Cofradías en la historio

El Nazareno, la devoción de todo un pueblo

  • El Hijo de Dios camina en la madrugada onubense por sus calles y plazas

  • Tres genios de la imaginería han tallado en la historia las tres imágenes del Señor

Talla del Nazareno de  Sebastián Santos

Talla del Nazareno de Sebastián Santos / Archivo Hermandad

En el alma de un pueblo, quedan no solo acontecimientos ya lejanos, relatados de generación en generación, como solo testimonios de un pasado ya referido, sino que en muchas ocasiones van perviviendo en sentimientos y emociones que conciben su propia identidad, y que se van salvaguardando en los iconos que el propio pueblo va creando. Una ciudad milenaria como Huelva, contaría con un símbolo propio, la devoción al Nazareno, que se ha ido sucediendo durante quinientos años. Aunque fuese sustituido el icono material de la propia imagen, la representación emocional del Señor portando en la cruz quedaría presente en una línea del tiempo ininterrumpida, el Nazareno de Huelva.

La figura del Galileo portando el leño santo quedaría plasmada para la posteridad en la fachada principal de la parroquia de la Concepción por el ceramista Juan Ruiz de Luna, un excepcional artista que había nacido el 12 de julio de 1863 en la localidad toledana de Noez, habiendo comenzado su trayectoria artística en Talavera de la Reina, al ponerse en contacto con el ceramista sevillano Enrique Guijo, formalizando con el tiempo ambos artistas una sociedad Ruiz de Luna e Guijo y Cia.

Conseguiría un gran número de premios, siendo una de sus obras más excepcionales el retablo del Nazareno, un precioso testimonio grafico de aquel Nazareno de la etapa barroca, con amplio porte mirando al espectador, con su tradicional túnica de color morado.

La mirada del Nazareno nos lleva a remontar las propias raíces de la Semana Santa onubense, y en este caso, la propia de una cofradía que nacería en el seno del convento de Nuestra Señora de la Victoria, fundada por la Orden de los Mínimos, en 1588, una de las más antiguas de Andalucía Occidental, fundándose un año después la de Sevilla en 1589, siendo la de Almonte en el año 1574.

En su recinto conventual nacería una corporación, que se convertiría en la más devocional de la ciudad de Huelva, en aquella sede conventual de la calle Puerto, que diez años después por la insalubridad del terreno tuvo que trasladarse a una nueva sede conventual, donde quedaría hasta el periodo de la desamortización.

No cabe duda que fue la impronta de la orden mínima la que impulsó la devoción al Nazareno, ya que en muchas localidades andaluzas en la que se había expandido la orden fundada por San Francisco de Paula, se fundarían un gran número de hermandades dedicadas a esta iconografía.

Al igual que en Huelva, en Osuna se fundaría una cofradía de Jesús Nazareno, a finales del siglo XVI, o en la propia ciudad de Sevilla, en la hermandad trianera de la O, cuyo culto pasional y devoción nacería y cuajaría a instancia de las predicaciones de un religioso mínimo del convento de la Victoria, Fray Diego Pérez.

De esta manera, en 1635, siendo hermano mayor Gaspar Díaz, se labraría una capilla en el propio convento, teniendo como su función primordial ser columbario para enterramiento de sus hermanos. Sería en los estatutos de 1713 cuando se consagraría definitivamente la unión entre la orden de San Francisco de Paula y la cofradía de Jesús Nazareno.

El cirineo que fuera del Valle de Sevilla. El cirineo que fuera del Valle de Sevilla.

El cirineo que fuera del Valle de Sevilla. / Archivo Hermandad

El Nazareno dieciochesco se convertiría en uno de las imágenes referentes de la Semana Santa onubense en los años de la Ilustración, hoy conocida por los testimonios gráficos de finales del siglo XIX y por la constancia del retablo cerámico aludido. Quizás una talla que saldría del taller de Roldán, aunque no se conserva una documentación fidedigna que nos lleve a resolver la cuestión de su autoría. Podemos delimitar algunas similitudes morfológicas con el Nazareno de la Hermandad de la O, aunque la talla onubense está impregnada de un mayor expresionismo estilístico, con una posición del cuerpo inclinada, soportando el peso de la cruz, que le confería ese carácter devocional en el propio cortejo.

Incluso podemos concebir algún paralelismo estético en la imagen del Nazareno de las Fatigas, conservado en la actual parroquia de la Magdalena de Sevilla, realizado por Gaspar del Águila, en 1587, documentado por el profesor José Roda Peña. El Señor de Huelva era una talla excepcional. Su cabeza estaba dotada de una cabellera de líneas onduladas, y barba bífida, tocada con una corona de espinas, vestido en muchas ocasiones con túnica lisa. Su impronta artística y estética permitía contemplar estampas de auténtico recogimiento cada madrugada de Viernes Santo durante siglos. En 1890 la hermandad viviría un periodo de reorganización, saliendo el 4 de abril, Viernes Santos, al igual que lo haría en los años finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Sería en 1913 cuando se incorpora al paso la imagen de un cirineo, una verdadera novedad en la Semana Santa onubense, que resaltaba la escena pasionista del camino del Calvario.

La figura de este Simón de Cirene había formado parte hasta ese momento del llamado paso del Motín perteneciente a la Hermandad del Valle de Sevilla, en la que se vislumbra en una insólita fotografía fechable hacia 1888, pudiéndose apreciar su cabeza, recortada entre las dos figuras de los ladrones. Algunos investigadores consideran que el cirineo sería adquirido por la Hermandad del Valle a la extinta Cofradía de la Entrada en Jerusalén del Barrio de Triana, ubicada en el convento de la Victoria de la Orden de los Mínimos.

Una imagen que ha pasado desapercibida en cierta manera por la historiografía artística, pero del análisis de su cabeza se concluye que es una excelente obra, inspirada en el modelo que había definido Ruiz Gijón para la Hermandad de las Tres Caídas de Sevilla, conocida como San Isidoro.

De esta manera, el paso del Nazareno con el cirineo se convertiría en una de las escenas más devocionales de la Semana Santa onubense. En 1922 se restaura la imagen del Señor, siendo muy criticada la intervención, por lo que tuvo que contratarse a la Casa Carlos González y Hermanos, de Sevilla para una nueva restauración, devolviendo a la talla su aspecto original.

En este mismo año, el Diario de Huelva ya constataba el gran fervor que suscitaba entre los cofrades, que en multitud, como así describía el cronista, presenciaban el transcurrir del cortejo procesional. La paradoja de la historia es que en 1935 saldría procesionalmente por última vez, y el 20 de julio de 1936, la imagen desaparecía con el incendio en la parroquia de la Purísima Concepción, perdiéndose con ello una excepcional talla, aunque no su devoción.

A pesar de la desaparición de la imagen del Nazareno, consta que el culto con más popularidad de la Semana Santa onubense en 1937 era el besapié del Señor, que se celebraba el Domingo de Ramos en la Purísima Concepción, aunque en esta ocasión se haría en la Iglesia de la Milagrosa, si bien, al no haberse sustituido aún la imagen perdida, se hizo con una reliquia de la efigie desaparecida.

En este año la corporación procesionaría con un paso de escayola con un cuadro, reproduciendo la antigua imagen. La hermandad había quedado sin duda alguna huérfana de su soporte emocional, por lo que decidiría encargar una nueva talla, esta vez a un artista valenciano, cuyo taller estaba situado en Jerez de la Frontera, desde donde produjo un gran número de imágenes para las hermandades que en la Guerra Civil habían perdido sus titulares.

El nuevo Nazareno onubense sería bendecido en 1938, mostrando a un artista ya en su plenitud creativa, lo que le llevaría un año después a realizar el Cristo de la Expiración para la propia ciudad onubense. Ramon Chaveli habría realizado a lo largo de su trayectoria como imaginero varias versiones de la iconografía del Nazareno, como la de la iglesia prioral de San Sebastián de Puerto Real, fechable hacia 1941 y Jesús de la Vía Crucis, ubicado en la capilla del Voto, del Convento de San Francisco en Jerez de la Frontera, realizado un año anterior. Ya en 1942, realizaría el de Pruna, con sede en la parroquia de San Antonio Abad.

Aunque el modelo iconográfico estaba basado en la imagen que Juan Martínez Montañés habría realizado con el Señor de Pasión, cabe reseñar que en estos años se iría perfilando un modelo especifico de tintes realistas, con algunos aires renovadores, que intentaba conectar con la sensibilidad popular, como fue el caso del titular de la Hermandad de los Gitanos de Sevilla, Jesús de la Salud, del imaginero Fernández Andes en 1937; o el propio de Antonio Illanes para la Hermandad de San Roque de Sevilla.

Se trataba de imágenes que desprendían ternura en sus devotos. El dramatismo expresivo de las tallas dieciochescas evolucionaba hacia una suavidad de modelado, que despertaba fuertes emociones en los miles de devotos, propiciadas por la situación social crítica que se estaba viviendo en aquellos años.

La talla onubense del Nazareno de Chaveli se incorporaba a esta línea compositiva, con la caída de su cabeza, definida por su larga cabellera, con barba bípeda y bigote, impregnada de laa suave melancolía de la muerte inmediata.

En 1947 moriría el escultor Chaveli, tras legar una excepcional talla para Huelva. Sin embargo, dejaría en el alma de la hermandad una magnífica imagen secundaría, el cirineo, que sustituiría al que había desparecido con la quema de la iglesia. Sería realizada a principios de los años cuarenta, procesionando hasta el año 2000, que sería sustituida por la realizada por el imaginero de Rociana, Elías Rodríguez Picón.

En 1950 la hermandad sufriría un fatal acontecimiento. Su capilla volvería a arder, esta vez por un incendio fortuito, perdiéndose la imagen del Nazareno que Ramón Chaveli había dejado para la ciudad de Huelva.

Las crónicas periodísticas dieron cuenta del daño sufrido por una coporación que veinte años atrás había perdido también su imagen dieciochesca, pasto de las llamas. Sin duda un momento trágico que supieron recomponer con la irrupción en escena de uno de los más grandes escultores del siglo XX, Sebastián Santos Rojas.

Quizás en estos momentos de aflicción, se estaría gestando una de las imágenes más excepcionales de la imaginería procesional contemporánea, un aporte a la concepción renovadora que iba más allá de los cánones estilísticos que en algunos momentos habían sido calificados de neobarrocos, con tintes despreciativos.

La muestra dedicada al excepcional artista nacido en Higuera de la Sierra organizada por la Diputación de Huelva entre octubre y noviembre del 2020, así como la de la Casa de la Provincia de Sevilla que se celebra en estos días resalta aún más su genialidad compositiva.

Cuando Sebastián Santos nació, en 1895, la devoción del Nazareno de Huelva había llegado a un momento crucial de su historia, mientras el niño fue criándose y educándose artísticamente en el modelado del barro. Con solo once años es enviado a Sevilla, en 1906, para estudiar con los Salesianos. A la par, en ese tiempo la imagen de Huelva era toda una referencia devocional de la Semana Santa onubense. Dos años después, nuestro imaginero, por dificultades económicas volvería a su pueblo natal, mientras que la Hermandad del Nazareno de Huelva habría incorporado el antiguo cirineo de la Hermandad de la Coronación del Valle. A la muerte de su padre, en 1914, se trasladaría al Pedroso (Sevilla), instalándose en 1918 definitivamente en Sevilla, para por fin dedicarse a su vocación, la carrera artística del imaginero, por lo que ingresaría en la Escuela Industrial de Arte y Oficio y Bellas Artes hasta 1930.En estos años el Nazareno de Huelva había sufrido una restauración que había cambiado en cierto modo su morfología. En el final de la década de los veinte se iría fraguando la carrera del artista, muy influenciado por su maestro y amigo, Francisco-Marcos Díaz-Pintado, al que se uniría su admiración por el sevillano Agustín Sánchez-Cid.

La imagen de Chaveli La imagen de Chaveli

La imagen de Chaveli / Archivo Hermandad

Sebastián Santos se había convertido en un hombre de amplias convicciones religiosas, y muy relacionado con el convento de San Leandro de Sevilla. Y ya en 1930 realizaría un Sagrado Corazón para Huelva, una de las primeras obras que realizara para la ciudad onubense. Comenzaba a darse un caldo de cultivo que presagiaba los episodios sociales y políticos que desencadenarían en la Guerra Civil, y ello acarrearía la destrucción de una gran parte del patrimonio devocional de Huelva.

En estos años, Santos, al igual que muchos imagineros iría realizando un gran número de restauraciones y nuevas tallas, creando con ello una amplia producción para la provincia de Huelva, como la Virgen de los Dolores para la parroquia de Isla Cristina, y especialmente la Virgen del Valle, de La Palma del Condado, en la que daría muestra de ser un hábil escultor.

Su fama se acrecienta, y se convierte transitoriamente en profesor en el área de escultura de la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría. En estos años, la talla del Nazareno de Huelva, desaparecido por la Guerra Civil, habría sido sustituida por el de Ramón Chaveli, que iba adquiriendo cada vez más devoción.

Y el incendio fortuito y la desaparición de esta segunda imagen, llevaría a Sebastián Santos a realizar una de las obras más significativas de su producción.

Corría el año cincuenta, cuando el escultor comenzaría su etapa de plenitud, un periodo prolífico en que realizaría sus mejores creaciones. El Nazareno de Huelva abriría esta nómina de imágenes, entre las que cabría resaltar la talla de Santa Marta para la Hermandad de Santa Marta de Sevilla, de 1950; la Dolorosa concepcionista de la Hermandad del Silencio, de 1954, que le otorgaría una proyección como uno de los mejores creadores de la belleza idealizada en las composiciones marianas de estos años; o el soberbio Señor de la Hermandad de la Cena de Sevilla.

La actual imagen del Nazareno de Huelva sería encargada por Antonio Tello Olivares y José Domínguez Barba, siendo bendecida el 31 de octubre de 1950. Sebastián Santos había realizado una talla, en la que se conjugaba la belleza estilística con la devoción de un pueblo, que había perdido su principal imagen devocional en dos ocasiones, y en ambas renació de sus cenizas. Se producía así el reencuentro de la sensibilidad fervorosa que nunca había perdido una ciudad, que siempre había estado a los pies de su Nazareno.

El soberbio porte de este Rabí que camina hacia el Cadalso, recuerda la tradición escultórica montañesina, pero que Sebastián Santos supo renovar, tanto en el propio modelado del rostro y las manos, como en el tratamiento de la propia cabellera.

El perfil de su nariz aguileña y sus ojos le profiere una amplia expresividad que propugna que se conciba como uno de los mejores retratos de la escena pasionista más popular de la historia del cristianismo. Jesús llevando la cruz a cuestas para la redención de los pecados del mundo.

La hermandad quiso que el Nazareno se acompañara de un testigo de excepción, su propia Madre, que en la corporación se recordaría con la advocación de Nuestra Señora de la Amargura. El destino cruel querría, que la imagen de la Dolorosa corriera la misma suerte que el Nazareno, y se perdió en los incendios de 1936, la talla anónima del siglo XVII, así como la posterior realizada por Ramón Chaveli en 1937. La historia devocional de esta imagen daría para otro relato, reflejo de la historia de una hermandad, la del Nazareno, que sigue escribiendo sus páginas paralelas a la línea del tiempo de una ciudad milenaria como Huelva. No se entendería la historia de la vieja Onuba sin su Nazareno.

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