El Descubrimiento

Encuentro o reencuentro

La réplica de las tres naos que comandó Cristóbal Colón hasta el Nuevo Mundo en su intento de alcanzar las Indias, surcando las aguas que bañan el monumento al almirante genovés.

La réplica de las tres naos que comandó Cristóbal Colón hasta el Nuevo Mundo en su intento de alcanzar las Indias, surcando las aguas que bañan el monumento al almirante genovés.

Las grandes empresas y los grandes proyectos siempre tienen un margen de imprevisión que va unido de forma inherente a su desenlace. Si éste tiene un final positivo, todo el mundo se felicita, incluso los que no apoyaban el proyecto desde sus inicios, pero si todo acaba en fracaso, nadie se responsabiliza de ello. La interpretación de los hechos, como decía un famoso detective deductivo, es fácil cuando se conoce el desenlace, pero antes son necesarios el arrojo y la curiosidad, sin los cuales es imposible avanzar.

La decisión y el espíritu aventurero han guiado siempre a los hombres que han marcado la historia con sus gestas y, gracias a ellos, la humanidad ha progresado en el sentido noble de la palabra progreso. En muchas ocasiones los beneficiados han sido otros, pero no hay que olvidar a los que abrieron camino exponiendo sus bienes y sus propias vidas movidos por unos intereses o simplemente un ideal. Pocas gestas cumplen mejor estos parámetros que la salida desde el puerto de Palos de las tres carabelas que convirtieron el Atlántico en el nuevo Mare Nostrum, utilizando un término de la prestigiosa historiadora Enriqueta Vila.

La denominada cultura occidental, no la única ni siquiera la más importante, en la que hemos nacido y a la que pertenecemos, giraba en torno a esa especie de inmenso lago en que se había convertido el Mediterráneo. Más allá de las denominadas columnas de Hércules todo un mundo enigmático, el vago recuerdo de un continente desaparecido y evocado, la Atlántida, tan etéreo y nebuloso como la isla de San Borondón que aparece en las visiones de los marineros cuando la mente está obnubilada o se presiente el naufragio. Hombres modestos, gentes de la mar curtidos en muchas noches de pesca en las costas de Huelva y días de mar embravecida, solo sorteados por la pericia y la fe en la Providencia, fueron los protagonistas de la gesta. Un almirante casi desconocido que no había logrado el apoyo de otras cortes europeas, consiguió el beneplácito de la corona española para su proyecto, pero necesitaba encontrar a las personas con las que poder llevarlo a cabo. En los marineros de los pueblos de Huelva encontró el material humano y en el Monasterio de la Rábida el apoyo espiritual. Nada se puede lograr sin fe y en este cenobio perteneciente a Palos de la Frontera hayó lo que tanto necesitaba, el impulso y las oraciones de los franciscanos.

Sería un tres de agosto la fecha elegida para la partida desde el puerto de Palos, rumbo al oeste como si se huyera de las columnas de Hércules y del mundo mediterráneo conocido. La inmensidad de un océano que parecía no tener fin, un rumbo desconocido al menos para la marinería, un proyecto tan ambicioso e incierto como el del capitán Ahab en busca de Moby Dick, solo que en este caso no era una ficción como en la novela de Herman Melville.

Todo cambiaría a partir de esta gesta que tuvo su origen en las costas onubenses. A uno y otro lado del Atlántico ya nada sería igual. Todo es de ida y vuelta, todo tiene cientos de lecturas posibles, pero la realidad es tozuda y suele acabar imponiéndose. América se enriqueció con la cultura europea y el viejo mundo hizo lo propio con la influencia americana. Siglos de contacto que deben ser asumidos como se debe asumir la biografía propia, y motivos de sobra para el encuentro o, si prefiere, el reencuentro. Fueron muchas las cosas de ida, no solo materiales como el caballo, la vaca, el cerdo, el trigo, el arroz, el café o la caña de azúcar, sino también culturales como una lengua universal, las universidades o el arte. Pero no fueron menos las de vuelta, como la patata, el maíz, el tomate, el chocolate o el pavo, sin olvidar la influencia cultural que las tierras denominadas de ultramar ejercieron y siguen ejerciendo sobre el resto del mundo.

Las ciencias se enriquecieron tras el contacto. La Medicina, en concreto, vio aumentado de forma notable su arsenal terapéutico con la incorporación de lo que los historiadores llaman la materia médica americana. Nicolás Monardes se convirtió en el gran introductor de plantas medicinales desconocidas que enriquecieron la farmacopea europea. Una de ellas fue el tabaco que se utilizaba masticado para flatulencias y otras alteraciones digestivas, o el azufre sublimado que le llega de la mano de Fray Juan de Sahagún procedente del Ecuador, donde los indios lo utilizan para tratar el acné. La obra de Monardes Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, se convirtió en lo que hoy llamaríamos un auténtico best seller. Otros hitos científicos de vuelta como los estudios botánicos de José Celestino Mutis o de ida como la posterior expedición de Francisco Javier Balmis para hacer llegar la vacuna capaz de erradicar la viruela al otro lado del Atlántico, ponen de manifiesto que las luces han sido mayores que las sombras. Y todo comenzó un tres de agosto de 1492 en las costas de Huelva. Ya se vislumbraba que sería llamada Costa de la Luz.

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