Las mañanas de destierro transcurren con rutina. Lectura, poca escritura, y más lectura. Cuando tengo ganas de un café bajo por las escaleras a la consulta médica que posee una máquina de la marca ACME. Ella ha salvado durante dos meses y poco el mono y el ejercicio. He pensado aplaudirle cuando todo esto acabe, pero un aplauso sonado y merecido. También se ha pasado por la cabeza hacer una cacerolada a las puertas del bar de Mauri, por su eterno desprecio a la fiel clientela, la misma que pasaba por delante todos los días y solo contemplaba el cierre metálico hasta abajo.

Una conocida, que no logro reconocer por su infinita mascarilla, me para y me comenta que quiere poner una alarma en su apartamento de Punta Umbría. Le han contado que a partir de ahora los okupas pueden meterse en su segunda residencia según ley. Y según ley le digo que no haga caso a las habladurías, pero que estaría bien que pusiera la alarma y, además, unas concertinas por prudencia, nunca se sabe si aquello que se publica en el BOE es verdadero o falso.

Los pájaros siguen llenando el cielo y el suelo. Mientras infinitos pájaros vuelan y dan una magnífica lección de acrobacia, otros tantos aparecen muertos. Es como si la naturaleza tuviera que equilibrar las cifras, buscar esa armonía que haga factible la vida, la muerte y el engaño. Armonía, equilibro. Verdad y mentira. Las cifras siempre mienten, pero nunca se salen con la suya.

El IQOS nada tiene que ver con el cigarro, te decepciona y, además, huele mal. Como compañero de mano (la izquierda) no está del todo mal. Si eres de los que el fumar es un vicio atractivo provocado por un impulso, es aceptable. En cambio, si el tabaco es el uso y disfrute de tu propia integridad, lo mejor es que lo desprecies, y debes hacerlo con la misma fuerza con la que se maltratan nuestras opiniones. Se debe regresar al paquete tradicional con esas fotos desagradables en el anverso y en el reverso.

Hemos perdido el valor de seguir siendo personas en poco más de dos meses. Nuestro IBEX está por los suelos, no remontará, y tardará años en hacerlo. El perro del vecino de abajo sigue molestando. Como si se quejara por sus depreciadas acciones. Sus ladridos llegan a ser desagradables, algo así como el rostro de su dueño, con guantes y a lo loco.

En algunos barrios de la ciudad, los clientes de los bares que han abierto sus puertas se han vuelto locos, después de una temporada para educarse, siguen sin educación, sin cultura y sin sentido común. Dicen las redes que el bar de Mauri abre el lunes.

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