El Premio RTVA a la trayectoria profesional recae este año en uno de los realizadores de mayor proyección en la industria española, el sevillano Alberto Rodríguez (1971), cuyo último filme, La isla mínima, acaba de irrumpir con fuerza tanto en los festivales (dos Conchas de Plata en la pasada edición del Festival de San Sebastián) como en la taquilla, es decir, contentando por igual a comentadores y público.

Rodríguez es un hombre de imagen, narrador visual preciso y flexible al que las historias, en el fondo, traicionan siempre un poco. Saltó a la fama con 7 vírgenes (2005), donde la chispa de sus primeras películas (en especial El traje, quizás la mejor de todas) cedía a las tensiones propias del cine realista y verosímil; uno que empezaba a apoyarse en el trabajo de los actores, grandes beneficiarios de los esfuerzos de una puesta en escena que los hacía parecer mejores de lo que en realidad eran. Desde ahí todo fue una gratificante, si bien dura, ascensión por los peldaños del género: After (2009), Grupo 7 (2012), y, por último, La isla mínima, donde la madurez estilística de Rodríguez da sus mejores frutos, cediendo gustoso su talento a los relatos con vocación de decir cosas importantes. Premio y reconocimiento por tanto merecidos, aunque todos esperamos que su trayectoria no haya hecho sino empezar.