Manuel Arias Maldonado | Escritor

"Un arte que se explica a sí mismo nace muerto sin remedio"

El escritor Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974).

El escritor Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974). / Javier Albiñana (Málaga)

Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, columnista y escritor, Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) es una referencia decisiva en el ensayo contemporáneo, con títulos ya fundamentales como La democracia sentimental (2016), Antropoceno (2018) y Desde las ruinas del futuro (2020), en los que aborda con lucidez camusiana los retos sociopolíticos y medioambientales más urgentes. Ahora, su brújula se asoma a otras latitudes (sin abandonar las acostumbradas) con Ficción fatal (Taurus), un libro en el que explora a conciencia todas y cada una de las claves de Vértigo, el film dirigido por Alfred Hitchcock en 1958, con conclusiones reveladoras como obra de su tiempo y, a la vez, clásico de sonora vigencia.  

-En ensayos como La democracia sentimental abordaba usted la introducción de elementos de ficción en el debate político. Ahora, escribe directamente sobre ficción a través de una obra cinematográfica que, en gran medida, cuestionó en su estreno la ficción tal y como la conocíamos. ¿Cómo se va de lo uno a lo otro?

-De entrada, soy cinéfilo y amante de la literatura antes que teórico político. En este ensayo, eso sí, utilizo herramientas propias del ensayo académico, entre otras cosas porque me parece deshonesto no citar en un trabajo así nada de lo que se ha hecho hasta ahora y dedicarme en exclusiva a expresar mis opiniones. Por otra parte, hablamos de una película a la que se puede volver una y otra vez y en la que resulta esencial el desvelamiento de la ficción que el personaje padece, que es una ficción manufacturada por el mal, lo que puede entenderse de manera literal o como algo más abstracto. En cuanto a las ficciones políticas que he abordado en mi trabajo, la analogía es algo más complicada. A ver, los hechos sociales, por ejemplo, tienen mucho de constructo. ¿Qué es una nación? ¿Qué es una ideología? No es fácil responder a esto. Pero si algo nos revela Vértigo es que los seres humanos estamos particularmente necesitados de ficciones, lo que puede tener que ver con el hecho de que una determinada ideología nos resulte atractiva. En la película de Hitchcock, el reconocimiento de una ficción como ficción entraña algo lúgubre, ya que lo que hay detrás es una destrucción, por más que el final trágico parezca la única salida consecuente a la trama. Para un ciudadano común, la cuestión estaría en cómo abrazar ficciones necesarias dándote cuenta de que en todas ellas hay, precisamente, un elemento ficcional; es decir, sin convertirte en un fanático pero, al mismo tiempo, manteniendo la ilusión de que podemos construir cosas juntos. Y esta perspectiva nos aporta algo de mesura a la hora de ejercer el diálogo político o la defensa de nuestros ideales. Cuando se abrazan ideales de manera fanática, el resultado es siempre fatal. El siglo XX fue particularmente aleccionador en esto.

-La ficción se afirma en un pacto entre el espectador y el narrador: el espectador se deja manipular y el narrador acota los términos de la manipulación. Pero en Vértigo sospechas todo el rato que Hitchcock termina manipulando más de lo pactado. ¿Quizá esto explica la fría acogida que tuvo la película en su tiempo y su consagración posterior como obra maestra?

-Podríamos concederle a Vértigo que estuvo adelantada a su tiempo sino fuera porque el modernismo literario ya venía profundizando en estas cuestiones narrativas desde mucho antes, con Joyce y compañía. Pero también es verdad que el cine es un arte de masas cuya didáctica, a priori, era otra. Hitchcock, de hecho, tuvo siempre mucho cuidado a la hora de introducir innovaciones formales. No quería ir muy por delante del público, sino educarlo de manera acompasada a su tiempo. Pensaba, y con razón, que si un artista se adelantaba mucho a su tiempo, el público lo abandonaba. También se puede argüir que Vértigo no incluye buena parte de los tropos de Hitchcock, como sí hacía por ejemplo Con la muerte en los talones, para explicar por qué no triunfó en su momento. Se trata de una película muy pesimista, con el final más triste del director y un planteamiento muy nihilista. Pero sí, tu pregunta es pertinente. No en vano, Hitchcock ha sido acusado a menudo de tramposo. Aunque sea por decisiones que, en el fondo, entrañan una marca de estilo.

-Aunque en su libro no lo aborda de manera directa, Ficción fatal invita a reflexionar sobre el creciente analfabetismo social en torno a la ficción y sus consecuencias en forma de cultura woke y pasión por la cancelación. ¿Sería conveniente una educación sobre la ficción y sus mecanismos?

-Todo indica que esa educación hace falta. Lo que no sé es si las escuelas pueden hacer tanto por nosotros. Ya les pedimos demasiadas cosas, que si el medio ambiente, que si las finanzas. Pero sí, no vendría mal. Esta cultura de la literalidad ha cobrado fuerza en los últimos años, sobre todo en las redes sociales, que llenan el espacio público de acusaciones de todo tipo. A partir de aquí, cada vez se dan más conflictos jurídicos que tienen que ver con el código ficcional. A veces se identifica el daño que causa la ficción al espectador con el daño jurídicamente mensurable que causan las calumnias o agresiones aún más graves. Pero, claro, la ficción no causa este daño; como mucho, ejerce una influencia que puede ser positiva o negativa. Así que sí sería pertinente educar a los receptores en la excepcionalidad de la ficción como representación. Siempre es un error convertir la ficción en un instrumento para. El arte es otra cosa, aunque pueda tener efectos sociopolíticos indirectos. En este sentido, una película como Vértigo parece favorable a una política cancelatoria porque se abre a muchas interpretaciones.

"Se supone que el arte no debe plegarse a los prejuicios de su tiempo, pero el problema llega cuando es el creador el que los da por buenos"

-Al hilo de eso, ¿quizá la creación cultural viene mostrando en los últimos años una falta de confianza en la capacidad interpretativa del lector o espectador? ¿No se presentan los mensajes ya cerrados, sin oportunidad alguna de colaboración, de co-creación por parte del destinatario?

-Sí, por supuesto. En el caso del cine, en concreto, esa tendencia se ve más clara en las películas que van dirigidas al gran público o a un público mediano. Muchas vienen ya con su suplemento explicativo, lo que influye sin remedio en el modo en que se conciben. Un arte así, que decide explicarse a sí mismo, nace muerto sin remedio. No hay nada polisémico, ni ambigüedad alguna, está cerrado a la cooperación. En gran medida, todo esto obedece a estrategias comerciales deseosas de acompasarse a la corrección política del momento. Esto es un error, claro. Pero también tiene su parte de responsabilidad el gran público cuando prefiere ver un cine o leer una literatura que no le exige nada.

-Pero Hitchcock nunca dejó de hacer un cine popular que dejaba hueco al espectador para que pusiera su interpretación sobre la mesa.

-Sí, pero el suyo es un cine, como el de Hawks o Cukor, en el que uno puede quedarse en las meras y tramas y divertirse con lo que ofrecen, sin atender a discursos teóricos que por otra parte no son especialmente visibles; o atender a los significados menos evidentes que el director pone en juego a través de los medios de que dispone, como los diálogos entre los personajes. En Vértigo, como decíamos, la interpretación es muy abierta y lo que vemos en ella admite varias lecturas. No estoy seguro de que todo el público que iba al cine a pasar la tarde del domingo en Los Ángeles entendiera todos los matices de Vértigo. Eso sí, en el extremo contrario encontramos otro peligro, que es el de la hipertrofia interpretativa, el empeño en ver en la película cosas que no hay. Éste es seguramente el gran drama de la postmodernidad. 

-¿Explica ese peligro la decadencia de la crítica en la actualidad?

-Es delicado. Durante mucho tiempo se exigió a las grandes publicaciones de crítica cinematográfica, como Cahiers du Cinéma, que siguieran una línea. Porque si sigues una línea, un marco bien definido de lo que debe ser una obra de arte, puedes limitarte a aplicarla a lo que vayas a ver y descartar lo que no encaje en ella. Esto lo vemos de manera clara con la teoría fílmica feminista, que entiende que el cine debe servir para desestabilizar nuestra visión del género. Y, bueno, esa finalidad podrá darse o no, pero al darla por sentada lo que estás haciendo es condicionar la recepción. A día de hoy, y al menos en la última década, observo en la crítica una tendencia a interpretar la obra cinematográfica en clave política, tal y como sucedía en los años 60 y 70. Imagino que esto funciona por oleadas. Se supone que siempre es preferible que el arte no tenga que someterse a prejuicios; el problema llega, sin embargo, cuando es el creador el que los da por buenos.

-El año pasado se anunció un posible remake de Vértigo con Robert Downey Jr. como protagonista. ¿Qué podríamos esperar al respecto?

-No sé si tendrá mucho sentido. De Hitchcock se han hecho algunos remakes. Aunque, bueno, en el caso de Rebeca se puede entender como otra adaptación de la misma novela. Distinto es el caso de Psicosis, que Gus Van Sant replicó plano a plano, lo que podría tener sentido como ejercicio experimental a la manera borgeana aunque al final, bueno, se constató que el experimento no tenía sentido. Ahora bien, a la hora de coger Vértigo y hacer un remake, habría que ver qué intenciones hay detrás. Si se trata de contar la misma historia otra vez, pues mejor que no: las circunstancias en las que se hicieron la película son irrepetibles. Tendríamos en la cabeza la película original todo el rato. Otra cosa es que se introdujeran novedades ideológicas. Pensemos, por ejemplo, en un giro de género. ¿Cómo funcionaría? Podría tener cierto interés a nivel cultural. Adaptar esa película a la corrección política de hoy daría para un desafío.

Kim Novak y James Stewart, en 'Vértigo' (1958), de Alfred Hitchcock. Kim Novak y James Stewart, en 'Vértigo' (1958), de Alfred Hitchcock.

Kim Novak y James Stewart, en 'Vértigo' (1958), de Alfred Hitchcock.

-¿Hasta qué punto es inherente a cualquier clásico la exigencia de una mala recepción en su época?

-Entiendo que la creación artística tiene una intención fundamental de comunicarse con su tiempo sin pensar en la posteridad. A menudo, lo que en su momento es recibido como rompedor pasa a ser percibido con cierta nostalgia, lo que entraña un peligro serio para los clásicos, el de ser visto con cierta condescendencia. Hay películas de Hollywood que siguen siendo vistas como clásicos vigentes, mientras que otras han envejecido peor. El caso de Vértigo es peculiar porque desapareció durante mucho tiempo para ser luego redescubierta en los 80 gracias a Chris Marker. El fracaso no te convierte en un clásico de manera directa, pero suele ser un precio a pagar por las obras que sí llegan a serlo. Vértigo tiene una puesta en escena casi postmoderna, que en su momento no fue comprendida. Cuestión aparte fue la importancia que tuvo en su momento Cahiers du Cinéma en la reivindicación de Hitchcock como gran cineasta, que fue capital.

-¿Jugaba en contra de su reconocimiento como clásico del cine el carácter lúdico de Hitchcock?

-Sí, tenía esa vena, desde luego. Aunque después intentaba compensarla tocando temas serios. Como el amor, que es un tema capital en Hitchcock, con todas esas variables en torno al éxito y al fracaso. No sería descabellado interpretar Los pájaros como una historia de amor en la que un amor verdadero desencadena algo terrible.

-Como cinéfilo, ¿qué futuro inmediato augura usted al cine, después de unos años en los que el medio parecía a punto de desaparecer y de que, al menos desde el año pasado, las salas estén cobrando un nuevo auge?

-Es difícil llegar a una conclusión. Parece claro que el cine ha perdido el protagonismo que tenía en el debate cultural de hace cuarenta o cincuenta años, pero ocasionalmente llegan películas ocasionales que parecen renovar el interés por el cine como manifestación cultural digna de crédito. Por otra parte, parece que la gente joven ya no va al cine, lo que contrasta con nuestra generación, para la que el cine ha sido desde la infancia una alternativa de ocio consolidada; aunque lo cierto es que no ha dejado de ir: para no poca gente joven, el cine sigue siendo una actividad social interesante. Quizá para ellos, los jóvenes de ahora, el cine ya no es la herramienta de socialización que disfrutábamos nosotros; pero los festivales se siguen celebrando y va gente muy diversa a ver sus propuestas. A nivel artístico se hacen cosas muy interesantes, pero hay que estar conectado para acceder a ellas, lo que pasa por tener un cine en tu ciudad que las proyecte. El cine americano ha perdido su predominancia artística, aunque siga siendo una gran potencia. Ahora el cine es un fenómeno mucho más global, lo que se percibe en la internacionalización de los Oscar. Y, al mismo tiempo, el acento local es importante. Hay muchas paradojas, así que no podemos dar respuestas tajantes. Lo que sí perdura es la ventaja que nos ofrece al cine frente a otras manifestaciones culturales como la literatura: ya sea en una sala, ya sea en casa con la familia, casi siempre se trata de una experiencia que compartimos con otros.

-¿Y las series?

-Están perdiendo fuerza. Todo apunta a un fin de ciclo. Lo bueno es que el cine sigue ahí, esperando su oportunidad a la vuelta de la esquina.

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