Ese tramo...

Hoy estaré esperando para ver al crespón de la noche iluminar su rostro y abrazarlo

De recogida ya, como en el tiempo aquel en que volvíamos rodeando el coso de la Merced por esas callejuelas solitarias de tejares y cal, recelosas de tanto barrizal, tanto cañizo, guardianes de un Chorrito de cuevas y covachas donde la cofradía habitaba en la noche y tan sólo la llama del pabilo declaraba su paso, al filo de la media noche.

Nuevamente el Calvario, vuelve a tornarse sigilosa penumbra entre el gentío, cuando suenan las manecillas del silencio por esa plazoleta que tanto sabe del pasado real y monacal en que se alza.

En Coto Mora se vive la "pasión franciscana" entre las sombras de la noche y el peso de la cruz sobre los hombros de anónimas pisadas, entre el leve murmullo de las trabajaderas, y la imposible voz de un rachear del alma entre costales.

La magia de este Lunes se prende en esa bocacalle que se alarga desde Gobernador Alonso a Hernán Cortés, entra en Rascón y, atravesando Luca de Tena, acaba desangrándose al pie de su capilla, donde velan resabios de viejos mercaderes.

La oscuridad se afana en ese espacio donde palpita el duelo y tan sólo la noche, en toda su pureza, se hace testigo al caminar de Dios por calles apagadas. Mientras huye la luz, Jesús espera.

Llega el Calvario a desguazar los mitos y a reafirmar su vocación de fe, a explicar en ese breve y mudo itinerario, otra forma de pregonar a Cristo, otro modo de vernos en la Estación de Penitencia, en el rezo contrito, en una nueva Vía Sacra que se envuelve en la sarga Asís y se confiesa, en el amanecer de la tiniebla.

Han pasado los años, pero el Calvario no ha perdido su esencia, no ha permitido que lastren el duro testimonio de absoluto mutismo, de negación al yo, de hermético penitenciar en ese corazón de un Lunes donde todo se apaga, menos Dios, cuando surca el fugaz pasadizo que nos arrastra a Él.

Todo se cierne alrededor del último tramo y la última hora. Allí donde se deja Vázquez López para surcar el "silencio de Dios". Apenas un suspiro.

Como clama ese verso perdido: ni una flor que oree el viento / rompe el silencio descalzo / cuando Jesús del Calvario / se hace luz en un desmayo.

Hoy estaré esperando para ver al crespón de la noche iluminar su rostro y abrazarlo.

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