Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
No, no me ha tocado la lotería: sigo siendo pobre. Imagino que está usted igual que yo. En caso contrario, espero que me esté leyendo desde las Maldivas, a ser posible a bordo de un precioso velero mientras un cocinero le está preparando el almuerzo. Porque Dios sabe que, si fuera rica, lo primero que haría sería dejar de cocinar.
No, no me ha tocado la lotería. La diosa Fortuna es caprichosa y esquiva. Su rueda no gira igual para todos y, a los que están abajo, los aplasta inmisericorde. Diosa burlona y cruel, disfruta destruyendo a aquel que cree conquistarla. Insensato quien presume de tener buena suerte, porque la suerte no es algo que se tenga sino que se disfruta, brevemente, pasajeramente, como los vientos de aquel velero en el que está usted que me lee habiendo ganado el Gordo de la Lotería de Navidad. De eso saben bien nuestros marineros, de aprovechar los vientos favorables y la mar bonancible.
Hemos aprendido a navegar la incertidumbre del tiempo que nos ha tocado vivir, naufragio de un mundo más estable y sólido que nuestros hijos ya no han conocido. En un país donde el alquiler supera holgadamente los mil euros mensuales, el Gordo se está quedando un poco flacucho. Pero no es el dinero lo que importa sino la ceremonia, el rito. Oh, Diosa, escúchanos y bendícenos con tu gracia, cantan sus fieles en letanía acompañados por el ensalmo de las bolas al girar en el bombo, hipnotizados por el baile ceremonial de las pequeñas esferas de boj. Pobres aquellos que creen que pueden invocarla, inocentes o ingenuos, no me queda claro, porque en su capricho la diosa atiende menos a quien más la implora.
Tal vez no tengamos la Suerte pero sí hemos tenido la Ilusión. La Esperanza. La Alegría. No, no es lo mismo –nada es lo mismo sin un velero y un chef personal–, pero es real y por lo tanto es. Levantarte el día 22, ir a por churros, despertar a tus hermanos y disfrutar juntos de los especiales de la lotería, palomita en mano para brindar aunque sea por la pedrea. Abrazar a los amigos que regresan a casa para las fiestas, cenar con los abuelos otro año más. Estrenar las vacaciones. Cantar villancicos, comer polvorones, mazapanes y turrones. Encargar el Roscón de Reyes. Celebrar el amigo invisible en la oficina mientras, de fondo, los niños de San Ildefonso le cantan la suerte a otros. Otros que no serás tú porque, insensato, aún no lo sabes pero la Diosa Fortuna ya te ha sonreído. No, no nos ha tocado la lotería porque ya lo había hecho y la suerte nunca sonríe dos veces al mismo mortal.
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