
La firma
Antonio Fernández Jurado
“Y tú, más”
Postdata
No es fácil definir la mediocridad. Quizá la médula de lo que la constituye es creer que se puede sobrevivir sin ideas o con un pensamiento neciamente inmutable. Así, es justo reconocer que uno no nace mediocre, sino que decide serlo. Al contrario de lo que parece, el mediocre no es alguien del montón: es competitivo, organizado, maestro en la estrategia de eliminar a los excelentes. Como señala Albert Domènech (en Cómo librarte de los mediocres que quieren joderte la vida, 2025), los mediocres son casi invencibles porque jamás tienen nada que perder. Nuestra época no está dominada por psicópatas, narcisistas o soberbios: pertenece por derecho a la extensa nómina de la mediocridad. Tóxicos pero de veneno lento, se han multiplicado y perfeccionado “cagada a cagada”, dice Domènech, en este disonante siglo XXI.
Pacen en todo campo, aunque se hacen más visibles en el terreno empresarial y en el universo de la política. Se sitúan al frente de los partidos pese a no haber destacado en profesión alguna. Dominan la demagogia, machacan a quienes intenten arrebatarles sus tronos de humo. Pueden llegar a ser sumamente simpáticos y hasta admirados, acaso porque el cualificado, al que la sociedad orilla, suele resultar molesto. A menudo pasan por listos, ya que esconden sagazmente su condición vulgar.
Si se les analiza, descubrimos que son incapaces de aprender nada de cuanto han vivido. Inmunes a la experiencia, tampoco se plantean objetivos a medio o largo plazo ni alcanzan a vislumbrar las consecuencias ulteriores de sus actos. Carecen, además, de responsabilidad y sobreviven al abrigo de la manada de mediocres. Jamás se plantean mejorar y, por supuesto, no dedican tiempo suficiente a convertirse en las personas que proclaman querer ser.
Éste es el espécimen que, con amplia abundancia, gestiona nuestra economía y gobierna políticamente nuestros destinos. Ha logrado consolidar un sistema piramidal que chorrea sinvergonzonería y mugre resbaladizas hacia esa base en la que, taponados, se hayan cuantos anhelan ascender y cambiar las cosas.
Triste tiempo el nuestro. Días inusitados y desconcertantes en los que florecen y triunfan personas descreídas y ambiguas, hipócritas y mendaces. La mediocridad acalla el talento y su insolencia cimenta el creciente imperio de la estupidez.
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