No se vende un abrigo

A uno, en las postrimerías del año, le gusta ver cómo jarrean las nubes y calarse el chubasquero

El cambio climático es el único culpable de esta calamitosa situación. No se vende un paraguas, unos guantes, una simple bufanda, unas botas de agua, una gorra, un cobertor... ya no sirven las predicciones de las cabañuelas, ni la del monje gregoriano que con su vara nos va indicando los cambios de tiempo. Si cae la de Dios o nos ahoga la sequedad de la mojama.

Ahora resulta que el general invierno es un sargento mutilado en busca del búcaro que alivie su marchita garganta.

¿Qué dirían ante tal perspectiva aquellos comerciantes de tejidos que urgían sus novedades en los años ochenta? Llegado octubre y comenzando a soplar la brisa y el relente, se hacía necesario volver hasta el ropero para sacar los pantalones de franela, el chaquetón, la cazadora, los calcetines largos, la gabardina, los pijamas, las camisetas enguatás, el príncipe de gales para las ocasiones, las corbatas de lana, los bombachos, la pelliza, los jerseys, el capote...

Allá, mirando al cielo, don Prudencio Benito, Raya, Lérida, Miyares, Fidalgo, La Tienda Chica, Almacenes la Verdad, El Barato, Macías, Padilla, Severiano Carmona, Rodés, Bruno Prieto, Santamaría, Pásaro, La Colmena, Julio Pérez, Los Caminos, Llanes, Los Madrileños, Tejidos Castilla y El Metrol, entre otros tantos, esperaban la lluvia como ansiado maná.

Hoy estarían clamando al ver el secarral que los consume y los borra de un mapa donde se establecieron grandes expositores al amparo de la diversidad climatológica. ¡Qué desastre!

No cae una gota o acaso cuatro, insuficientes para arropar al vecindario. Busque usted algún ropón en los escaparates y observará las prendas de abrigo más muertas que vivas. Tienen menos salida que el Nini en sus mejores tardes por esa puerta grande mercedaria.

Total, que la pluviometría no coincide con los tradicionales tacos de almanaque ni con sus programados chaparrones. Sirven para contar los días festivos, leer el santoral y pasar página.

A uno, en las postrimerías del año, le gusta ver como jarrean las nubes, calarse el chubasquero, oler tierra mojada, pisar losetas trampas, tronar las cristaleras mientras repela el viento y el árbol se desnuda. Recuerdo a Fred Astaire "cantado bajo la lluvia", feliz, en una calle de NY, a la vez que sus pasos anegan una pantalla mágica. Mientras, espero que truene el firmamento y despierte el clamor invernal en los escaparates. Ya toca.

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