Debemos tener cada día más claro que la paranoia de permanencia en el Poder no impide la llamativa sensación de que estamos en un punto, tras la jura de la Constitución por la Princesa de Asturias, en el que se aproxima, con inmediatez, un traspaso de poderes desde el franquismo exhumado al sanchismo obsesivo transformado en la primera dictadura española del siglo XXI. Miedo tendría yo, si al poco de jurar el respeto y defensa de los valores constitucionales, el Presidente del Gobierno en funciones – que no es mentiroso compulsivo sino “cambiador de opiniones” – y aspirante nato a presidir una hipotética III República, me ofrece: “la lealtad, el respeto y el afecto del Gobierno”, mientras miembros de ese “afectuoso” Gobierno, como “la niña de la curva”, promete trabajar para evitar que pueda reinar algún día. Porque resulta evidente, al menos para mí, que el debate no es respecto a la Monarquía en sí misma sino Constitución actual sí o no y en el nudo gordiano del debate un prófugo de la Justicia al que nuestro Presidente en funciones está rindiendo pleitesía. Como es notorio que a una ciudadanía anestesiada y rodeada de aplaudidores mediáticos, no están llevando a un “suicidio asistido” colectivo, me paso al acto institucional del juramento revelador de las estrategias de emboscamiento tan propias del sanchismo. En las vísperas se tragan la foto de la urna catalana del 1-O, cuánto les gusta el simbolismo de las urnas y más si está detrás de una cortina, todo ello para que el acto del día siguiente robe protagonismo a la servidumbre ante Puigdemont, en todas las redes mediáticas. No hay más que recordar para ello que el lamentable nivel de los comentaristas televisivos en la cadena pública. Porque si el argumentario era intencionadamente pobre: para “pelotear” a Felipe VI, no pararon de hundir la figura del Rey Emérito, aludiendo a sus corruptelas, frivolidades… como si en la política general española todos fueran mirlos blancos y olvidando que fue él quien forjó la convivencia democrática que hasta hoy tenemos aunque estemos en el borde del precipicio que nos lleva a perderla.

La palabra transparencia fue tan repetitiva que parecía acababan de aprenderla. La politización de sus comentarios en un acto de esa índole junto con la pobreza dialéctica, por momentos, resultaba esperpéntica y lo mismo que en la observación de la tribuna de invitados se apreciaba la pérdida de nivel y las notorias ausencias políticas, sucedía con el nivel profesional respecto al acto similar del año 86. Y, por fin, algo que ya es referente cuando hablamos de nivel. Por aquello de la institucionalidad, hoy será Francisca. ¡Qué discurso, Presidenta! Y qué vestido de parecido color al de la esposa del Rey. Una pieza ideologizada con pretensiones de inspiración , en el 86, con Peces – Barba pero con tanta lejanía intelectual que le quedó ridículo, errático, fuera de lugar… con un absurdo guiño a las lenguas mediante unas citas poéticas donde, pro cierto, faltó una referencia en español y no sería por falta de posibilidades. Finalmente, ignorancia, ahora Paqui, no es admisible que la Presidenta del Congreso, confunda soberanía nacional con popular. ¡Todo un lujo de acto!

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