de nuestra fisiología, y provocan cambios inmediatos en todo nuestro organismo. En el aparato respiratorio y la laringe también. Así que nuestras emociones afectan, y mucho, a nuestra voz y, por supuesto, al tono que empleamos. De hecho, el lenguaje paraverbal, que es el que se refiere precisamente a la melodía, timbre, entonación, volumen, etc., con que usted habla, es el mejor expositor de su propio estado emocional. ¿Quiere o no quiere que se le note? Ahí tiene su primera reflexión necesaria para saber cuándo no le conviene gritar.

Gritos positivos y gritos negativos

Empiece por diferenciar los gritos que emanan de las emociones agradables de los que son provocados por las desagradables. Ese es un buen comienzo para sacarles provecho.

Dicen los estudios que los seres humanos se contagian más y detectan mejor de forma natural los gritos positivos, que además nos hacen un favor descargando tensiones y favoreciendo la inundación emocional positiva. Eso es bueno para el cuerpo y la mente. Piense esto la próxima vez que vaya a un concierto o a un estadio deportivo o donde sea que tenga la oportunidad de gritar por placer.

Sin embargo, los gritos que emanan de las emociones desagradables como el enfado o el rechazo, inundan su sangre de cortisol, que es la hormona del estrés que le prepara para responder a las situaciones de amenaza, y eso ya no es tan positivo. Si empieza a gritar, le va a costar mucho más, por ejemplo, mantener la compostura en una discusión o razonar con claridad en un enfado o buscar una salida.

En este punto, es interesante diferenciar un buen grito del hecho de elevar la voz, que no es lo mismo. Subir algunos puntos el volumen puede hacernos un buen servicio en el sano ejercicio de marcar y defender nuestros límites antes de que los traspasen. Pero recuerde que abusar de esto, podría hacer creer a las demás personas que usted siente inseguridad a menudo, o que no es capaz de dominarse ni siquiera usted misma o a usted mismo.

Un niño grita en su aula. Un niño grita en su aula.

Un niño grita en su aula. / H. I.

Después de estas primeras reflexiones, aterrice ahora todo en su día a día. Observe primero si usted grita muchas veces, y si es así, cuándo lo hace, y si consigue o no lo que buscaba con sus gritos. Después observe qué sensaciones y pensamientos le provocan los gritos de otras personas, vayan o no dirigidos a usted. ¿Empieza a sacar conclusiones?

Cuándo gritar y cuándo no gritar

No grite para tener razón. No lo conseguirá así. Su fisiología con el cortisol que va a generar le va a hacer difícil mantener el equilibrio y no perder los nervios o la razón esa que pretendía conseguir con los gritos.

No grite educando a la infancia. El cerebro infantil no aprende cuando le gritan. Se bloquea. Los gritos activan en los niños y las niñas el mismo cortisol que está usted generando en su propio cuerpo al gritar, y les induce de forma natural a atacar o huir. Eso por no comentar las consecuencias a largo plazo sobre las que avisan los expertos y las expertas en educación acerca de crecer en ese estado de alerta continua.

No grite para pedir que no le griten a usted. No es muy coherente y tampoco muy efectivo. Otra vez estamos alimentando todas las alertas físicas tanto propias como ajenas, y la espiral muy probablemente se va a volver ascendente.

No grite para ofender. Además de que no es necesario para conseguirlo, gritando es más fácil caer en la violencia verbal o, en último extremo, en la física. A veces un tono equilibrado o el silencio son más ofensivos que nada, y mucho mejor para su salud.

Grite para compartir la alegría. Multiplique los efectos sanadores de esta emoción en usted y en quienes les rodean. Se contagian mucho mejor estos gritos y alimentan las sensaciones positivas del logro o la fuente de placer que le ha generado la emoción.

Grite para focalizar su fuerza. Lo saben bien por ejemplo en algunos deportes. Gritar para concentrar la energía es una estrategia efectiva que dominan algunas artes marciales milenarias, y por algo será.

Grite para liberar el estrés o la frustración. Cuídese sólo de saber dónde hacerlo para no generar consecuencias no deseadas en sus relaciones con otra personas o en las normas sociales que son importantes para usted. Pero un buen grito en soledad, por ejemplo, puede ser muy liberador.

En resumen, sepa que gritar siempre es un recurso muy barato y muy efectivo a su alcance. Sólo tome conciencia de cuándo le beneficia y cuándo no, algo en lo que va a ayudarle mucho el desarrollo de su inteligencia emocional. Que usted lo grite bien.

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