Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Universidades
Tirando del hilo
El paisaje despoblado rodea toda la escena. Los colores son fríos, aunque resaltan brochas tímidas de grises y marrones. En el centro veo como dos hombres luchan con vehemencia. Sus piernas están enterradas hasta las rodillas impidiéndoles el movimiento. Parece que están atrapados dentro de su propia barbarie. En su última etapa, Goya pintó una obra costumbrista que nos recuerda las actitudes bárbaras de la sociedad española de la época. 'Duelo a garrotazos' denuncia la violencia sin sentido, fruto de una sociedad ignorante e iletrada.
Doscientos años después, el desazón me oprime el pecho cuando ojeo titulares, telediarios o me paseo, tímidamente, por la vida terrenal. Algo falla en nuestra sociedad cuando en vez de protección recibimos zarpazos, cuando en la caída, en vez de una mano cálida, el vecino te humilla hacia el averno . "Dos detenidos al negarse a usar la mascarilla y agredir a un policía local"; "Dos policías reciben una paliza al intentar identificar a personas sin mascarillas"; "Tensión en el metro de Madrid por no llevar mascarilla: los vigilantes denuncian un aumento de las agresiones"; "RTVE condena las agresiones a periodistas en la manifestación contra mascarillas"; "Los sanitarios de Cádiz denuncian agresiones verbales de pacientes que no quieren llevar la mascarilla"; "Acude al hospital para dar a luz, se niega a ponerse la mascarilla, insulta al equipo médico y da positivo por COVID-19"; "A puñetazos por no llevar mascarilla". Una sarta bárbara e incivil de cabeceras periodísticas que nos lastiman como comunidad. A esto, podemos sumar una serie de recomendaciones para los llamados esenciales. Aquellas personas que siguen atendiéndonos en supermercados y hospitales, que ya vivieron las primerísimas consecuencias de la pandemia y que ahora deben gestionar posibles casos de violencia.
Necesitamos ayuda contra el espanto y los lamentables actos de individualismo, promovidos por confabulaciones paranoicas, necias e imprudentes. Una enfermedad iracunda para la que sí tenemos cura: una vacuna invisible con dosis de educación, información, civismo y responsabilidad social. Después de la tragedia de los muertos, la agonía del trabajo y el declive de la economía, nos encontramos con una insensatez suicida que niega a nuestras víctimas con una amarga respuesta insolidaria. Cada tarde los datos nos recuerdan la crueldad de la enfermedad, pero la congoja arremete impetuosa cuando pese a la barbarie y el caos no podamos confiar tampoco en las personas.
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