¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Hace justo ahora cincuenta años, a finales de octubre de 1975, los españoles tenían la certeza de que una época se acababa y que otra estaba a punto de empezar. Aunque a principios la información trató de ocultarse y luego se administró con cuentagotas, las columnas de la prensa, que había conseguido ganar algunas parcelas de libertad a pesar de las restricciones y el acoso del régimen, dejaban traslucir que la salud de Franco se deterioraba por días y que su fallecimiento solo era cuestión de semanas.
Los españoles vivieron el último mes de Franco, que fallecería en un hospital de la Seguridad Social, en la madrugada del 20 de noviembre, con una mezcla de ilusión por los nuevos horizontes que se iban a abrir, pero también de incertidumbre por los riesgos de que se desestabilizara un marco social que desde los primeros años sesenta había cambiado a mejor la realidad del país. A ese desasosiego contribuía también el hecho de que el último Gobierno de la dictadura fue quizás el peor de las cuatro décadas en las que España estuvo bajo su dominio. Carlos Arias Navarro, su presidente, era un político incapaz que estuvo desde el día de su nombramiento superado por los acontecimientos. Desde el fantasmal Espíritu del 12 de febrero, en el que prometió una apertura del régimen de la que se desdijo enseguida, hasta los fusilamientos del 27 de septiembre, pasando por su gestión nefasta de los efectos de la crisis del petróleo de 1973, su paso por la Presidencia fue un cúmulo de desatinos.
En ese clima es lógico que una buena parte de la opinión pública conjugara sus deseos de cambio y libertad con la preocupación por su propio bienestar. Si algún logro cabe atribuir al régimen es haber convertido a España en una sociedad de clases medidas, según el modelo instaurado en Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque aquí se hizo con mucho retraso y bastantes dificultades, básicamente se había conseguido cuando la crisis económica, el asesinato de Carrero Blanco y la revolución de Portugal deterioraron la situación y abocaron a la dictadura a su colapso. El miedo a perder ese precario bienestar y a que la violencia civil volviera a estallar es lo que introducía una seria preocupación cuando una España deseosa de libertad entraba en el último mes de vida de Francisco Franco.
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