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Siglo y medio después de su nacimiento (30 de noviembre de 1874), la figura de sir Winston Churchill se engrandece. Su poderosa capacidad de liderazgo, su férrea lealtad a las ideas por encima de los intereses de partido y su profundo respeto a las reglas democráticas, así como su enorme altura intelectual lo sitúan en un lugar inalcanzable para el político medio actual. Sobre todo, ante la degradación de la democracia occidental causada por la liliputiense estatura de sus líderes unida a una complacencia que nos hace creernos libres de amenazas mientras se erosionan los pilares del estado de derecho a manos de quienes, desde posiciones iliberales, pretenden usar la democracia como mero atrezo.
Dibujar una semblanza de Churchill es complejo. Sus sesenta años de vida pública no están exentos de gravísimos errores –el desastre de Gallipoli, fungiendo como Primer Lord del Almirantazgo o la restauración del patrón oro siendo Canciller del Exchequer– pero también de enormes aciertos. Fuera como miembro de los gabinetes liberales de Asquith y Lloyd George entre 1908 y 1922 –exceptuando el año que sirvió como coronel del sexto batallón de los Royal Scots Fusiliers– o por su indiscutible liderazgo durante la II Guerra Mundial. Siendo ministro liberal, –presidente de la Junta de Comercio– y con la inestimable colaboración de William Beveridge, creó los servicios públicos de empleo y el primer seguro de desempleo de la historia (National Insurance Act). Esa colaboración, ya con Churchill en el Número Diez, dio lugar a los conocidos Informes que establecieron las bases del sistema británico de Seguridad Social. Entre medias, como Canciller del Exchequer con Baldwin, abogó por la provisión inmediata de pensiones de viudedad y la introducción de un salario mínimo legalmente exigible.
En el ámbito personal, podríamos recordar al joven militar que vivió su bautismo de fuego en Cuba tras unirse a las tropas españolas y que luego sirvió en la India y África antes de devenir en periodista y corresponsal de guerra. Al intelectual, excelente escritor e historiador, que nos ha dejado vívidas memorias de los dos grandes conflictos mundiales, amén de excelentes crónicas periodísticas y magníficos discursos. O del pintor aficionado, autor de La pintura como pasatiempo. Un librito que es una delicia escrita con primor en el que nos invita a aprender cosas nuevas con esta bellísima idea: «No se puede remendar los codos raídos de un abrigo frotando las mangas; pero sí es posible fortalecer el cerebro usando las partes desusadas».
Sin duda, lo que hace de Churchill una figura histórica señera y un ejemplo político es su liderazgo. Fue en 1940 cuando consiguió, con su actitud decidida y la fortaleza de su animoso discurso, que todo el Imperio Británico se uniera bajo su guía para salvar la patria y la libertad actuando primero como yunque que soporta los golpes y como martillo que los propina después, tal y como tituló Augusto Assía sus crónicas desde el Londres devastado por los bombardeos nazis: “Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo”.
Aprender de sus actitudes como líder es un ejercicio de inteligencia. Leyendo su biografía aprendemos que un líder se confunde con los suyos. Churchill era un aristócrata; nació en el palacio de Blenheim, siendo nieto del Duque de Marlborough. Algo que no le impidió luchar en primera línea y más tarde, servir como un oficial más, en las embarradas trincheras de Flandes. El liderazgo exige no ocultar la verdad: un líder no miente. No hay nada peor que el engaño para perder la confianza de los ciudadanos. Pero un líder ni siquiera adorna la realidad o actúa con vulgar paternalismo ante las dificultades. Tras ser nombrado Primer Ministro, Churchill se dirigió a los Comunes con un discurso que es historia y en el que dejó claro al pueblo británico que sólo podría ofrecerles sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, hasta alcanzar la victoria.
Saberse humano y falible es una cualidad imprescindible en un líder. En palabras de Churchill, a menudo hay que comerse las propias palabras y descubrir que son una dieta equilibrada. También asume las críticas porque de ellas se aprende y acepta que las ideas de los demás pueden ser mejores que las propias. Conocida es la frase en la que manifestaba que las críticas no serán agradables, pero son necesarias.
Un líder admite sus errores y sabe empezar de nuevo. Cómo él mismo reconoció, el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. También es fundamental para un líder reconocer y valorar el trabajo de los demás, haciendo pública su admiración. Tras la Batalla de Inglaterra no sólo no se adjudicó el mérito de la victoria sino que alabó a los pilotos de la RAF con una de sus frases más nobles y generosas: “Jamás en el ámbito de los conflictos humanos, tantos han debido tanto a tan pocos”. Valoró el sentido del humor como cualidad necesaria en un ser humano civilizado y sostenía que si la imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser, el humor los consuela de lo que son.
Parece evidente que sir Winston Churchill debería ser referente y ejemplo para quien aspire a ejercer un liderazgo fuerte. Sobre todo, si se ejerce en el ámbito político.
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