Huelva

Gente Inteligente: Cómo manejar las reacciones desproporcionadas

  • Atender y entender las reacciones físicas que acompañan nuestras experiencias emocionales es otra buena estrategia para desarrollar la inteligencia emocional y mantener el equilibrio

Gente Inteligente: Cómo manejar las reacciones desproporcionadas

Hay algo en lo que todas las personas que leen ahora este artículo coinciden: alguna vez se les han disparado reacciones desproporcionadas. Puede ser un sobresalto por miedo, una reacción airada de enfado o cualquier otra emoción que nos roba el equilibrio emocional, y también el equilibrio orgánico.

A veces, pasa lo que sea, nos disparamos y, después, nos arrepentimos un poco o un mucho de cómo hemos reaccionado. Puede que no del porqué, pero sí del cómo. Quizás, incluso, reaccionemos ante el mismo hecho o estímulo desencadenante unas veces de una manera y otras de forma mucho más intensa. Y lo notamos en el cuerpo. ¿Por qué nos ocurre eso?

Inteligencia emocional y equilibrio

Cuando pregunto qué es la inteligencia emocional a quienes participan en los talleres que organizamos en CpC Cambiar para Crecer, la gente suele responder cosas como: evitar que tales personas o tales hechos me afecten demasiado, saber reaccionar bien, mantener la serenidad, no dar más importancia a las cosas de la que tienen… Y casi todas las definiciones hay alusiones significativas al equilibrio, porque de hecho es lo que más solemos desear, al menos cuando iniciamos el camino de nuestro crecimiento personal.

La inteligencia emocional te da equilibrio y mucho más. Y ese equilibrio se ve afectado de forma muy directa por esas reacciones físicas que tenemos al emocionarnos. Por eso, ser gente inteligente es también ser muy consciente de todo ese proceso psicofisiológico que sucede en nuestro organismo. Y para lograrlo necesitamos, otra vez, tomar una decisión muy racional, la de querer mirarnos, conocernos y, si procede, modelarnos.

La fisiología de la emoción

Las emociones implican cambios fisiológicos, es algo que podemos constatar diariamente en nosotros y nosotras mismas.

En las numerosas investigaciones sobre cómo se produce el proceso emocional y qué partes de nuestro organismo intervienen, nuestras reacciones físicas son observadas minuciosamente. La conductancia de la piel, la temperatura, la frecuencia cardíaca, y otros muchos factores biológicos participan directamente en el proceso emocional.

Las emociones agradables y las desagradables pueden compartir los mismos cambios fisiológicos, así que esas reacciones no están tan relacionadas con la cualidad positiva o negativa con la que experimentamos la emoción, pero sí con la intensidad con la que la vivimos. Y justo aquí es donde nos encontramos una teoría muy interesante y clarificadora, en mi opinión, que explica por qué a veces reaccionamos de forma desproporcionada. No las explica todas. Pero es un comienzo para entendernos.

El paradigma de la transferencia de excitación

Este paradigma mantiene que los cambios corporales que experimentamos durante una emoción desaparecen poco a poco, no acaban bruscamente. El organismo necesita su tiempo para restablecer el equilibrio perdido.

Visto en un ejemplo, imaginen que les dan un susto y, hablando coloquialmente, se les pone el corazón en la boca; al instante se dan cuenta de que ha sido una broma y no hay nada que temer, pero siguen notando el corazón acelerado todavía un tiempo, eso entre otras sensaciones corporales que quizás no sean tan evidentes.

Ahora imaginen que, justo después del susto, les dan una mala noticia de su trabajo o de cualquier otra cosa que les siente mal. ¿Qué parte de la fisiología que desencadenó el primer susto está sobredimensionando la emoción que la segunda noticia les produce? Según el paradigma de la transferencia de excitación, la siguiente emoción que experimentamos se ve intensificada por las reacciones corporales que siguen activas todavía de la emoción anterior.

Esto es muy revelador si tenemos en cuenta que vivimos encadenando procesos emocionales. A veces a colación de hechos, otras a resultas de algo que nos dicen, y muchas más como consecuencia de nuestro diálogo interno, de nuestros pensamientos.

Yo lo veo clarísimo en mí cuando conduzco. Conductas arrogantes al volante de otras personas o pitidos innecesarios que normalmente no me afectan, en otros momentos me sacan un improperio y las ganas de hacer con mi mano la tradicional “peineta”. Y como ya sé que me siento fatal conmigo misma, sobre todo detrás de una “peineta”, ahora me paro un poco y me pregunto: ¿de qué otra emoción vengo? ¿Qué proceso emocional estoy gestionado todavía?

Una costumbre para ganar tiempo

Ya lo sé. Lo complicado en situaciones como la que he descrito es ganar tiempo para pensar antes de hacer la “peineta”. Que escribirlo es muy fácil. Pues la clave para manejar y regular las reacciones desproporcionadas es el autoconocimiento. Y el camino del autoconocimiento es como montar en bici: si dejas de pedalear, te paras.

Una buena forma de empezar es asegurarse de poner atención a sus emociones. Para eso, funciona ponerse varias alarmas en el móvil, por ejemplo. Los dos o tres primeros días pónganselas dos veces al día, y después vayan aumentando la frecuencia hasta completar una semana parándose al menos cinco o seis veces. Y cada vez que suene la alarma: párense un segundo y pregúntense qué están sintiendo y cómo, es decir, pónganle nombre a la emoción que viven en ese preciso momento y con qué “síntomas” fisiológicos.

Obsérvense concienzudamente, y aprendan cómo reacciona corporalmente a las emociones que viven, y diferéncienlas. Así, poco a poco, puede que logren adelantarse a las reacciones desproporcionadas para decidir si quieren reaccionar, o no, desproporcionadamente.  

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