Puede que no en todos los casos conozca a fondo los detalles. En alguno, puede incluso que no los conozca en absoluto. Será, quizás, porque no me interesan del todo. Pero, en general, he oído la música de fondo que salía de la prensa y los noticieros durante la última semana: las infidelidades de todo tipo nos circundan y nos asedian.

A la marquesa -tan mona ella, tan modosa y con la vida tan resuelta desde la cuna- le ha puesto los cuernos su prometido en no sé qué fiesta en la que se le filmó con otra. Bien visto, es un consuelo. Se ve que a los cuernos no los detienen ni la mística, ni la estética, ni el dinero, ni la clase social. Ahora que la marquesa se ha paseado por todos los platós para contar su historia, habría que haber aprovechado para preguntarle si ella también cree que es de la clase media, esa misma que en este país no acertamos a definir (qué pena más grande). En esto, puntualmente, hemos perdido mucho. Más claro era el Antiguo Régimen (no el de Franco, sino el de antes de la revolución liberal burguesa que aún nos colea), en el que, por el puro nacimiento, ya se sabía si alguien era de la nobleza o de la plebe y ahí parabas de contar y empezabas a repartirle sus derechos o su falta de derechos. Ahora hasta los ricos se creen trabajadores y los trabajadores se avergüenzan de reconocer que lo son.

En estos días, en que todos los impuestos suben y bajan, se reducen o se deflactan a golpe de telediario, creo también que algunos le están poniendo los cuernos a la clase trabajadora, a los parados, a los pensionistas sin pisos para alquilar, a los "ochocientoseuristas" o a los que, en cualquier caso, dependen para su mínimo bienestar de la salud y la educación pública, las becas, las viviendas sociales, la dependencia y el bonobús. Por no hablar de todo lo colectivo que se sufraga con los impuestos: pónganse por caso la nómina de los que apagan los incendios, el arreglo de las carreteras, la policía o la luz de las calles.

En plena paranoia, les reconozco que veo cuernos por todas partes: entre los independentistas catalanes que se han enterado ahora de que el poder, por lo normal, engancha y modera; en el partido que reincide en su infidelidad a la constitución donde a esta más le duele -o sea, en la justicia-; en el barón avanzado que desafía a su partido sacando los pies del plato con alternativas fiscales; y en la señora de Alicante que hace tres días iba a ser la mejor presidenta posible y ahora, según nos dice su propio partido, se ha convertido en una bruja… también con cuernos.

Va a resultar, al fin, que lo que nos iguala como humanos y ciudadanos no son ni las leyes ni los derechos, sino esa infidelidad que a todos nos afecta y, con ella, la incoherencia y la falsedad que comporta. Por eso no me resisto a cerrar estas líneas dirigiéndome a todos los infieles con las palabras de una de las grandes intelectuales de nuestro tiempo, que también ha sufrido, la pobre, de cuernos: "Te felicito, qué bien actúas".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios