E N Zaragoza, un escaso mental llamado Rodrigo Lanza ha matado a golpes a una persona, Víctor Laínez, por el simple hecho de llevar puestos unos tirantes que no le gustaban. El agresor no se conformó con abrirle la cabeza por la espalda a su víctima. Como hombre valiente que es, una vez que su supuesto enemigo estaba en el suelo se dedicó a patearle la cara para partirle los huesos de la nariz y alguno que otro más. Es lo que dice la autopsia, clara y contundente por mucho que la familia del agresor trate de inventarse excusas a través de las redes sociales. No dice nada de que lo mató por algo tan grave como sostenerse los pantalones con unos tirantes de la bandera de España. Conmovedor.

Para más inri, este angelito ya había pasado cinco años en prisión por dejar tetrapléjico a un guardia urbano de Barcelona en 2006 durante el desalojo de una okupación. Un chaval modélico éste, tanto como para avisar en un documental de que se vengaría de su paso por la cárcel. Ya saben, el tradicional discurso de que el Estado se ha puesto en mi contra, yo no he hecho nada y como lo haga sí que os vais a enterar. Demagógico y votimivo. Y realmente cruel, por cierto.

Este descerebrado es una demostración palmaria más de hasta dónde estamos cayendo de bajo en los últimos tiempos. Hasta dónde es capaz de alienarse el personal. Ya se sabe que la juventud es osada y reivindicativa, pero de ahí a matar a alguien porque no te gusten sus tirantes va un mundo.

Otro buen ejemplo de cómo está el patio de descerebrados es el de una tuitera que el jueves por la noche se felicitaba no sólo por la muerte a golpes de Víctor Laínez, sino también por el asesinato de dos guardias civiles a manos de un criminal. La muchacha se permitía además tirar de sarcasmo después para decir que esperaba que lo dicho no la llevase a prisión. A la cárcel no se sabe, pero igual habría que llevarla a los tanatorios de los fallecidos para que tuviera el coraje para mirar a los deudos y comprobar si tenía arrestos para decirles a la cara tamaña felonía.

Vivimos tiempos difíciles en los que se han roto múltiples barreras y casi todo vale. Las redes sociales son cada día más un estercolero desde el que profetas del apocalipsis, vendedores de biblias incendiarias, pseudoanalistas acomplejados y verdaderos enfermos mentales vomitan su odio hacia los demás. El odio a quien piensa diferente se extiende a una velocidad que da vértigo y quienes están llamados a promover la calma, el sosiego, el debate y el análisis son los primeros que atropellan la verdad en pos de sus intereses. La manipulación está alcanzando cotas hasta ahora desconocidas y la desinformación está creando legiones de mentecatos que se ven como la máxima expresión de la pureza y no son más que víctimas inconscientes de planes preconcebidos. El extremismo aumenta y se cuela por los recovecos de la democracia. El sectarismo campa a sus anchas y crece el número de descerebrados sueltos por la calle. Si no fuese por lo grave que es daría hasta miedo.

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