El párrafo, querido lector, nuestro admirado y nunca bien tratado párrafo. El gigante Capítulo lo mira desde su atalaya con una aire de superioridad por su condición humilde y repetitiva; la presumida Frase siempre ha gritado a los cuatro vientos la incomodidad de unas líneas de escritura comprimidas y, a veces, incoherentes; la infantil Palabra busca refugio en su interior para evitar las responsabilidades de una vida adulta lingüística, marcada por la toma de decisiones; por último, el capricho del ser humano, que juega con desdén a la creación indiscriminada de párrafos de diferentes razas, nacionalidades y credos políticos y religiosos.
Sí, señor, el maltratado párrafo. En este punto, no hay reunión de profesionales de la escritura o tertulia informal, en la que no se toque la trágica situación del párrafo en los textos escritos por los jóvenes alumnos (instituto o universidad) y en los medios de comunicación en general. ¿Tan grave es? Pues sí, querido lector. Las ideas de un escrito se estructuran en partes o párrafos, para que el destinatario pueda asimilar la información e ir estableciendo un diálogo silencioso con el texto. Por lo tanto, la falta de cuidado y el desconocimiento de las reglas básicas en la estructura de los párrafos provocan una confusión innecesaria y la pérdida de coherencia en las ideas expuestas.
Todos los cursos académicos cuento a los alumnos una decena de veces una historia real, repetida una y otra vez en las pruebas escritas de todas las materias curriculares. Los invito a que piensen en un examen escrito de comentario de texto o sobre un periodo histórico como el Imperio romano. A continuación, les comento la secuencia clásica y el fatal desenlace:
- El profesor reparte el texto para comentar. A continuación, dicta con solemnidad la pregunta teórica de análisis sobre un periodo concreto. Miradas nerviosas entre los alumnos y recuerdos al árbol genealógico del docente.
- Turno de réplica para el concurso de preguntas ridículas: “Profesor, ¿qué día es hoy?; ¿puedo usar típex?; donde pone calificación, ¿qué pongo?; ¿pasa algo si escribo en una hoja de cuadritos?... ¡Dejadme en paz, malditos roedores! En fin, la vida.
- Aquí, comienza el momento mágico: las miradas de los examinados se fijan en el inmaculado blanco del folio, los pulmones se llenan de un aire vivificador y las muñecas comienzan a correr de derecha a izquierda la hoja desvalida al ritmo de la escritura de palabras y líneas ilimitadas. ¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!
- ¿Resultado? En la mayoría de los casos, el primer párrafo es mastodóntico, kilométrico, inabarcable por la mente humana. El docto alumno ametralla el folio sin piedad y escribe líneas y más líneas de conocimiento teórico sin el menor filtro organizativo. Cuando nota los primeros síntomas de agotamiento o un dolor articular en la muñeca, decide cambiar de párrafo con un solitario punto y aparte. A continuación, reemprende la marcha y escribe otro párrafo monumental, pero un par de líneas más breve. El tercero y el cuarto ya muestran los estragos del paso del tiempo, mientras que los últimos son parrafitos enclenques de dos o tres líneas que, a duras penas, pueden expresar una idea simple.
¿Se puede superar?
Este síndrome lingüístico del párrafo disparatado y menguante puede desaparecer si el escritor tiene en cuenta una serie de sencillas pautas de redacción como las siguientes:
- El primer paso para el desarrollo de un contenido por escrito es detenerse unos minutos para planificar las ideas fundamentales de la cuestión planteada. Cualquier método es válido: esquemas alfanuméricos, mapas conceptuales o tablas comparativas.
- La extensión de los párrafos debe ser homogénea. Como norma general, el primero y el último son los más breves: introducción y conclusión de unas cincuenta palabras. Siempre les recuerdo a los alumnos que escribir bien es como ser un buen anfitrión en una comida familiar: los entrantes y postres deben ligeros y sabrosísimos para abrir y cerrar la celebración.
- La pauta más recomendada por los profesionales de la escritura es que, en cada página, el número de párrafos fluctúe entre los tres y los cinco. Por supuesto, es recomendable una extensión homogénea en el desarrollo de cada idea.
- El escritor debe ser cuidadoso con la separación entre los párrafos. Por este motivo, se establece el doble espacio para marcar los párrafos sin sangría o el espacio simple y la primera línea del párrafo siguiente con sangría. No se deben combinar la sangría y el doble espacio.
- Una vez el alumno muestre un dominio de los conceptos básicos de extensión y tipografía, debe insistirse en la organización del mensaje en el interior del párrafo. A veces, no se sigue ningún criterio en la información, por lo que se transmite una imagen de falta de rigor. Los tipos de párrafos más comunes son: el inductivo, el deductivo, el circular o el de contraste. En todos los casos, el emisor experto marca con claridad la idea principal para goce del sufrido lector.
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