Toros

A Conchita Spínola, la musa de los Litri

A esta Huelva se le ha muerto también Conchita Spínola. Fue ayer. De madrugada. Un infarto, dicen. Setenta y un años. Parece todo tan irreal, tan fatídico en este lance de vida en el que la compañera de toda una vida haya durado apenas quince días más que su marido, ese Litri al que Huelva ha homenajeado y llorado y al que Conchita vino a acompañar a Huelva en su último viaje. Seguramente la noticia de su muerte correrá más por esa ensenada que protagoniza la información del papel cuché. Porque para quienes no la hayan conocido en su papel de madre y esposa de toreros es simplemente la madre de Litri, ese rostro perseguido para una portada de torero recién casado.

Mas Conchita es taurina hasta los tuétanos. Acostumbrada a vivir siempre “con dos toros en cada día de mi vida”, decía cuando nos contaba con una sonrisa abierta en su rostro que su hijo se retiraba del toreo. “Dos toros, siempre dos toros en mi vida. Ahora eso ya se acabó”.

Lo contaba la mujer que comandaba esa vida rica de matices toreros que cabía en esa casa de los Litri en medio de la Huelva antigua. Lo contaba esa mujer que respiraba cada tarde que escuchaba el rumor de esa Huelva trayendo al hijo desde La Merced.

Conchita siempre en ese sitio especial donde el apellido Litri la necesitó. Siempre en ese trance de hacerlo lo más imborrable posible en ese universo social donde ella fue imprescindible para entender mejor ese espacio tan singular de la calle Rico a donde siempre llegaron sus toreros a hombros.

Miguel, su hijo, me franqueó la posibilidad de acercarme a saludarla en esa capilla ardiente de Miguel padre. Una breve charla, el respeto hacia el instante y un regalo, inesperado, cuando me retiraba: “Miguel te quería...”, me expresó con toda la amabilidad que le dejaba el momento.

¡Se ha muerto Conchita!, me he repetido constantemente en mi soledad desde que al filo del mediodía me llegó la noticia. Sobresalta más porque este lunes del Rocío es día de sentimientos y sensaciones tan huelvanas que asienta el pensamiento implacable de cómo se habrán llenado los pulsos de sus hijos Miriam, Rocío y Miguel para asumir tanto dolor en pocos días.

Y apena a quien esta crónica escribe porque si a Miguel se quiso, a Conchita se admiró por encima de muchas cosas, pero especialmente por haber sido esa albacea elegante capaz de poner orden y serenidad en la vida de los toreros de su casa.

Ser capaz de ser la mujer que proyectó todo lo que los Litri significaron en esta Huelva asumiendo con personalidad ese rol de esposa y madre de sendos matadores de toros sin quitárselos a una ciudad. Compartirlos con generosidad y con esa pose de dignidad y señorío que Conchita siempre le añadió al apellido torero de Litri.

“Si os llegáis a Peñalosa, no dejes que Miguel salga en chándal cuando le grabéis”, argumentaba ante la posibilidad de que el maestro no nos hiciera ni caso. Recuerdo esa intensidad con la que Paco Alloza, presidente en muchos años de la Tertulia Litri, me contaba de ella en la tarea de no dejar nada a la improvisación. Porque todo lo que llevara el apellido de sus toreros era cosa vital para Conchita.

Y es que esta madrileña que un día fue capaz de retirar del toreo a Miguel Báez supo hacerse con ese papel importante en una casa que vivía con una intensidad fuera de lo común una vida en la que mandaba el toro, las cornadas y los triunfos. Todo eso fue capaz de ordenarlo Conchita en favor de su casa.

Se ha parado el tiempo de una mujer culta, elegante para vestir la vida, temperamental para templar las dificultades, y especialmente respetuosa con la tierra que amó a sus dos hombres. María Concepción Spínola y González-Cocho siempre solventó con inteligencia su relación con un mundo rudo, duro y a veces complicado de entender. Es más que palpable que en esta relación con la vida, el tiempo no le pudo quitar un ápice de la belleza y señorío que siempre mostró ante todos y ante todo.

Y sí, conmueve especialmente que se haya marchado de esta forma tan rotunda. Tan maquiavélica para quienes aún no nos habíamos repuesto del adiós a Miguel. Una vez, un día de otoño en Peñalosa, les pedí a Miguel y a Conchita que posaran juntos para mi cámara. Aun mascullando que no estaba presentable, Conchita me regaló aquella foto pero haciéndome prometer que nunca la publicaría. Esta tarde, antes de terminar esta semblanza hacia esa mujer a la que admiré, la he roto en diez pedazos y la he quemado encima de una matita de romero. Hay personas a las que uno no debe defraudar nunca y Conchita fue una de ellas. Descanse en paz.

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