Síndrome expresivo 50

Belén Esteban y las muletillas principescas

Belén Esteban, desconsolada en un plató

Belén Esteban, desconsolada en un plató / Mediaset

Debo reconocer que no todas las mañanas un servidor desayuna con una noticia a la altura de las necesidades educativas de un país como el nuestro. En ocasiones, el maldito vicio de leer periódicos ilumina algunos rincones de nuestra maltrecha mente y nos invita a reflexionar sobre determinados usos lingüísticos de nuestros alumnos y, cómo no, de la población en general. Así, el primer día de un frío diciembre del año 2019 tuve la inmensa dicha de detener mis ojos en la lectura de un titular del diario La Razón que afirmaba lo siguiente: El canon literario de Belén Esteban: “Recomiendo al presidente 'El príncipe' de Maquiavelo”. 

Maquiavelo. Renacimiento italiano. Estado moderno. El modelo de gobernante y la princesa del pueblo… ¡Arriba la Esteban! ¿Sí o qué? ¡Qué fuerte, tron! Como quien no quiere la cosa, establecí las conexiones entre ambos modelos de lengua, ¿me entiendes? Bueno, la princesa del pueblo aludía de forma explícita al retorno de una educación obligatoria basada en el estudio de “las disciplinas humanas” (studia humanitatis). En plan bien, ¿sabes? Nada de presumir de cultura ante el populacho embrutecido por la telebasura y tal. Esto… ¿qué os iba a decir...? 

Sí. Allá por la época del Renacimiento italiano, los alumnos se marcaban como objetivo prioritario el dominio del latín, ¿me entiendes? En plan, vamos, estudiaban y leían todos los días las obras de los grandes pensadores romanos. Mmmm… Como bien subraya la erudita consejera en la entrevista, la escuela orientaba todos sus esfuerzos y desvelos al aprendizaje y puesta en práctica de los principios de la retórica clásica. No sé si me explico. Bueno,... de este modo, seguían los modelos encarnados en la figura de Cicerón, o sea, que pensaban que una correcta expresión oral era fundamental para ejercer como ciudadano en la vida pública, ¿verdad?

Hombre (o mujer), tú sabes que me gusta ser riguroso en las apreciaciones, ¿me sigues? Básicamente, en nuestras producciones orales, todos los hablantes empleamos algún tipo de recurso para comprobar que el oyente no ha perdido el hilo de la conversación, ¿verdad?; marcar la importancia de una palabra o frase, ¿sabes lo que te quiero decir?; buscar la complicidad de la audiencia, ¡tú ya me conoces! o, simplemente, rellenar el final de la frase a modo de broche final, ¿no? No sé si me he explicado con claridad, ¿sí o no? En plan, lo que estaba intentando explicar es que todos nosotros recurrimos de vez en cuando a una muletilla, del tipo ¿vale?, de forma espontánea en la construcción de nuestras intervenciones orales en situaciones familiares y distendidas, ¿te enteras?

En este punto, qué quieres que te diga, sufrido lector, nuestros alumnos no son ajenos a esta realidad expresiva, por lo que apoyan sus telegráficos enunciados en muletillas impuestas por las modas, el sexo, la edad o por la localización geográfica, entre otros factores. ¿Sí o qué? Pues, bueno, que sí… En plan que los alumnos deben ser conscientes de que en el uso informal de la lengua todos adornamos nuestras intervenciones con estas marcas expresivas, ya sea al principio, durante o al final de las frases. Pero siempre en plan paz y amor, ¿eh?

Esto no es porque yo lo diga, sino que un acto lingüístico natural y espontáneo puede derivar en un vicio expresivo, cuando el receptor está más pendiente de las veces que el emisor repite una palabra en lugar de concentrar la atención en el contenido del mensaje. ¿Me explico o no? Pues, no sé. Cuando éramos estudiantes, en plan cuando íbamos al instituto… Por ejemplo, todos recordamos haber ido apuntando en el cuaderno de clase una serie de palitos que remitían al número de repeticiones de alguna muletilla del profesor de turno del tipo ¿vale?, ¿no?, ¿me explico? 

¿Se puede superar?

Este síndrome propio de la comunicación oral puede desaparecer con unos simples consejos prácticos:

  1. El emisor debe adaptarse a la situación comunicativa. Por lo tanto, los contextos formales exigen frases con una estructura sintáctica canónica, sin elementos de relleno. Lo repito una y otra vez en Con la lengua suelta: 60 secretos del español correcto: en comunicación siempre menos es más y todos los elementos superfluos deben ser eliminados por un emisor competente. Por lo tanto, dejemos nuestras queridas coletillas y latiguillos recurrentes para las reuniones con cuñados verborreicos y los días de alterne en los veladores soleados.
  2. Las exposiciones orales ante un auditorio exigen concentración y una concienzuda preparación anterior. A mayor trabajo previo, más seguridad y menos margen para la inclusión de términos secundarios o frases vacías de contenido. El silencio provoca la duda y esta lleva al ponente inexperto a cubrir esos descansos con muletillas y expresiones de relleno. Recuerda que el receptor respira con las pausas y agradece la exposición de ideas sin la interferencia de eslabones expresivos irrelevantes. 

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