Según leíamos ayer mismo en El Independiente, el señor Puigdemont ha transmitido a sus corifeos de Waterloo que si el presidente Sánchez quiere su apoyo para la investidura, va a tener que “mear sangre”. Lo cual no resultaría ningún problema para don Pedro, porque la sangre, lógicamente, no sería la suya. Ni tampoco las adaptaciones legislativas –en la línea de anteriores “adaptaciones” ad hominen– que el solitario de Waterloo podría exigir, como un Napoleón a la inversa, para que don Pedro Sánchez, en el papel de Godoy posmoderno, conservara su poder con olvido de otros considerandos. Parece, en fin, que al señor Puigdemont, después de veranear holgadamente en el país de los belgas, le ha llegado la hora de su venganza. Y es de temer que el óbolo a pagar no será parvo ni inocuo para la democracia española.

Cómo ha cambiado nuestra democracia es fácil entenderlo gracias, precisamente, al señor Puigdemont. En las actuales circunstancias, hoy Tejero podría pasar por héroe progresista, si tuviera algún voto en almoneda. Recuerden que tanto Tejero como Puigdemont son dos nacionalistas de derechas que en su día protagonizaron un pronunciamiento parlamentario –los dos únicos habidos desde la Transición– contra la democracia española. Sin embargo, el resultado, ciertamente dispar, es que el señor Tejero obtuvo el castigo penal y el oprobio social que les son propios, mientras que el señor Puigdemont, salvador y héroe sobrevenido, quiere poner al actual presidente del Gobierno a mear sangre. Y es probable que lo consiga, ya que el señor Sánchez, que ha perdido las elecciones, no parece muy afectado por este particular (si alguien mea sangre, será el sistema democrático español), en caso de que ello le sea necesario para insistir en su imparable senda de progreso.

El progreso, por otro lado, es fácil imaginarnos cuál sería: el continuado privilegio de las regiones más privilegiadas de España, por obra de los nacionalismos periféricos. Esto es, por obra de formaciones políticas que promueven exitosamente, desde hace ya casi medio siglo, la segregación y el acoso de la población desafecta (“Usted es nacido en Cataluña, pero no catalán”, le decía el entrañable y ahorrativo señor Pujol al señor Borrell, en elegante fórmula xenófoba).

Qué nos exigirá el señor Puigdemont a los españoles, cautivos e inermes como estamos, es algo que no tardaremos en averiguar. De algún modo, el señor Puigdemont cree hallarse en una versión monstruosa del evangelio de Mateo: “Pedid y se os dará”. Y claro, importa saber qué le daremos.

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