Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En un pueblo mágico de Huelva, habitaba allá por el siglo XV una mujer conocida por sus remedios milagrosos con los que ayudaba a la gente a sanar. Vecinos de toda la villa acudían hasta su casa, levantada en lo alto de un pequeño cerro a las afueras, con la esperanza de encontrar alivio a sus males.
Una leyenda que aún desconcierta y que cuentan que sucedió en la preciosa localidad de Cortegana. Siguiendo con la historia, aseguran que la reputación de aquella curandera, querida por su gente, se extendió tanto que acabó llegando a los oídos de la Inquisición, recién instalada en la localidad por orden del propio Alcaide. En más de una ocasión fue llamada a declarar en la sede de la institución, situada cerca de la iglesia aún en construcción. Sin embargo, por mucho que intentaban encontrar pruebas contra ella, nunca hallaban razón suficiente para condenarla.
Los años pasaron, y la fama de la mujer siguió creciendo en Cortegana y en las aldeas cercanas. Tal era la confianza que despertaba, que en las gélidas noches de invierno los enfermos esperaban a la intemperie hasta que ella despertaba para poder ser atendidos.
Finalmente, la Inquisición decidió acabar con su prestigio. Prepararon un falso juicio por brujería y herejía y se dirigieron a su casa. Pero al llegar, solo encontraron a su hijo, un muchacho de doce años. El pequeño se negó a revelar el paradero de su madre, y por ello fue apresado y ejecutado: lo ahorcaron en las laderas del conocido cabezo.
Cuando la mujer regresó al anochecer, el dolor la destrozó por completo al descubrir a su hijo colgado de una encina. Sus lamentos, profundos y desgarradores, fueron escuchados por muchos de aquellos que días atrás habían buscado en ella remedio para sus dolencias.
Pasó la noche entera a los pies del cuerpo de su hijo. Lo descolgó del árbol maldito y lo enterró en aquel mismo lugar. Entonces, inclinándose sobre la tierra, pronunció con voz firme:
"Esta tierra que alberga en sus entrañas el cuerpo de mi hijo, injustamente asesinado por quienes actúan en nombre de Dios, y que ha sido regada con las lágrimas de mi dolor, no tendrá ánimo para nutrir árbol alguno, ni ahora ni en los días venideros".
Tras aquella maldición, la mujer marchó a Portugal, y nunca más se volvió a saber de ella.
Hasta hoy, aquel cerro sigue siendo el único de la sierra en el que no crece ningún árbol. Por ello, en Cortegana todavía lo llaman El Cabezo de la Horca.
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