El reloj abarcaba toda la sala. Sus manecillas se regodeaban en cada una de las paradas. Mientras, una voz inerte respondía a un contestador sin visitas. El autómata ocupaba su puesto para cumplir condena temporal a jornada completa. Su dedo acariciaba la pantalla llena de imágenes incoloras y textos que se hacían ininteligibles. -Mejor mañana, ya si eso otro día, uf, no sé si te lo voy a poder hacer- refunfuñaba el zombie cumple horas. El tiempo estaba encarcelado en el calendario y el minutero cuchicheaba para correr aún más rápido. El humano programado resoplaba, agotado por el hastío que produce caminar sin saber dónde. Los bufidos se escurrían entre sus dientes, dando paso a la desidia y el hastío. Parecía estar dentro de La persistencia de la memoria de Dalí que, inspirado por la teoría de la relatividad de Einstein, nos habló sobre el binomio espacio-tiempo. Como en el cuadro, en aquella estancia el tiempo transcurría de manera diferente, parecía que los relojes también estaban derretidos y que los segundos asfixiaban los cogotes.

En los años sesenta, Michael Ende escribió una fábula sobre el saqueo de nuestro tiempo. En ella, los ciudadanos de una ciudad empezaron a recibir la visita de unos enigmáticos hombres de traje gris. Éstos eran agentes de la Caja de Ahorros del Tiempo y prometían a los habitantes distintos intereses siempre que depositaran en su banco las horas ahorradas cada día. Los comerciantes de tiempo fueron conquistando la sociedad y solo Momo, una niña que vivía en las ruinas de un anfiteatro, pudo derrotar a los grises banqueros que pretendían conquistar las horas robadas de toda una ciudad.

El libro nos demuestra que estamos hechos de tiempo y que nuestras venas son relojes de arena que corren para buscar más granos a los que abrazar. Nuestros órganos son agujas que entrechocan con el sonido del corazón. Nuestro aliento es el termómetro que mide la premura o el recreo. Y aún así, a veces somos los cómplices perfectos para perderlo y sabotearnos a nosotros mismos. Para cumplir horarios y no metas y, como un hámster en su rueda, meternos en un círculo interminable que aniquila nuestra curiosidad.

Se dice que Dalí hacía fotografías del sueño pintadas a mano. Quizás nos sanara esbozar nuestras fantasías para trasladarlas a la realidad y así estirar nuestra línea temporal. Despojarnos del pasar de las horas, del tic-tac angustioso y de su cuenta atrás, como si se tratara de una condena que debemos cumplir. ¿Y después qué? ¿Sentirnos perdidos por nuestros anhelos más recónditos? ¿Por utopías incumplidas? Parece que hoy es ahora y sueña con abrir los ojos despejados de excusas. Siendo los dueños de nuestro tiempo, venzamos a los hombres grises que nos persiguen y acechan y, como esa niña despierta, luchemos por conquistar lo que le pertenece.

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