Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
HASSAM Salim acaba de entrar en el bar donde sirve Alberto; entra apresurado y con cara de preocupación. Las noticias están sonando en la televisión del establecimiento y no se las quiere perder. Quiere escuchar el fin de los bombardeos sobre Gaza o, al menos, no descubrir la casa de sus padres hecha ruinas; pero sobre todo, quiere escuchar que su familia no está muerta. Este año no hay vacaciones para este palestino emigrado, este año su corazón estará de luto.
Hassam es un brillante estudiante palestino que dejó en Gaza a sus padres y a cuatro hermanos; aprovechó la primera oportunidad que se le cruzó para salir de Palestina: una beca de la UNIA. No aguantaba más la falta de esperanza, el dolor cotidiano. Él no es un migrante económico, como suelen etiquetar a los que buscan prosperidad; él es un exiliado del dolor. Alberto, el camarero, lo ve llorar desconsoladamente en cuanto las imágenes sobre la devastación de su pueblo salen a escena. De nuevo, la incertidumbre desgarradora de saber si alguno de esos cuerpos expuestos eran de su familia; de nuevo, la rabia contenida; de nuevo, la desesperanza a pesar de la distancia. Alberto se conmueve, se acerca y le abraza, el resto del mundo todavía no.
De nada le han servido a Hassam los esfuerzos para ahorrar y buscar vuelo de vuelta. Ha invertido sus pocos ahorros para poder volver este verano de visita, quería abrazar a su familia, contarles cómo le iba, hablarles de su pareja española y, en cierta manera, reconciliarse con ellos. Pero los planes se los han echado por tierra. El vecino verdugo tenía claro que ningún palestino emigrado tendría un buen verano en 2014. El asesinato de tres jóvenes ha sido la excusa ideal para dar otro paso más en su estrategia de ocupación. Hace tres semanas dijo a sus amigos que estaba de luto y que así seguiría hasta que el bombardeo finalizara. Pero, ¿cuándo acabarán? ¿Cuándo se cumplirán los mandatos de la ONU y Palestina recuperará su territorio? Parece evidente que mientras Israel sea el guardián de los intereses de Occidente en zona de petróleo no acabarán nunca. La vergüenza de tener que soportar la matanza de niños e inocentes es menor que el miedo de nuestros gobiernos, la opinión pública pesa menos que la presión del lobby judío, el miedo nos hace a todos cómplices. Todo eso pasa en un segundo por la cabeza de Alberto en cuanto comprende la situación.
Alberto acompaña a Hassam a una silla. Le acerca un café. "Hoy paga el camarero", le dice. Lo deja sólo, desconsolado, lejano. Las noticias sobre Oriente Próximo acaban, pero él aún mira el televisor. De repente se abre la puerta, cuatro jóvenes entran bulliciosos en el bar. Uno de ellos es Alejandro, con una camiseta roja que dice: " Gaza somos todos".
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