A mediados del s. XX, Doroty Law Nolte, escritora y columnista semanal norteamericana, tuvo la genial idea de publicar un poema suyo, simple en formas e intenso en contenidos, ignorando la trascendencia que tendría durante muchos años después. Como en la poesía, en general, aquel Los niños aprenden lo que viven fue una extraña y maravillosa exhortación del valor de la educación que ha conmovido, más a los mayores que a los niños, durante casi un siglo, siendo traducido a 30 idiomas. En pocas aulas españolas de los años 80, faltaba un póster o cartel con el texto que, sin olvidar los sentimientos, reivindicaba, al mismo tiempo, el solemne papel de la educación; así de contundente fue su éxito.

Se trata de un poema dirigido a niños que se encuentran en ese momento mágico en el que absorben todo lo que ocurre a su alrededor, tanto si se trata de aprendizajes positivos como negativos. Está claro que el alumnado se queda con algunas recomendaciones que les demos, pero sobre todo se impregnan del cómo se las damos. Tienen, claro está, una personalidad innata pero que se enriquece con lo que ven o viven, dependiendo de las personas o ambiente que les rodee.

Nunca consideré que las sentencias que aparecen del texto, si se omiten los sujetos (los niños), pudiesen ser dirigidas también a los adultos; por ejemplo: Si se vive con ecuanimidad, se aprende qué es la justicia ¿suelen ver, estimados lectores, las sesiones de control al gobierno de la nación? Les invito a que permanezcan, aunque solo sean minutos, escuchando los gritos y sobreactuaciones por parte de los señores diputados. Yo les mandaría a escribir cien veces: Si se vive con seguridad, se aprende a tener fe en sí mismo y en los demás o Si se vive con honestidad, se aprende qué es la sinceridad ¿Qué sabrán los histéricos de honestidad?

¿Por qué lo estamos haciendo tan mal? ¿Cómo osamos, como padres, como maestros, como seres sociales en general, adulterar de esa manera los mensajes? ¿Cómo aplauden a esos parlamentarios cuando exponen argumentos preñados de odio y de venganza? Viviendo con solidaridad, se aprende a ser generosos. No, no es que no sepan, es que tampoco quieren aprender. Instalados en la grosería, estos analfabetos en solidaridad desconocen, pobres de espíritu, la magnanimidad.

Seguramente Doroty Law Nolte aspiraría a que los niños adquiriesen modelos educativos que impulsasen su desarrollo personal y social, pero… ¿Y los adultos? Los hay que viven lo que aprenden, pero mal, y enseñan peor.

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