DÍA INTERNACIONAL DE LA LUCHA CONTRA LA FOBIA A LA COMUNIDAD LGTBIQ+

Colectivo plural

  • Hoy se conmemora la fecha en la que la OMS retiró la homosexualidad de la lista de enfermedades, en 2005

  • La lucha por la igualdad para un grupo diverso continúa

Una de las manifestaciones para reivindicar los derechos de la comunidad LGTBIQ+.

Una de las manifestaciones para reivindicar los derechos de la comunidad LGTBIQ+. / H. I. (Huelva)

En 2021 aún se necesita una jornada para recordar que hay personas discriminadas por su identidad o por su orientación sexual. Han pasado sólo dieciséis años desde que se eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud. Eso sucedió tal día como hoy en 2005, de ahí la elección de esta fecha para poner el foco en la lucha internacional contra la fobia al colectivo LGTBIQ+.

Aquello supuso un paso importante para el reconocimiento de los derechos más básicos de algunos de los miembros de este colectivo tan diverso, pero al camino le queda recorrido. A día de hoy, por ejemplo, y a falta de acuerdo político para la aprobación de la denominada ley trans, las personas transexuales deben pasar por un informe médico o psicológico y al menos dos años de tratamiento hormonal para el cambio de género en el DNI.

Andalucía cuenta con una avanzada legislación contra la discriminación por motivos de identidad de género y de reconocimiento y garantía de los derechos de las personas LGTBI y sus familiares, el problema llega a la hora de aplicarla. Cuando estas personas se escolarizan, cuando trabajan, en sus entornos más cercanos... Es en esos escenarios en los que se desarrolla la vida de las personas donde surgen las dificultades por desconocimiento y en los casos más graves, por falta de respeto.

Según la definición establecida, “homofobia es un miedo y una aversión irracionales a la homosexualidad y a la comunidad LGTB, basada en prejuicios y comparable al racismo, la xenofobia, el antisemitismo y el sexismo”. Sin embargo, de la misma manera que no todo el machismo acaba en violencia doméstica, no toda la fobia a esta comunidad se manifiesta, aunque también, con vandalismo y pintadas en un banco. Sirvan estas cuatro experiencias vitales para conocer qué significa, en sus casos, ser una persona transexual, la madre de una de ellas, homosexual o lesbiana.

No piden un trato especial ni sobreprotección, mucho menos la compasión porque con respeto y empatía les bastaría para vivir su vida. Como dice una de las protagonistas de este reportaje, María, “nadie elige medir 1,60 o tener los ojos verdes”. La lucha continúa y Flora, veterana en ella, lanza un mensaje positivo y considera que “no se han dado pasos atrás”.

Enrique: "No es fácil discernir que eres transexual”

Enrique está en el entorno de los cuarenta años y hace cuatro comenzó su transición para reafirmar la condición del hombre que ya era. Ahora “me siento contento conmigo, me respeto”, pero no siempre fue así. Cuando rebobina su vida y echa la vista atrás ve a un niño y después a un adolescente solitario. Cuenta que desde pequeño “había algo que no me gustaba, ni yo mismo sabía qué era y menos mi familia”.

La excepción era su abuela porque ella, explica Enrique, “lo que veía lo soltaba, no tenía filtro” pero con lo que sí contaba era con una lucidez con la que, en confidencias, le decía a su hija: “lo que le pasa es que es un niño”. De eso se enteró más tarde, en el momento en el que comenzaron a recolocarse las piezas para él y su entorno más cercano, después de tocar fondo con unas consecuencias que pudieron ser irreparables.

Sin embargo, fue el punto de inflexión en su vida gracias a la ayuda profesional que le prestaron en la clínica en la que tuvo que ingresar. “Tenía la sensación de no querer seguir pensando, me moría de la vergüenza. No es fácil discernir que eres una persona transexual, no quería decirlo. Me preguntaba si yo era un hombre y también qué significaba serlo, hasta que más tarde me di cuenta de que podía ser el hombre que yo quisiera”.

“Eso de nacer con el cuerpo equivocado me parece muy melodramático”

Además, prosigue, “eso de nacer con el cuerpo equivocado me parece muy melodramático”. La confusión se traducía en rachas, en unas “intenté tener más femineidad, me arreglaba así, pero cuando me decían que estaba muy guapa me sentaba fatal”. En este vaivén, había otros momentos en los que “odiaba toda la ropa de mujer, no quería nada de eso ni en pintura”, recuerda.

La espiritualidad le sirvió de ayuda para canalizar su confusión y en su ingreso necesitó “otro enfoque, hice retiros de silencio que me vinieron muy bien” porque Enrique es cristiano y participa en comunidades de fe LGTBI que “están dentro de la Iglesia pero fuera del armario”, apunta.

En la actualidad tiene el cambio máximo completado, a excepción del DNI. A falta de la aprobación de una nueva ley, encallada por los desencuentros entre los socios de Gobierno, para poder cambiar de género oficialmente debe pasar obligatoriamente por un informe psicológico “y me niego a aceptar lo de distrofia de género, esa cosa de enfermo mental resuena siempre en mí”.

Guarda una colección de barreras superadas, algunas derivadas de residir en una ciudad pequeña y a día de hoy, vive con felicidad una relación de pareja que en algún momento pensó que no tendría. “Si era complicado ser lesbiana, no te digo transexual, eso tenía una connotación negativa hasta para mí” pero ahora “estoy encantado de verme”.

Flora: “Hay que superar la etapa de victimización”

Flora tiene 65 años y asumió su homosexualidad con naturalidad sin grandes contratiempos en su entorno. Su activismo en la lucha de los derechos de la comunidad LGTBIQ+ dio un paso definitivo en 2007, tras la dimisión del equipo que dirigía en aquel momento la organización Colega. Para entonces, había sufrido problemas en su entorno laboral, la Facultad de Trabajo Social.

Flora. Flora.

Flora. / M. G. (Huelva)

Esas dificultades se dirimieron en los tribunales hasta llegar al Supremo, cuya sentencia afirma que su homosexualidad actuó como “una losa” sobre ella. Flora explica que se levantaron “susceptibilidades” en el Departamento por la posición que alcanzó “siendo de las últimas en llegar” y su orientación sexual jugó en su contra. Recuerda que en esa época de dificultades vivió en su propia carne “lo que suponía la homosexualidad. Militaba en un partido y cuando recurrí a ellos, me dijeron que no era el momento”.

Lejos de arredrarse, buscó un plan b profesional y sacó el número dos en las oposiciones a las que se presentó. El trabajo la llevó a Sevilla, una distancia que le sirvió “como válvula de escape”. Sus padres eran conscientes de su homosexualidad, “lo aceptaban pero no se hablaba y mi madre no lo puso en tela de juicio”. Testigo en primera línea de los avances en derechos sociales para el colectivo LGTBIQ+, asegura que la situación actual “no es comparable desde que hay democracia”.

Flora mira hacia adelante y “ante alguna declaración de que se han dado pasos hacia atrás, yo digo que no” y añade que “hay momentos puntuales de personas que van en línea homófoba pero no es lo general”. Para esta activista, “hay que superar la etapa de victimización, tenemos que ir hacia delante” y en este viaje, se siente “querida y arropada” por los esfuerzos de las administraciones local y autonómica.

Juan de Dios: "Me propuse dejar fluir lo que había dejado dormir”

"Soy una persona por encima de una orientación sexual”, afirma Juan de Dios en toda una declaración de intenciones. “No sé qué es que alguien me increpe, se escuchan ciertos comentarios pero también es donde cada uno pone el foco”. Ya en su casa, recibió el amor de “unos padres maravillosos y con mentalidad abierta” que, como tantos otros de esa generación –Juan de Dios tiene 46 años–, le decían que querían su felicidad “pero que le preocupaban los demás”.

Juan de Dios junto a su marido Cristóbal. Juan de Dios junto a su marido Cristóbal.

Juan de Dios junto a su marido Cristóbal. / M. G. (Huelva)

En su mundo sentimental habitó alguna vez el sexo opuesto, la primera vez que se sintió enamorado fue de una mujer y con otra, más tarde, llegó a casarse pero considera que su subconsciente le dirigía hacia su mayor anhelo en la vida: formar una familia. Juan de Dios es el séptimo de ocho hermanos y para él ese proyecto suponía “madre, padre y los hijos porque el contexto social te empuja a veces a dejar a un lado una parte de ti”. Finalmente, se hizo un firme propósito, el de “dejar fluir todo lo que había dejado dormir”.

Y así llegó Cristóbal –a la derecha en la imagen– y con él, “la primera vez que yo amé y me amaron, la etapa más hermosa después de nacer”, tristemente truncada porque “su cuerpo se marchó hace siete años hará el día 20”. Pero su vida siguió y con ella su proyecto vital, así que el 13 de diciembre de 2016 “llegó mi estrella” y ahora forman una familia monoparental que pronto recibirá a un nuevo miembro a través de la Asociación de Acogida Alcores.

“Me ha regalado la ilusión y la capacidad de luchar para ella y por ella”, afirma. En ello está porque cuenta que “me han roto la conciliación tras 18 años trabajando en la Administración Pública [en el Ayuntamiento de Gibraleón]” y considera que “no tengo que renunciar a dos cosas que son derechos vitales”.

María: “La visibilidad te pone en la casilla de salida”

"Nosotros lo hemos tenido fácil porque ella nos lo ha puesto fácil, estamos muy orgullosos” dice María, una parte de ese “nosotros”, el equipo que forma junto a su marido y sus tres hijos en común. Confiesa que lleva “tres años de máster, antes no tenía ni idea”, pero sí el firme propósito de educar a sus hijos en el respeto y la libertad. Por eso, cuando su hija les pidió el disfraz de la princesa de Frozen, no le contestaron que mejor el de Jack Sparrow.

Sofía abraza a su madre, María. Sofía abraza a su madre, María.

Sofía abraza a su madre, María. / M. G. (Huelva)

Sofía ha contado con todo el apoyo que se puede tener en su entorno más inmediato y “está empoderada”, dice su madre. Pero a la vez, las familias denuncian “un maltrato institucional brutal” y también reclaman “la falta de información”. Andalucía posee una legislación muy avanzada en la materia “que los funcionarios desconocen”. Pese a la cobertura legal existente, pone como ejemplo que ha presentado “hasta dos reclamaciones en el centro salud” para que le recepcionen su solicitud, cuando el cambio de género en la tarjeta sanitaria y en el centro educativo requieren una simple petición.

Por más que los demás así lo vean, si algo tiene claro María es que su hija no es diferente y apunta a la necesidad de visibilización, “la única manera” de arrojar luz, de acercar otras realidades a una sociedad “encorsetada”, que también debe hacer un ejercicio de empatía. Por ejemplo, para evitar comentarios como “me va a costar trabajo acostumbrarme” ante un cambio de nombre, “tú eres muy moderna” ante una familia que acepta y respeta, o “a tu hija no se le nota nada” como buscando algo en ella que no encuentra.

“Quiero que mi hija sea feliz y el paso a la visibilidad te coloca en la casilla de salida porque la felicidad se construye día a día, yo soy no trans y no estoy todo el rato contenta”, dice María. Es una realidad “difícil de entender y de explicar” pero pone un ejemplo que ayuda: “nadie decide cómo es, si mido 1,60 o tengo los ojos verdes y la identidad de género es quien tú eres”. Y Sofía es una niña querida y respetada, como sus hermanos. Igual.

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