La tribuna

Europa, esa vergüenza

Europa, esa vergüenza

Del mismo modo que resulta indecente, por no decir insensato, sentir el más mínimo arpegio de orgullo por algún logro de la administración a la que pertenezcas, resulta imposible, físicamente, no sentir vergüenza por las derrotas o las insignificancias o los ridículos de esa misma administración. Es una sensación curiosa pues si en el primer caso la sensatez te dicta lo absurdo que es considerar propio un logro con el que no has tenido nada que ver, sólo por el hecho de pertenecer a una comunidad que no has elegido, sino te ha sido impuesta, esa misma sensatez no puede hacer nada ante el sentimiento de ridículo aunque tampoco hayas podido hacer nada ni hayas tenido parte en lo que lo provoca.

El papelón de Europa, de la decadente Europa enterrada en burocracia y buenos propósitos que acaban siendo catastróficos, la política de meros gestos banales, con su punto de espectacularidad teatral y su ineficiencia probada, da cada vez más vergüenza. Reuniones, saraos, flotillas narcisistas (tiraron al mar medicamentos para que llegaran a los niños de Gaza, ignorando que el mar, al que ensuciaban, no tiene dueño en su mecánica, y las corrientes pueden llevar esas bolsas adonde se le antoje, porque el agua no se mueve, oscila alrededor de una posición estacionaria, es la onda la que empuja, el viento no tiene dueño, los medicamentos alcanzarán en diez años una playa griega o quizá el azar los lleve de vuelta tras largo viaje más cerca de donde salieron que de donde quisieron llegar)... todo ello mientras el bruto Trump lograba al menos la liberación de los rehenes y el comienzo de negociaciones entre Israel y Hamas, lograba que pare la masacre. Y entre tanto, Macron –por no perder protagonismo– organiza una gran oda a la insignificancia. Cómo no sentirse ridículo, cómo no deplorar que Europa sea esta decadencia, esta entusiasmada insignificancia, esta incapacidad para arrostrar cualquier peligro cierto, esta indecisión constante y verborreica.

De España ni hablo. Para qué. Hemos vuelto a hacer el ridículo con mucha teatralidad, esos marineros de unos días –con tal ignorancia de la física acuática– volviendo a casa en avión y declarando que fueron torturados. Los muertos en el entierro. El bebé en el bautismo. En cualquiera de los dos casos alguien inconsciente, protagonista pero inconsciente. Ese es el protagonismo de Europa hoy: la inconsciencia.

Ahora se yerguen voces que critican el plan de paz de Trump, pero Tel Aviv y Gaza ofrecen imágenes que deberían callar –si les quedara un poco de decoro– a cualquiera investido de tan barata ideología que venga a despreciar la posibilidad de un acuerdo: gente bailando de alegría. Esa gente que baila de alegría lo hace sobre la tumba de Europa, sobre nuestra privilegiada incapacidad para ser algo más que un parque temático en el mundo de hoy, un parque de meros gestos, perdido en laberintos léxicos, insistiendo en la importancia de llamar o no genocidio a una masacre, lavándonos la conciencia de la inoperancia en ese aferrarse al fetiche de una palabra, como si la masacre misma no mereciera intervención inmediata hasta que no se volviera genocidio. Ridícula Europa aterida en sus pamplinas, demorada en reuniones donde el blablablá triunfa, ruedas de prensa interminables para no decir nada, decisiones baratas y mentirosas –embargo a Israel, sí, ya, por los cojones...

A quién se pregunte cómo es posible que crezcan los extremismos en toda Europa, que se pregunte también para qué Europa si nuestro papel es el de comparsa perdido en reuniones, laberintos burocráticos, supersueldos ejecutivos, con los resultados a la vista de todos: la más declarada inoperancia, la insignificancia, la cobardía incluso (Rusia chuleando nuestras fronteras y sin responder más que con declaraciones de eh, eh).

No he hecho nada por ser europeo y por lo tanto los logros de Europa no me levantan el menor arpegio de satisfacción íntima: son regalos que agradezco sin por qué. No he hecho nada por ser europeo, pero por alguna razón el gasto en gestos, la evidente insolvencia, su pomposa ridiculez, me avergüenzan.

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