Manuel / Gómez / Beltrán

El vestidor

NUNCA me gustó llamar así a la persona encargada de vestir las imágenes de una cofradía, pero no parece que haya otra denominación. Además, la palabra vestidor me suena más a habitación de casa noble, de familia con pudientes, que a cualquier otra cosa, pero en fin, aceptaremos el dichoso vocablo.

Siempre me he mostrado remiso a escribir sobre los vestidores porque siendo parte implicada difícilmente puedo ser objetivo, y soy consciente de que piso terreno resbaladizo, controvertido, y abonado a la discusión. Pero desde que el pasado verano una de las personas, a mi parecer, con una técnica más depurada y mayores recursos en esto de vestir imágenes, como es Pedro Ceada, dejara su cometido en muchas de ellas (afortunadamente sigue vistiendo a su Virgen del Rosario) ronda por mi mente este artículo. Se lo debía como muestra de admiración. Porque con los vestidores ocurre como con todo, los hay buenos, malos, regulares... Pero creo que Pedro pertenece al grupo de los excepcionales, a pesar de sus 'atrevimientos'.

Partiendo de la base de que un vestidor no tiene más mérito que el que tiene en el contexto de la cofradía, también es cierto que su trabajo logra más repercusión y proyección que otros, y esto supone el arma de doble filo de hacer un trabajo serio, responsable, buscando el esplendor de una imagen o buscar el esplendor de uno mismo, cayendo en un indeseable divismo, en azarosos protagonismos, pues con la adulación, tantas veces indocumentada e ignorante, puede que hasta te lo llegues a creer. Todo un peligro. Y al contrario, ante la labor de un vestidor también nos encontraremos con los que esgrimen el "yo no entiendo de eso", no vaya a ser que lo tilden de blandito, o le cuelguen un sambenito peor; esos mismos que luego le dan con el codo al de al lado, con la sonrisa floja y levantando las cejas señalan a la Virgen cuando la ven bien vestida, y se les cae la baba. De todo hay en este submundo cofrade.

Pero un submundo difícilmente igualable en responsabilidad y dedicación. Esa manida frase de que la imagen la empieza el escultor y la acaba el vestidor se queda corta en la realidad, pues un frunce mal dispuesto, un pliegue demasiado rígido, en cuestión de milímetros, arruina el efecto deseado y la imagen parece otra. De ahí la obsesión perfeccionista del vestidor, hasta serles más difícil vestir a la Virgen con un estudiado desaliño que hacerlo milimétricamente.

Y en cuestión de emociones pocas ganarán a las del vestidor. Dice mi madre que lo que se roza es lo que se quiere. Líbreme Dios de llevarle la contraria, y si lo que se roza es una imagen de la Virgen, ¿qué quieren que les diga? Sirvan estas líneas como discreto elogio a quienes como Pedro Ceada se dedican a este noble oficio, que no afición, de vestir a la Virgen.

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