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'La Canción' del 'La, la, la': la interesante serie que une a los españoles y nos saca una sonrisa tonta
Crítica de la serie
La adaptación de lo sucedido en Eurovisión 1968 entre la renuncia de Serrat y la victoria de Massiel es de lo mejor de esta temporada
La historia del 'La, la, la': todo lo que sucedió en la primavera española del 68
Massiel muestra toda su entereza al anunciar que sufre cáncer de pulmón

Los ingleses, que son aquí víctimas de la tenacidad española (ha pasado muchas veces más en la Historia y son los anglosajones los que nos echan tierra encima para que no lo recordemos), son expertos en adornar sus historias, a veces puras trolas, para quedar ellos como los buenos de las películas. Lo de su familia real roza ya el paroxismo y son capaces de ver el lado bueno y digno de sus miserias. Que en La Canción, la buena serie sobre la renuncia de Serrat y la victoria eurovisiva de Massiel en 1968 (año de revueltas, las de verdad no las tonterías de ahora), Franco quede como un patético anciano es incluso una irónica indulgencia para que, como espectadores en diferido, disfrutemos de la epopeya musical. En condiciones mundanas de nuestro audiovisual el tirano y su ministro Fraga habrían quedado retratados con mucha más inquina, que es innecesaria en este caso. Los héroes (y antihéroes) de la historia no necesitan más suplementos para dibujar esa época de despertares a la modernidad y a una convivencia internacional tras dejar atrás guerras, donde un puñado de españoles tienen la misión de hacer un buen papel en nombre de su país. La típica historia que bordan los ingleses, los franceses. Y que gracias a Movistar Plus + también podemos hacer los españoles. En la propia RTVE deberían tomar más nota de lo que merecería la pena contar, pero el actual presidente anda metido en mandangas de impropias de una cadena pública.
La Canción es entretenida, llega a emocionar y es una bonita fábula que vislumbra tiempos mejores en el horizonte aunque el régimen se empeñe en el inmovilismo. Todos son rehenes de sus tiempos y convenciones y en esas, a última hora, aparece Massiel, Carolina Yuste, señalando el camino de romper con lo previsto, de soltar amarras con todo el desparpajo. Y de hacer lo que nos dé la gana, que en aquellos tiempos era aún más difícil que ahora. El personaje de Massiel sabe distinguir en hacer felices a los españoles, y sentirse ella misma muy bien, y ser solícita con una dictadura a la que le quedan cuatro días (aunque fueron algunos más).
Para estos tiempos donde nada de los demás nos gusta nada y nos polarizamos como si mañanas quisiéramos marcharnos a una guerra civil al monte, la historia planteada por Pepe Coira y Fran Araújo es un relato que llega al corazón de los espectadores eurovisivos (es un achuchable homenaje a cómo eran esos festivales endomingados con orquesta), que gusta a los demás aunque no sepan en principio de qué va, y que nos reconcilia con nuestros mayores, que bastante tenían ya con sobrevivir y tirar para adelante y darnos un mundo mejor, una España más justa.

Marcel Borrás es el afectado Serrat (los actores cantan, excelentes, con su propia voz), en la encrucijada de sus propias contradicciones, la de su propia tierra, perro de hortelano al que la espantada eurovisiva le beneficiará a medio plazo porque si las cosas terminan bien, terminan bien para todos... aunque en verdad La Canción no termina exactamente bien.
Patrick Criado es Esteban Guerra, el joven aspirante a burócrata en Paradores, en TVE, dispuesto a hacer méritos ante los jefes, que reúne en él a todos los que estuvieron implicados en promover ese buen papel que hiciera codear a España con las democracias al menos por un rato. Una oportunidad aperturista aunque desde el búnker se observar como un momento patriotero. Y el más pragmático e incrédulo es el austríaco Artur Kaps, a cargo de franco-alemán Àlex Brendemühl, el personaje que en la vida real se manejaba con los directivos de aquí y los de por allá. Hacía excelentes espectáculos en Barcelona en tiempos de tantas precariedades y daba lustre a la producción de TVE desde Miramar. Europa todavía supuraba de la guerra, de esa guerra de la que huyó con su esposa, Herta Frankel y con su compadre Franz Johan. Se arremangó para encontrar aliados que nos quedaban: En Eurovisión 1968 Alemania nos dio la puntuación máxima de entonces, 6 puntos. Fue decisivo. El La, la, la, con sus arpas celestiales, fue arreglado por un músico alemán, Berthold Kaempfert, el que había compuesto Strangers in the night para Frank Sinatra.

Brendemühl es muy convicente y nos obliga a descubrir a Kaps y a Frankel, con su homenaje a la perrita Marilín, momumento a la memoria televisiva de los ya sexagenarios. Los Vieneses se merecen otra interesante serie. En personajes coprotagonistas es donde la labor de casting de Yolanda Serrano y Eva Leira ha sido fundamental para que La Canción sea una gran ficción. En haber encontrado actores ingleses que sean verosímiles como Cliff Richard, como la presentadora Katie Bole, como el propio Uribarri (ay, ya contaremos algo más al respecto, José Luis Uribarri no narró Eurovisión 1968 pero se agradece el homenaje). Y la producción y posproducción para recrear todo lo que se vivió en el Royal Albert Hall, con la atinada dirección de Alejandro Marín.

La miniserie (tres capítulos que se ven en ná) de Movistar Plus + entrelaza fotos reales y convierte en documental imágenes filmadas en cine: todo eso permite al espectador sentirse así en testigo en diferido de aquellas semanas caóticas donde, una vez más, íbamos a quedar mal ante los demás. Pero no.
Y hay detalles, como la familia de la ocurrente novia de Esteban Guerra, Lucía, una Laia Manzanares que interpreta a esas jóvenes que se dieron cuenta que el continuismo no era una opción. Una familia que ve Eurovisión lápiz en ristre para apuntar los votos propios y los de la tele, es decir, como se ha visto Eurovisión en las casas de siempre. Como debe ser. Guiños cómplices como el que hace la propia Massiel cuando va a cantar. Tranquilos, a veces los sueños se cumplen, aunque sean regalos envenenados.
La Canción es historia de la televisión de verdad. No es la "historia de la televisión", término que se inventan los medios amiguísimos para ensalzar la berrea de la tele pro-Pedro Sánchez. Es una historia que de verdad despierta leer mucho más de aquellos años y compadecer, con menosprecio, a ese Franco, ante su televisor Autovox (qué marca más profética la que tenía la tele de El Pardo), que disfruta como niño sonámbulo de los programas mientras sus secuaces endurecen el control del país-cuartel. Pero eso es otra historia.
El La, la, la de Massiel merecía algo así, una parábola sobre la victoria de la buena voluntad. De revolvernos de forma ingenua ante las causas perdidas y sacar lo mejor de nosotros mismos. Los españoles tenemos experiencia de siglos.
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