Un lobo solitario que necesitaba a la gente. Tanto es así, que hace justo un año se trasladó de Brasil a Galicia y desde allí vino al CEAR de la Cartuja para competir en el Guadalquivir con su club, el Ría de Aldán, en el Campeonato de España de invierno de piragüismo... pero sin lujos de ningún tipo: 10 horas en furgoneta desde su tierra a Sevilla y lo mismo a la inversa. "Me lo paso bien con los chicos en el viaje", decía con voz tenue en una entrevista concedida a este periódico.

Sereno y educado, David Cal se paró con cada palista o aficionado que le pidió un autógrafo, una foto. Su inmensa figura como deportista, el mejor de la historia olímpica española, en nada puede asociarse a la candidez que demuestra en el cara a cara. El sacrificio de este hombre durante su carrera fue a solas. Bueno, al lado de su inseparable entrenador, Suso Morlán. Tiempo le dio para pensar desde que en 2007 trabajó sin un solo compañero a su vera, sólo el técnico que le medía el peso, los tiempos, la programación milimétrica para conseguir la hazaña de subir al podio en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos.

"Ganas el oro olímpico y todo es extraño, eres feliz y te sientes vacío". Así vivió aquel oro griego en su primera cita olímpica hace 11 años. Con 34, unos meses antes de los 35, quería su sexta medalla, completar la media docena de esforzados podios. "Hay gente que se escandaliza por mi peso a principio de año, pero está controlado", refería.

Ahora aducen que está pasado de kilos y escaso de ambición. En esa tesitura, no da una palada más y prefiere bajarse del bote para convertirse en un tipo normal que se divierte con sus amigos en Cangas de Morrazo. De historias sobre su vida deportiva podrá contar cientos, miles, aunque la mayoría serán de los miles de kilómetros de entrenamiento intensivo que hizo desde crío hasta pasados los 30.

El 9 de noviembre de 2013 tuiteó que quedaban 1.000 días para Río; a menos de la mitad, el lobo solitario se va a descansar.