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Carta abierta a un torero grande: El Cordobés

HOY no toreas en tierra extraña. Esta carretera que hoy recala en Zalamea te llevó por Nerva, cuando por San Bartolomé había toros allí; a Aracena, nuestro último saludo en una plaza; a Campofrío, Moguer, Ayamonte, cuando las novilladas de Ramón Sánchez, las de Guardiola o Sánchez Ibargüen, grandes y aparentonas, eran tus compañeras de viaje.

Las palmas de esas aficiones han cuajado los primeros impulsos de tu carrera. Palmas de aficiones humildes, de pueblo, pero limpias de prejuicios hacia tal o cual gesto. Tú sabes eso, y yo se que dentro de tí hay un toreo, bueno, hondo, que Manuel Díaz ha sacrificado muchas tardes por ser El Cordobés. Y no has sido menos importante por eso, Manuel, no los has sido.

Si desde entonces has sido capaz de sobrevivir en esta jungla de vanidades, apúntaselo a esa inteligencia ágil y natural que te dio la vida. Más importante aún ha sido que lo hayas hecho sin engañara a ningún aficionado. Ser como se es, en la más pura entelequia de un tipo que se juega muchas cosas cada día con esa eterna sonrisa en el rostro y la generosidad en el alma.

A los toreros grandes no los dicta el sistema. Ni se es más o menos grande por la estética, el misticismo o la anarquía de una carrera. Se es grande porque después de toda una vida delante del toro, la gente sigue queriendo al tipo entrañable que hay dentro de tu traje de luces y sigue admirando al torero que sale cada tarde de ahí. Se es grande porque le sale a uno la afición por los poros de la piel. Grande porque uno sobrevive a esas etiqueta de 'cartel del verano. Grande, por ser cabal.

El golpetazo que la temporá y el toro te han dado me ha puesto en suerte estas líneas. Quizás para agradecerte cuanta afición le dejaste a la Fiesta sentada en el tendido, torero grande.

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