El fútbol antes de la caída del muro de Berlín

La Eurocopa de Cortelazor

  • “En Cortelazor, un paraíso de la Sierra de Huelva, ha sido el único lugar en el que he visto una final de la NBA y vi casi todos los partidos de la Eurocopa del 88 que ganó Holanda”

Van Basten celebra uno de los goles que anotó con Holanda.

Van Basten celebra uno de los goles que anotó con Holanda.

La Eurocopa de Alemania se disputó en 1988, justo un año antes de la caída del muro de Berlín. Fue el torneo en el que Gordillo se despidió o lo despidieron de la selección española. A la Eurocopa de Alemania la llamo la Eurocopa de Cortelazor y voy a contar las razones de tan exótico nombre. Andaba yo en mi último año de soltería y mi futura esposa tenía que ir a Madrid a examinarse de Periodismo. El partido inaugural fue Alemania-Italia. Entre los comentaristas estaba Santiago Amón, crítico de arte y padre del periodista Rubén Amón. Amón padre falleció trágicamente en el accidente de un helicóptero en el que viajaba con Rosa de Lima Manzano, que estaba al frente de la Dirección General de Tráfico. La nave nunca llegó a Palencia, donde debían entregarle un premio a Peridis.

El partido lo vi en la casa de la calle Teodosio que compartían los matrimonios Mercedes de Pablos y Gerardo Grau y Ezequiel Martínez y Ángeles Mon, en ambos casos cruces de la medicina con el periodismo. El 8 de enero de ese año 88, Mercedes había dado a luz en el hospital de Valme a sus hijos Matilde y Tomás. Viendo el partido, les comenté que tenía previsto alquilar una casa en la Alpujarra granadina para ver el resto de los partidos de esa Eurocopa. Por esas fechas había viajado a esa comarca para localizar en Bubión a un supuesto lama alpujarreño. Me impresionaron esos parajes de Campaneira, Papileira, como una Galicia del Sur.

Cuando les propuse mi plan, Mercedes me ofreció una alternativa: en Cortelazor, un paraíso de la sierra de Huelva, la casa de su familia estaba a mi disposición. Vivía su madre, Blanca Candón, que había enviudado y años después sería alcaldesa del pueblo. Decidí cambiar de sierra, las Alpujarras por la serranía de Huelva, y mi entusiasmo fue contagioso. Antes de que terminara el partido inaugural, Gerardo y Mercedes decidieron que me acompañarían para vivir conmigo en Cortelazor los partidos de la Eurocopa. Ellos en su Lada ruso y yo en mi Mohamed (le llamaba así porque me lo entregaron a mi regreso de un viaje a Egipto) salimos muy temprano para Cortelazor. Allí vimos todos los partidos menos el ya mencionado Alemania-Italia y la final, que vi con mis primos Marcos y Augusto en un bar de Sanlúcar de Barrameda. Una final inédita, Holanda-Unión Soviética. El único torneo que han conseguido los holandeses (jugaron tres finales de Mundiales y las tres las perdieron, la última contra España), con un gol inverosímil de Van Basten a Dassaev, al que le tocó jugar el papel de Yashin en el gol de Marcelino que le dio a España la Eurocopa del 64.

En 1988 hice dos viajes maravillosos. Éste de Cortelazor y en septiembre fui como periodista en la expedición del J.J. Sister, el barco de la Transmediterránea, en el que Miguel de la Cuadra Salcedo reeditó el segundo viaje de Colón con escalas en las Canarias, San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo (donde llegamos con Julio Iglesias), La Habana, Lisboa y final en Cádiz. La partida fue desde Huelva. Si la Eurocopa de Alemania la viví casi entera en Cortelazor, los Juegos Olímpicos de Seúl me cogieron cruzando el océano Atlántico.

La vivencia de aquella Eurocopa fue maravillosa. Televisaban dos partidos diarios. Entre uno y otro, los chavales del pueblo llamaban a la puerta para que Gerardo y yo jugáramos con ellos en un campito junto a la iglesia. Como me tenían a cuerpo de rey, todas las mañanas cogía el coche e iba hasta Aracena a por pasteles a Casa Rufino y de paso compraba los periódicos. No había móviles ni internet, estábamos medio aislados, aunque nos enteramos de las pocas noticias que ocurrieron esos días: la muerte del Pali, la boda del hijo mayor de la duquesa de Alba. Lo demás todo parecía estar en su sitio.

Como había viajado desde la ciudad a un pueblo, me llevé unos botos camperos de Valverde que me había comprado. Me vi tan ridículo con ellos que no me los puse nunca más. En Cortelazor es el único sitio donde he visto una final de la NBA, entre los Angeles Lakers y los Detroit Pistons, cuando las retransmitía Ramón Trecet. En esos días me leí una novela divertidísima, Un buen hombre en África, de William Boyd. España tuvo una actuación discreta. Ni chicha ni limoná. Era la época de la quinta del Buitre y las Ligas de Mendoza. Por las noches íbamos a tomar una cerveza al bar El Nido. Alguna vez sonaron las campanas llamando a la misa por algún difunto. Todas las tardes llamaba por teléfono a mi chica, que estaba en un hostal de Madrid, y a veces me preguntaba por el sonido ambiente y le explicaba que estaba pasando por la plaza del pueblo un rebaño de cabras. Blanca, la madre de Mercedes, fue una anfitriona magnífica. Ya falleció. Después ha sido alcalde Franco de Pablos, hermano de la periodista, que entonces creo que vivía en Granada y nos hizo alguna que otra visita. Matilde y Tomás tenían cinco meses y recuerdo aquellos biberones de la Eurocopa. Son casi de la quinta de Messi. Los niños de Mercedes tienen 33 años y el astro argentino cumple 34 años el mismo día que yo escribo estas líneas. Si me tuviera que quedar con una jugada de aquella Eurocopa, además del gol de Van Basten, citaría un golazo del irlandés Ronny Whelan a la Unión Soviética (pobre Dassaev) después de un saque de banda efectuado por MaCarthy con ímpetu de córner. Un año después cayó el muro de Berlín, empezó a fraguarse la desunión soviética. El felipismo vivía tiempos de bonanza en una España alegre y confiada en la que mandaban en las portadas personajes icónicos como Mario Conde y Marta Sánchez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios